Su historia es la de cuatro décadas de vinculación con la actualidad a través de la prensa y de la tertulias que los vecinos se han acostumbrado a celebrar alrededor de su quiosco. Edelmiro Rodríguez Rodríguez regenta una de las últimas casetas de venta de periódicos y revistas de la ciudad y a finales de mes se despide de su fiel clientela. Y con él, la instalación, que integra el paisaje de la plaza de España desde hace casi 33 años.

Edelmiro Rodríguez en el interior de su quiosco, que dejará a finales de mes. // R. Grobas

Edelmiro es un emprendedor que tuvo muy claro que, si quería trabajar, tenía que recurrir al autoempleo. Postrado en una silla de ruedas por una poliomielitis sufrida en su niñez, a finales de la década de los 70, no podía confiar en que alguien le diera trabajo. Como se le daba bien tratar con la gente, pensó en un puesto de prensa. Recorrió los 11 kilómetros desde su vivienda en Candeán y se plantó en la plaza de España. Ya nadie pudo moverle. La Policía lo intentó y con insistencia. Era un puesto ilegal. Al final, "claudicaron". La lluvia también se lo puso difícil, pero, al abrigo del muro de la Finca Lorenzo, colocó un plástico, y allí permaneció 8 años. Los mismos durante los que luchó porque el Ayuntamiento le concediera autorización para montar el quiosco. Siente un profundo agradecimiento hacia el empresario Ramón Fernández-Naray, a cuyo intercesión atribuye la licencia. Lo inauguró el 24 de septiembre de 1983 y lo bautizó con el nombre de la hija que acaba de tener, Raquel.

La ubicación, en una de las entradas de la ciudad, lo ha convertido en guía habitual de foráneos desorientados y le ha hecho vivir muchas manifestaciones y sentir "miedo" en las más conflictivas.

En estos años, recuerda como momentos especiales la "avalancha" de periódicos y de clientes el 23-F o cómo se agotaban los ejemplares con la Lotería de Navidad cuando no había internet. Con las grandes victorias del Celta también tenía la venta de todos ellos garantizada. En los buenos tiempos, llegó a vender más de 200 ejemplares al día. Ahora, no llega a la mitad. "Desde que los chavales empezaron con los móviles...", atribuye. Es uno de los motivos por los que lo deja dos años antes de la jubilación. "Ya no da", lamenta y apostilla: "FARO es el único que aguanta".

Sabe que lo que más va a añorar es el contacto con la gente. "Más que clientes, son amigos", resalta. A muchos, los conoce por el nombre y, solo con verlos acercarse, ya va preparando el ejemplar de la cabecera por la que opta cada uno. Ellos también están apenados. "Llevo cerca de 28 años comprándole y lo voy a echar mucho de menos, es una maravillosa persona, siempre con una sonrisa", cuenta Luz Varela. Y es que Miro tiene una máxima: "Si salgo de casa enfermo aquí me curo. No puedo poner mis problemas sobre el mostrador".