Manuel Alonso fue profesor pero no impartió clases en el Instituto Santa Irene. No participó tampoco en las obras o la puesta a punto del centro de Travesas. Ni siquiera estudió allí. Su firme convicción, sin embargo, de que el instituto jugó un "papel clave" en el desarrollo de una parte crucial de Vigo -formando a varias generaciones de vecinos, pero también por su peso en el urbanismo local- le ha llevado a volcarse durante casi dos años en desentrañar la crónica del Santa Irene.

En diciembre la editorial Cardeñoso publicó el fruto de esa ardua investigación bajo el título Instituto "Santa Irene" de Vigo, setenta años de historia. Su objetivo, explica el autor, ya con el libro en las manos, es desempolvar la historia del centro en su 70 aniversario. Como recuerda, el centro empezó a dar clases en el curso 1945-1946, pero la inauguración oficial no se celebró hasta septiembre del 46. Este volumen es su tercera obra. La primera fue una autopublicación, a la que le siguió poco después un poemario.

A lo largo de sus páginas Alonso -que tiene ahora 84 años- recuerda cómo nació el edificio, su contexto histórico o valor arquitectónico, y analiza la misión educativa que ha desempeñado el Santa Irene. En ese viaje lanza guiños a alumnos y profesores, en especial a cinco catedráticos que dieron clase en las aulas del centro: María del Carmen Ambroj e Ineva, Rufo Pérez González, Leónides de Carlos y Ardanaz, Xosé Luis Méndez Ferrín y Evaristo González Fernández. La lupa de Alonso se detiene también en cuestiones como las actividades extraescolares, los cambios en el sistema de educación o incluso el transporte colectivo que usaban los estudiantes hasta la década de los 60.

"El instituto transformó completamente la zona", recalca Alonso antes de señalar la "nobleza" del inmueble, obra del arquitecto Antonio Cominges Tapias. En su libro dedica un capítulo a retratar la huella que ha impreso el instituto "en lo cultural, social y urbanístico".

"En su primera etapa y las cercanas siguientes, así como también a partir de mediados de los años 60, la contribución del Santa Irene a la vida cultural y social de la ciudad fue muy grande, siendo notable el aumento que experimentó el nivel científico y formativo de la enseñanza en Vigo", valora.

Entre las paredes del instituto se celebraron conferencias, seminarios, citas culturales, religiosas y deportivas... "Todo lo cual proyectó sobre el emergente barrio de Las Traviesas, y por extensión sobre toda la ciudad, un tipo de vida cultural, docente y de ocio realmente destacado", reflexiona Alonso, convenido además de que el edificio fue decisivo en la expansión del municipio: "Se constituyó como epicentro para el desarrollo de la ciudad hacia el Oeste, convirtiendo dicha zona, hasta entonces un barrio periférico, en un nuevo e importante núcleo de la vida residencial y comercial de Vigo, hasta el punto de que la Plaza de América es la que ofrece hoy en la ciudad más salidas de arterias vitales".

Para ilustrar esa importancia, Alonso recuerda que muchos vecinos se reúnen allí para recibir el año nuevo, al son de las campanadas del reloj del instituto; o que ese es el punto de encuentro para celebrar las victorias del Celta.

Su crónica repasa los avatares del centro desde diferentes perspectivas. Recuerda las depuraciones políticas que siguieron a la sublevación militar de 1936, "conflictos" como el vivido a mediados de la década de los 70, cuando las clases se trasladaron de forma provisional a Coia mientras se realizaban obras en el Santa Irene; manifestaciones estudiantiles, la implantación del Bachillerato Nocturno a finales de los años 50 o cómo el instituto -tras un período solo como centro para chicos- volvió a ser "mixto" en el curso 1979/80 con la matriculación de 35 chicas. A lo largo de sus páginas el libro documenta algunos de esos momentos con diferentes fotografías.

El relato se remonta sin embargo a antes de la inauguración del instituto, hace poco más de 70 años, a finales del curso 1945-1946. Alonso recuerda cómo José Policarpo Sanz incluyó en su testamento algo más de 2,5 millones de pesetas a favor del Ayuntamiento para que construyera un colegio, cómo ese legado no se hizo efectivo hasta años después de la muerte del filántropo (1889), cuando en 1935 falleció su esposa Irene Ceballos o cómo los trámites para el proyecto no se retomaron hasta 1941, ya finalizada la Guerra Civil y a instancias del entonces alcalde Luis Suárez-Llanos Menacho, y más tarde se buscó un solar adecuado.