Nelson Villalobos ha regresado a casa. En verdad a su otra casa. Porque el artista nacido en Cumanayagua (provincia de Cienfuegos) en 1956 es un vigués más, cuyas obras ocupan privilegiados espacios de la ciudad, como las medianeras de las calles Martínez Garrido y Blein Budiño, la entrada del Concello de Vigo o el acceso a la sala del consejo del Puerto. Pero Nelson tras media vida fuera de su país natal ha decidido volver a él por un tiempo. "En Cuba se están produciendo cambios trascendentales en el ámbito económico, social y cultural y yo sentí la necesidad de estar aquí para ser testigo de ello. Para asistir a un momento histórico en la isla", explica.

Curioso empedernido, sensible al mundo -no sólo el artístico- que le rodea y siempre en movimiento, Villalobos hizo las maletas, en las que por supuesto no faltaron los lienzos, las botes de pintura y un abultado paquete de libros, y voló a La Habana. "Yo soy cubano, siempre he conservado mi casa y me he cuidado mucho de conservar la residencia. Ahora quería estar aquí, pero eso no quiere decir que haya decidido dejar España. Mi intención es vivir a caballo entre la isla y Vigo", tranquiliza.

Tras acondicionar su vivienda habanera para transformarla en una amplia casa estudio, Nelson se ha puesto a pintar y al hacerlo admite que pese a la distancia Vigo sigue muy presente en su obra. "Mis primeros cuadros aquí son una continuidad de lo que estaba haciendo en Vigo. Los azules que estoy pintando ahora no son cubanos, sino vigueses, colores atlánticos. Yo soy un pintor de sitios, los espacios me producen vibraciones, encuentros... y a partir de ahí trabajo", revela

La Habana está siendo para Nelson un lugar de encuentro y de reencuentros. Con una parte esencial de sí mismo que quizá había arrinconado después de tantos años fuera de su país. Y también con amigos -como su apreciado Emilio-, afamados colegas -Segundo Planes, René Francisco, Ponjuán, Cacho, Fabelo, Sosa Bravo o Moisés Finalé- e incluso con antiguos alumnos a los que impartió clase en el ISA, la Universidad de las Artes, cubanos hoy ya no tan jóvenes que le paran por las calles y le abrazan con el entusiasmo y la emoción propios de quienes han visto a un renacido.

Tiempos de cambio

La metamorfosis que está experimentado la isla -con una apertura económica, la proliferación de pequeños negocios privados, el consentimiento de cierta propiedad privada, el desbloqueo de las relaciones políticas y comerciales con EE UU, el aluvión de millones procedentes del extranjero para invertir en proyectos hoteleros o inmobiliarios...- también se percibe en el ámbito cultural.

"Cuba nunca ha perdido la pujanza cultural en el mundo, siempre ha sido un foco para América, pero en estos momentos la isla es el motor de una movida social y cultural increíble. En los pocos meses que llevo en La Habana, he visto al Papa Francisco y a Obama, pero también hemos tenido el concierto de los Rolling Stones, los rodajes a unas pocas cuadras de mi casa de películas de Hollywood o incluso el desfile de Chanel en el paseo de Prado. Y eso es solo el principio. En lo que afecta al mundo del arte, que galeristas y compradores norteamericanos o mexicanos se vienen acá en busca de obra", razona.

En su caso particular, Villalobos cree que esta nueva experiencia vital -en la que le acompaña su hijo Pablo- no se traducirá en un cambio sustancial en su obra, sino más bien en un regreso a los orígenes. "Lo que haré es reorganizar la simbología, la temática, la manera de trabajar, la hechura de los años 70. Recuperar todo ese mundo que es mi esencia y proyectarlo de nuevo. Este proceso, por cierto, se inició casi sin yo saberlo en Vigo, hace unos meses cuando empecé a revisitar una obra mía que llevaba muchos años guardada, que estaba ahí, dibujos en cajones, seguramente esperándome paciente a que llegase este momento. Y ha llegado".

Los proyectos inminentes de Villalobos pasan por una gran exposición tras el verano en La Habana, en donde no cuelga obra desde hace 30 años, y otra en México. Y, por supuesto, pintar. Cada día. Desde el soleado salón de su casa. Con las ventanas abiertas. Y la mente despejada. Atento, como diría su añorado amigo Carlos Oroza, a la llegada del canto. Un canto que vendrá envuelto en el color. Y si el poeta caminaba Vigo en busca del aliento poético, a Nelson ese canto lo sorprenderá ahora en el corazón de La Habana con el pincel en la mano.