Las aguas del Partido Popular de Vigo siguen revueltas. Aquella organización modélica por el número de militantes que congregaba -el mayor de Galicia- y sus notables resultados electorales, vive inmersa en el desconcierto. El origen del marasmo que sufren los populares hay que fijarlo en el verano de 2011, cuando la dirección provincial del PP y algún influyente elemento vigués forzaron en una operación relámpago el éxodo de Corina Porro tras no lograr la mayoría absoluta, pese a quedarse a un paso y tener que tragarse el sapo de la fusión de las cajas de ahorro, cuyo resultado está a la vista de todos.

Desde entonces, el partido de Alberto Núñez Feijóo no ha levantado cabeza en la ciudad en la que él dice vivir y conocer bien. Ha ido de fiasco en fiasco, aunque el 26-J le proporcionase un mínimo respiro al superar a En Marea en las generales. Magro consuelo para una formación con ADN de gobierno que ni siquiera es capaz de lograr una estabilidad interna y poner a punto su maquinaria para centrarse en el gran objetivo: recuperar la Alcaldía en 2019. La última piedra en el zapato la personaliza Javier Guerra, el exconselleiro de Industria, que dice aspirar a la presidencia del PP vigués.

La mejor expresión de esta situación extraña la refleja su dirección. Tras quedar excluido como candidato a la Alcaldía en un proceso tan chapucero como previsible, José Manuel Figueroa es un presidente en funciones que ya solo aspira al sosiego. Después de una vida en la pelea política, lidiando con unos y otros desde la cocina del partido, urdiendo tramas y desfaciendo entuertos, Figueroa rehúye los líos y las conjuras, esas que antes tanto le entretenían. Está pero como si no estuviera. No ejerce ni ejercerá. Solo espera con paciencia y sin ruido el relevo. Así que escucha a unos y a otros y no se pronuncia. Figueroa disfruta de su periodo zen.

Los militantes del PP, mientras, aguardan desde hace casi dos años el congreso que aupará a su nuevo líder. Y también espera Elena Muñoz, la exconselleira que fue empujada al ruedo vigués por Núñez Feijóo para lidiar con un miura como Caballero y salió seriamente corneada por las urnas. Con el apoyo del partido y la bendición compostelana del presi, Muñoz no debería tener problemas para tomar el poder. Es más, obtendría una victoria inmaculada a la que contribuiría la incomparecencia de rivales... Hasta que Javier Guerra ha decido entrar en escena.

"Herida abierta"

Los que han tratado con él últimamente comentan que el exconselleiro sigue "herido". El golpe que le dio Feijóo en 2012 cuando tras ganar las elecciones gallegas renovó la confianza de todo su equipo excepto la de Guerra sigue doliendo. Y mucho. "Javier es una persona muy valiosa, un tío serio, pero tiene un ego y un amor propio que lo matan. Tiene el complejo del primero de la clase y aquella destitución todavía lo tiene fastidiado. Hace poco hablé con él y aún se notaba ese cabreo", explica una persona importante del PP vigués.

La conversación fue provocada por Guerra con un solo propósito. "Cuando me llamó, me sorprendió, pero más cuando soltó la bomba: "Estoy pensando en presentarme a la presidencia del PP local y quería saber cómo lo ves tú y si doy el paso podría contar con tu apoyo". Yo le pregunté pero Javier, ¿por qué y para que? Y él me contó que creía que al PP de Vigo se le tenía que escuchar más en Santiago, que debía tener más peso y autonomía. Que debía ser respetado. Pero también me dijo otra cosa: él no estaba dispuesto a salir del partido como había salido, en alusión a su cese en la Xunta. Entonces comprendí que aquella herida seguía abierta", relata.

Las conversaciones que ha propiciado Guerra en las últimas semanas tuvieron como destinatarios a personas relevantes del partido significadas en los medios por mostrarse disconformes e incómodas con la deriva del mismo. "Javier me ha llamado a mí pero también a otra gente crítica con el partido. Por lo que yo sé, las respuestas han ido desde el rechazo a una medida ambigüedad", asegura otro militante que conoce bien la situación.

Sin embargo, Guerra ha ido más allá y con la propia Elena Muñoz. "Pese al silencio que en general ha recibido, Javier parece no rendirse y su intención también se la trasladó a Elena. En al menos dos reuniones le planteó la posibilidad de constituir un ticket, en el que él asumiría la presidencia y ella la secretaría general. Elena lo rechazó de plano, algo con lo que él ya contaría, pero creo que solo buscaba ponerla nerviosa", continúa la misma fuente.

Al porqué de ese amago hacia la pelea interna, un dirigente del PP vigués, que también solicita el anonimato, aporta otro argumento: "Javier no tiene nada que perder. Sus necesidades económicas están más que cubiertas. Él no necesita la política y yo creo que eso de la presidencia en el fondo es un farol. Al final no dará el paso, pero quizá con este movimiento se está garantizando su continuidad en Santiago como diputado. ¿Para qué? Ni idea, supongo que para nada. Su labor es nula, todo el mundo lo ve, pero debe querer continuar. Quizá para recordarle a Feijóo que él sigue ahí y que se irá solo cuando le dé la gana. Esto solo se puede entender conociendo la personalidad de Guerra, el altísimo concepto que tiene de sí mismo", concluye.

Sea real o un farol, lo cierto es que el exconselleiro ha sido uno de los factores que han llevado al PP a retrasar más el congreso, ahora hasta después de las elecciones autonómicas de octubre. "Algo influye, está claro. Es verdad que no tenía sentido hacerlo en vísperas de unos comicios, pero también que es mejor dejar que las aguas remansen y que Elena se presente como candidata única y sin división interna. Si se pueden evitar riesgos y conflictos, ¿para qué correrlos?", razonan en el PP local.

Debilidad

En todo caso, todos los consultados sí admiten que el "caso Guerra" evidencia "debilidad" en el liderazgo de Muñoz. "En otra época, por ejemplo con Corina, sería muy difícil que esto sucediese, y si así fuese, ella hubiera sofocado ese fuego muy rápido. Elena todavía tiene que convencer a mucha gente del partido que no ven claro que sea la persona idónea", comentan.

En lo que también coinciden todos es que en el caso hipotético -para la mayoría "imposible"- de que Guerra ganase la presidencia, no sería candidato a la Alcaldía de Vigo. "Se lo pregunté directamente, y me dijo que eso no, que una cosa es liderar el PP y otra ser candidato; que habría que buscar a otra persona porque él no estaba dispuesto a sacrificar los fines de semana, ese tiempo se lo iba a seguir dedicando a su familia. Entonces sí que aluciné en colores", asegura un cargo popular.

Quizá la batalla se quede en escaramuza, pero en ese caso habrá que ver si el exconselleiro recibe algún premio por renunciar o si, hartos del pulso, en Santiago sólo esperan el momento adecuado -quizá tras las elecciones autonómicas- para zanjar una relación propia de machos alfa. "Aunque sabe que la pelea la tiene perdida, Guerra va a a seguir dando guerra. Hasta cuándo es otra historia", resume una persona que compartió con él años en la corporación viguesa.