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Setenta años impartiendo afecto

Las maestras Sor Dolores y Sor Josefa, de 93 y 94 años, recibirán un homenaje a cargo de sus ex alumnos del Niño Jesús de Praga por su dedicación en el aula y servicio al necesitado

Sor Dolores y Sor Josefa, de 93 y 94 años, en el colegio vigués "Niño Jesús de Praga". // Marta G. Brea

"Juntar la clase de los niños pobres con la de los pudientes fue sin duda la mayor satisfacción y el mejor recuerdo que guardamos de estos 70 años en el colegio". Sabían que su llegada respondía a una situación límite: pobreza, falta de alimentos, y ningún estigma de escolarización. Sor Josefa y Sor Dolores fueron enviadas desde Castilla-León hasta el centro que las Hijas de Vicente de Paul fundaron en 1903 en el Areal, en ese momento conocido como el asilo del Niño Jesús de Praga, donde acogían a huérfanos. Ambas son maestras y su traslado alegaba razones tanto educativas como humanitarias.

Enseñaron al analfabeto, alimentaron al hambriento, vistieron al desnudo y cuidaron del necesitado. Por sus manos pasaron varias generaciones de niños y niñas de la ciudad de Vigo y ahora son estos mismos escolares ya adultos los que rinden homenaje a las que fueron sus primeras maestras. Será el próximo 7 de mayo cuando un centenar de ex alumnos del colegio Niño Jesús de Praga se reúnan nuevamente en el patio de dicho centro para agradecer a ambas religiosas su incansable labor humana y todo el cariño entregado a lo largo de estos años.

A sus 93 y 94 años respectivamente, los rostros de Sor Dolores y Sor Josefa irradian felicidad, tranquilidad por el deber cumplido. Aseguran que cada una de sus arrugas fue provocada por una gran sonrisa, "la de ver a un niño con sus primeros zapatos, con una zamarra nueva o un simple abrazo; no hace falta nada más para hacerme sonreír", reconoce Sor Dolores. Echando la vista atrás, admite que ni ella ni su amiga "Pepa", como llama cariñosamente a Sor Josefa, tuvieron unos comienzos fáciles.

Para conocer su historia hay que retroceder al 1940, cuando Sor Josefa dejaba su Zamora natal y arraigaba en los arenales del asilo Jesús de Praga. "Como el mar y la playa estaban tan cerca, era normal que el agua nos entrase dentro de los muros, nunca pensé encontrarme algo así", relata la hermana. La pobreza con la que se encontró también la marcó desde un inicio. "Sabía que tendría mucho trabajo aquí. Había muchos niños y la gran mayoría de ellos no tenían qué comer, qué vestir o quién los cuidara porque su padre estaba en la mar y su madre trabajaba en las conserveras", añade.

Además de facilitar pan y ropa a personas sin recursos, Sor Josefa entendía que la educación era fundamental, por ello y por su condición de maestra comenzó a impartir clases a los niños. Sin embargo las subvenciones en aquellos momentos no existían y era imposible financiar la educación de todos aquellos escolares.

Así que decidió separar a los niños en dos grupos: los pudientes y los más pobres. Sor Josefa se encargaría de éstos últimos pero hacía falta otro hombro sobre el que sostener el proyecto iniciado por las Hijas de San Vicente de Paul. Y así, en 1943 Sor Dolores dejó Palencia y fue destinada a este albergue para ayudar en las labores de cuidado y escolarización. "Me dijeron "usted se va a encargar de los niños de pago". Así lo que obteníamos de esas familias lo destinábamos a los que no tenían nada", comenta esta religiosa.

"Recuerdan mi famoso potaje"

Dicho y hecho. Cada niño descalzo, sin recursos o sin nadie que lo cuidase que se acercaba hasta el colegio en Areal se marchaba feliz. "Esto parecía más una guardería, muchos padres llegaban con sus hijos a las 8 de la mañana porque se iban a trabajar. Se quedaban con nosotros muchas veces hasta las 23.00 horas. Era muy sacrificado, pero nunca me arrepentí ni tuve dudas sobre lo que estaba haciendo", añade Sor Dolores, quien reconoce que el almuerzo era uno de los momentos que más risa le provocaba. "Verlos comer daba gusto, casi hasta se atragantaban de lo rápido que lo hacían pero es que te decían que ésta sería su única comida del día. Yo les hacía mucho pescado con chicoria, era lo que había pero no rechistaban, no como los de ahora que son más protestones", bromea esta hermana, felicitada en más de una ocasión por sus famosos potajes. "Hay ex alumnos que me han dicho que nunca probaron uno como el mío", añade sonriente.

Aseguran que nunca dejaron a ningún niño sin algo que llevarse a la boca o sin lo que cubrirse. "Les hacía a muchos bocadillos con un queso que venía de América que ya no recuerdo cómo se llamaba y se iban felices", relata Sor Josefa. Tanto ella como su amiga visitaban a menudo puerta por puerta todas las viviendas las barrio pidiendo ayudas para su centro. "Había muchísima necesidad y ninguna de las dos éramos capaces de decirle que no a un niño. Pasábamos nosotras sin comer por que ellos estuvieran bien", apostilla Sor Dolores.

Los años fueron pasando, las mejoras llegando hasta que sucedió lo que ambas señalan como "el mejor recuerdo de nuestra vida". "Juntar las clases de los ricos y pobres fue la mayor alegría que recibí en mi vida. Recuerdo que me emocioné y si vuelvo a pensar en ello me vuelve a pasar. De repente todos eran iguales", cuenta Sor Dolores.

Este momento marcó un antes y un después en la vida de las dos hermanas quienes afirman que los años siguientes fueron mucho más "llevaderos".

"La mayor tristeza que teníamos en aquel entonces era ver a los niños que lloraban cuando sus padres los dejaban aquí. Pasamos de llorar por verlos a ellos tristes a llorar al verlos marcharse del colegio cuando son mayores", señala, casi entre lágrimas también, Sor Dolores.

Su memoria, la igual que la de "Pepa", atesora recuerdos no solo propios sino de miles de vigueses que pasaron por sus aulas y que a buen seguro guardan un huequecito en su corazón para ellas, sus primeras profesoras.

"Lo más importante y por aquello por lo que ha merecido la pena el sacrificio y la lucha es ver que todos han salido adelante, han prosperado y que son felices en la vida, ¿puede haber mayor regalo?", aseguran ambas. "Aún ayer-por la semana pasada- vinieron unas antiguas alumnas a las que, parece ser, les dimos de todo hace muchos años. Bueno, pues vinieron a traer unas manzanas de su huerta, afirmando que era también su bien más preciado. Cosas como ésta te alegran la vida y te hacen sentir orgullosa de lo que has hecho", alega, satisfecha Sor Josefa.

La jubilación no las apartó de los quehaceres en el centro. Sor Dolores ayudó en el comedor hasta el año pasado, cuando los años, no las ganas, la obligaron a dejarlo. Por su parte, Sor Josefa ayuda en labores de costura y preparación de eventos y fiestas en el cole. Ahora ellas serán protagonistas de una.

Enseñar a leer a los pequeños a través de FARO

  • La miseria y dificultades que ahogaban a muchas familias en el Vigo de los años 40 y 50 no era capaz de tapar la sonrisa y optimismo de los más pequeños. Muchos niños que no tenían libros aprendían a leer por medio del diario decano y les gustaba pensar que algún día podrían salir en él. "Recuerdo una vez tres hermanos que estaban preocupados porque su padre se iba al mar por muchos meses y me decían: "bueno, si le pasa algo malo siempre podremos salir en FARO". Era un poco bruto pero lo decía bromeando", comenta Sor Dolores mientras ojea el periódico.

"Con una palma da calmabas a 70; ahora no puedes con 25"

  • Las aulas de párvulos del colegio Jesús Niño de Praga fueron prácticamente su hogar durante casi cincuenta años. Son junto a la pequeña capilla su rincón favorito del colegio.Por esos pupitres pasaron miles de niños que tuvieron la oportunidad de educarse con las enseñanzas tanto formativas como morales de ambas hermanas.Reconocen que la educación ha cambiado mucho desde que ellas empezaron a ocupar la mesa grande en dicha clase, donde ejercieron como maestras. "Yo recuerdo que antes dabas una palmada y los 60 o 70 niños que tenías se quedaban quietos y ahora no son capaces de controlar a una clase de 25", bromea Sor Josefa, quien añade que considera mucho más agradecidos a los niños de antes que a los de ahora. "No sé si era por la educación o por la situación pero en mis tiempos los niños valoraban mucho más las cosas. Ahora protestan una barbaridad y se quejan mucho", comenta la hermana.El cambio generacional no solo afecta a los escolares sino también a sus progenitores. Sor Dolores recuerda que en más de una ocasión alguna madre llegaba a buscar a su hijo a la escuela y preguntaba cómo se había portado el niño. "Como le dijeras que mal, la que le esperaba en casa. Nosotras siempre decíamos que se portaban bien ,claro, pero ellas nos daban permiso para reñirles o castigarles. Ahora ya no, se volvieron demasiado protectoras", reconoce esta religiosa."Nos dejan un listón muy alto"Su paciencia y ternura son dos cualidades que sus ex alumnos más destacan de ellas. Y también las actuales profesoras del centro. Elena Pérez, una de estas tutoras, admite que ambas hermanas "nos han dejado el listón muy alto. Más que enseñar o impartir lecciones, ellas buscaban el cuidado del niño. Cualquiera puede enseñar matemáticas o lengua pero lo importante en un profesor es que sepa educar. Los niños no son tontos y dan más cuando se les exige por cariño, no por carácter", explica la docente del Niño Jesús de Praga.Los castigos sí que no han cambiado tanto. "El viejo truco de ponerlo mirando contra para la pared lo utilizábamos al principio y también al final de todo. Sentarlo en una silla alejado de sus compañeros también funciona, pero es que son niños de 3 o 4 años, qué otro castigo vas a ponerle. Está bien enseñarle, pero que la reprimenda sirva para algo", destacan las castellanas.

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