"Primero le recé mucho al Cristo para que mis mellizos salieran sanos, luego que nunca les pasase nada, después que crecieran bien, etc. Siempre hay motivos y razones para pedirle, pero luego hay que saber darle las gracias. Por ello estamos aquí". La familia Lama recuerda con estas palabras cómo comenzó su devoción por el Santo 27 años atrás. Creían en él pero no en la procesión. La buena salud de sus hijos acrecentó los motivos. "Tanto mis padres como nosotros no nos planteamos no venir, es una cita obligada, no faltamos nuca nunca", reconocen estos mellizos.

Esta es una de las miles de historias que se esconden detrás de cada devoto, fiel o simplemente creyente que participó ayer de la procesión de la imagen más venerada de la ciudad, el Cristo de la Victoria. Un cifra de asistentes ligeramente menor que la del año pasado, que rondó los 200.000 pero con la misma fe y apego al santo que desde los comienzos de su celebración.

Alcanzar a ver el interior o incluso la puerta de la Concatedral de Santa María en la tarde de ayer resultaba imposible. Decenas de cientos de personas se agolparon en la plazoleta con la idea de estar lo más cerca posible de l Cristo en su salida a procesión. Muchos tenían "cuentas pendientes" y promesas con el Santo que año tras año no dudan en saldar. Es el caso de una veintena de mujeres de la cofradía del Cristo de la Victoria, que cada año se engalanan en su mantilla y traje negro como símbolo de respeto y honor a la talla. "Con este ya son 30 los años que llevamos con la mantilla en la procesión. Hubo una época también que yo por lo menos lo hacía descalza, me iba echando agua de una botella cada poco tiempo, era muy duro, pero compensaba", reconoce una de estas mujeres. Otra recordaba emocionada su ofrenda. "Yo estuve muy muy malita, me tuvieron que operar en siete ocasiones de una dolencia y de todas salí bien. Por ello ahora hago el camino de la procesión hasta siete veces, en señal de agradecimiento al Cristo", apuntaba su compañera.

A pesar de que muchos vigueses con hijos pequeños decidiesen adelantar a la mañana el recorrido por motivos de calor y por la gran cantidad de gente en la tarde, lo cierto es que las familias al completo se contaban por cientos. Es el caso de los Gómez. Son naturales de Colombia sin embargo su fervor por el Cristo se remonta a la ciudad olívica.

"Llevamos aquí diez años y no hemos faltado ni una sola vez. Nosotros éramos ya muy religiosos en nuestro país y aquí en cuanto vimos la pasión por el Cristo de la Victoria nos enganchamos al momento, es más , nuestros hijos, que son pequeños también han sido inculcados en la fe y les gusta venir a la procesión", comentan, segundos antes que la carroza que porta la imagen pase por rotonda de O Berbés.

El fervor generacional que se respiraba durante el trayecto queda englobado en la familia Parga Viso. Tres generaciones de vigueses y fieles devotos del Cristo se reunió como cada fecha notable no solo para homenajear a su patrón sino también a modo de juntanza. "Desde que tenemos uso de razón que no faltamos, y las niñas también. Ya ni preguntan porqué venimos, o la historia del santo, las velas, etc. Están tan acostumbradas que ya saben que en agosto tenemos procesión", comentan los orgullosos abuelos.

Además de portar abanicos, cirios, rosarios, estampas y velas, muchos cargaban también zapatos. Cientos de personas decidieron realizar los más de seis kilómetros totalmente descalzos. No es por tradición, ni por devoción, sino por promesas, como es el caso de María y María Jesús, dos amigas que pasearon junto al Cristo sandalias en mano. "Venimos todos los años pero descalzas es la primera vez. Se trata de una promesa que hicimos por enfermedad y ahora tenemos que cumplir", recuerda María.

El calor y las cerca de tres horas que duró la procesión desencadenaron un mar de cansancio entre los fieles que llegaban de nuevo a la Colegiata. Las paradas en los bares o en un rincón de sombra hicieron más llevadero el peregrinaje.