Apenas una hora después de que el tren hubiese volcado en la vía porriñesa, la cafetería de la estación y el primer andén de la misma ya servían de improvisado hospital. Un centro sanitario de emergencia en el que médicos, enfermeros y psicólogos atendieron durante prácticamente dos horas a más de veinte heridos que fueron llegando hasta las dos estancias mencionadas como buenamente pudieron: algunos a pie y otros teniendo que ser transportados en camilla.

Profesionales sanitarios procedentes de diferentes municipios y de diversas unidades médicas tomaron el control de la instalación por una mañana, aprovechando todo el espacio disponible para depositar maletines y materiales médicos que sirvieron para hacer una primera valoración de los daños sufridos por las víctimas.

El ambiente reinante era de nerviosismo. Muchos de los pasajeros que iban saliendo del tren se mostraban ya no sólo magullados en lo físico, sino también en lo psicológico. La respuesta por parte de los médicos se produjo de manera rápida, intentando no dejar a nadie atrás, pero también de forma concienzuda, con múltiples análisis siempre acompañados de preguntas para conocer hasta el detalle cuál podía ser el extremo de gravedad de cada traumatismo.

Mientras, los responsables de gestionar la cafetería mostraban una predisposición propia de las citas en las que se sabe que toda ayuda es poca. Al primer movimiento del mobiliario para habilitar espacio en el que se pudiese hacer hueco a los heridos, le siguieron multitud de peticiones por parte de personal sanitario y familiares de pacientes que fueron satisfechas, siempre son diligencia y amabilidad. Un hospital solidario e improvisado que permitió amortiguar las consecuencias de un accidente trágico en el municipio porriñés.