El despegue económico de los años sesenta despertó entre los trabajadores una nueva inquietud por sus condiciones laborales y de vida. La cobertura social por parte del Estado franquista era prácticamente inexistente, por lo que fueron las empresas las que dieron respuesta a este deseo de conquista del bienestar social. Para gestionar estos programas, las grandes firmas viguesas empezaron a incorporar asistentas sociales -hoy, trabajadoras sociales-. Ellas fueron las pioneras de los servicios sociales en la ciudad y su área y las precursoras de los que luego se prestarían desde la Administración. El Aula Social, que reúne a este colectivo en la comarca, homenajea mañana -18 horas, en la sede de la Confederación de Empresarios- a quince de las profesionales que desempeñaron su labor en casas como Citröen, Álvarez, Vulcano, Ramilo, Frigolouro...

Una de ellas fue Ana Legerén, de la tercera promoción de la Escuela de Enseñanza Social de Galicia, que empezó en la ONCE -14 años, desde 1964- y acabó en Fenosa -de 1978 al 2000-. "De la oscuridad a la luz", bromea. "La empresa era el único sitio donde podrían trabajar las asistentas sociales en aquella época", explica y añade que empezaron gracias a "empresarios de buena voluntad", pero "con muchas limitaciones". Recuerda que la pionera en Galicia, "la que abrió camino a todas", fue la viguesa Ana María Soto Landeira, que se esforzó por mejorar las condiciones laborales y de vida de las empleadas de las conserveras de Massó, en Cangas e Bueu, donde entró en 1955. A partir de entonces, la figura de la asistente social se expandió rápido entre las grandes empresas. "Nos íbamos quedando en las empresas en las que hacíamos prácticas", señala.

"Habíamos salido de una postguerra y había mucho que recorrer en cuanto a bienestar social", relata Legerén. Estas profesionales "todoterreno" desarrollaron diversas coberturas sociales que variaban en cada empresa "según sus posibilidades económicas, la amplitud de miras de los empresarios...". Ana, por ejemplo, trabajó mucho en el plano de la educación. "Se facilitaban becas de estudios, colonias de verano para los hijos de los trabajadores, reuniones de orientación para asesorarles sobre qué hacer...".

La enseñanza de asistencia social era cosa de mujeres. Nina García no vio "ni un hombre" en los tres cursos en Madrid. Terminó en junio de 1969 y en septiembre entraba en Citröen gracias a un anuncio en Faro de Vigo. Fue la primera asistenta social de la planta y se prejubiló en ella hace seis años. "Me ayudó muchísimos que en Francia ya había un departamento social", señala y detalla que "informaba y asesoraba a todo trabajador que viniera pidiendo ayuda", además de participar en grupos interdisciplinares para becas o por enfermedades. "Fui muy feliz, porque es algo muy bonito estar ayudando siempre a los demás, aunque a veces sufres por que la problemática de la gente no te es indiferente", se sincera

Carmen Santos, de la promoción del 69 en la misma escuela de Santiago, entró en Industrias Frigoríficas del Louro (Frilouro) en 1970 y ya era la segunda asistenta social que pasaba por la planta de procesado porcino de Porriño. Destaca que, como el Estado no ofrecía cobertura social, eran las empresas las que se encargaban de proporcionarla. Pero no solo para sus empleados, sino también para sus familias y a buena parte de la población. Cuenta que en Porriño había asistentas sociales tanto en esta explotación ganadera como en Zeltia y ambas se encargaban de "atender a toda la ciudadanía".

Para ejemplificar la falta de cobertura social que había hace menos de medio siglo, recuerda que la atención psiquiátrica estaba fuera de la seguridad social. "Nuestra empresa, a través del fondo de compensación, cubría esos gastos", explica. Colaboraban mano a mano con el ayuntamiento, que les facilitaba los recursos que tuviera disponibles.

Carmen entiende que "el empresario no era como ahora, era más comprometido" y sostiene que fue algo que se fue perdiendo con la revolución industrial. Rememora la "cordialidad" con la que trataba a sus trabajadores José Fernández López.

Ya en democracia, la Administración fue asumiendo competencias y, con Felipe González en la presidencia del Gobierno, se descentralizaron los servicios sociales en los ayuntamientos. A medida que el Estado aumentaba su intervención en este campo, iba desapareciendo de las empresas y las trabajadoras sociales se pasaron también al ámbito público. Fue el caso de Carmen Santos, que primero pasó por el Concello de Lalín y, más tarde, por el de Pontevedra -como directora general de Bienestar y Educación-. "La empresa fue una escuela en organización y gestión, aprendí en ella más que en la escuela y me llevé la mentalidad de la rentabilidad, la eficacia y la eficiencia para aplicarlo en el sector público", subraya y reivindica el papel de precursoras de las asistentas sociales de la empresa.

También Mercedes Casqueiro vivió la transición entre el ámbito privado. En 1974 se incorporó a Alfares Ponte Sampaio (Pontesa), de fabricación de loza y, más tarde, se encargaría de estas labores para todo el Grupo de Empresas Álvarez. La peculiaridad era que, al ser un concello pequeño, las trabajadoras tenían que hacer cualquier tipo de gestión en Vigo y Pontevedra. Además, explica que "era una época en la que la mayoría tenía temor a reclamar ante la Administración". Para que no se tuvieran que desplazar, ella tramitaba las viudedades, orfandades, prestaciones... La gran mayoría de la plantilla eran mujeres, lo que condicionaba mucho los programas. Una de las conquistas en ese sentido, en colaboración con el comité, fue conseguir que las guarderías recogieran a los niños y los dejaran en la fábrica.

Al pasar al Concello de Vigo, en 1989, Mercedes percibió "mucha diferencia". "En la empresa la gente percibía un salario y, aunque fuera mínimamente, cubría sus necesidades, pero en la Administración te encuentras parados de larga duración, gente sin nada de ingresos....".

La presencia de las asistentas sociales en el ámbito empresarial, hoy, es prácticamente nula. Santos la reivindica. "La figura sigue teniendo sentido porque hay otras facetas, como cursos de formación para trabajadores o estudios de viabilidad y rentabilidad social", defiende y añade: "No debía desaparecer".