Maestro Poch. Ramón, amigo. Puedo ver que, hoy, incluso las figuras de Tintín en tu despacho lloran. Uno espera que nunca le lleguen noticias tan terribles. Pero esta tarde tuvo que ser; y no podemos evitar hacernos las mismas reflexiones que, aún tópicas, nunca nos dejaremos de plantear. Y empiezo a preguntarme por qué...Pero esa pregunta, amigo mío, ni siquiera tú la podrías responder.

Cuento por cientos los compañeros que darían lo que fuese por disponer hoy de este espacio para poder decirte adiós. Tengo la funesta fortuna de ser yo quien pueda poner palabras a la admiración y respeto que hemos sentido por ti todos estos años. A tu sabiduría ilimitada, y a tu infinita bondad con todos: compañeros, clientes, jueces, fiscales, funcionarios. Cuando uno es excepcionalmente bueno en su profesión, y además jamás recibe una mala palabra, no cabe duda de que estamos ante un hombre extraordinario.

Quiero recordar, ahora, la pasión que tenías por tu trabajo y por tu familia: tus hijos, tus nietos, tu mujer... Esos que tuvieron la suerte de compartir al hombre extraordinario. Sentíos afortunados aunque el dolor no os deje.

Ramón, fuiste el sentido común y la clarividencia, el estudio y la intuición, la humildad y la confianza en uno mismo. Tu reflexión te llenaba de razones con las que tu palabra desarmaba todo argumento en contra. Fuiste, y esto es lo que más te agradezco, un orgullo para la profesión. ¡Cuántas veces hemos hablado de la profesión en tu generación y en la mía! ¡Cuánto me has enseñado, Ramón!

Adiós, Ramón, amigo y maestro. Buen viaje. Sit tibi terra levis. Y ten por seguro que cada minuto de mi profesión estará acompañado de aquel mantra "¿y, en este caso, qué haría Ramón?"

*Abogado