"Taki es un adolescente de Manhattan que escribe su nombre y su número de calle en todas partes. Él dice que es algo que tiene que hacer". Así comienza un artículo del New York Times de 1971 sobre Taki 183, un seudónimo bajo el que escondía el que muchos consideran el precursor del grafiti. Comenzó entonces un movimiento ilegal que hoy en día ha alcanzado el reconocimiento de disciplina artística.

Algunas de aquellas ideas del arte callejero perduran hoy: quien pone la firma sobre un muro de convierte en su dueño. Si otro grafitero dibuja sobre él, el primero tiene la potestad, casi la obligación, de arruinar ese dibujo con su firma. Esta norma la llevan a cabo algunos grafiteros de la ciudad que deciden dejar su huella en el mayor número posible de paredes. Sumados a los vándalos, que simplemente buscan protagonismo, llenan la ciudad de pintadas.

Pero la mayoría de artistas ya no defienden esas normas. "Nosotros respetamos cualquier obra artística, la propiedad privada y los materiales nobles", explica Ruy Man, miembro del Colectivo Ewa, encargado de pintar muchas de las medianeras de la ciudad. Lo hacen de forma legal, a través de un proceso abierto por el propio Concello para embellecer la ciudad, por eso no entienden por qué "hay gente que se empeña en seguir haciendo firmas de manera ilegal en lugar de aprovechar esta oportunidad". Quien habla es M. Puhinguer, autor del homenaje a la poetisa María del Carmen Krukenberg que ha sido atacado varias veces. Antes de ser inaugurado ya tuvo que ser reparado en tres ocasiones. "Me parece lamentable", reconoce Puhinger. No esconde su enfado ante el vandalismo que sufre tanto su obra como la de otros artistas. "Y me fastidia más porque se trata de un homenaje a una persona, una mujer que defendió la libertad con la palabra, que tiene un significado para Vigo, para Galicia y para la poesía en general... Me parece una falta de respeto a ella", espeta sin vaguedades.

Pinturas como la suya han transformado lugares poco transitados en un reclamo de la ciudad. "Antes daba cosilla pasar por aquí porque era una zona sombría, que podías encontrarte a gente que no te daba buena espina, pero ahora está muy bien, incluso te anima a venir por aquí", confiesa Susana Alonso, vecina de Camelias, antes de subir las escaleras de la rúa Quixote decoradas por Pelucas. El cambio lo disfrutan tanto los vigueses como los turistas: los primeros encuentran un motivo de deleite diario, los segundos un atractivo más en la ciudad. "Ahora viene incluso gente a hacer fotos", asegura José Manuel Alonso, otro residente de la zona.

Las primeras firmas que afean el mural ya han aparecido sobre este muro. Los vecinos lamentan que iniciativas "tan buenas" que "ponen la ciudad mucho más bonita" sean estropeadas "por unos pocos".

Solucionar el problema pasa para los artistas por la educación y la concienciación de lo público como pertenencia. "Todos los vigueses somos dueños de las obras artísticas y tenemos que ser conscientes de que hay que defender nuestro patrimonio", señala Antonio Pulido. El pintor añade que el abrazo de la ciudad al arte es palpable, ya que las piezas se han integrado como referentes.

Penalizar al culpable

Puhinger, como otros de sus compañeros de profesión, opta por evidenciar públicamente a los irrespetuosos con el arte: "La multa económica no sirve para nada, no hay nada que te duela más que limpiar tus propios murales". Esta opción no se suele dar, ya que los procesos judiciales se demoran y los responsables del patrimonio dañado suelen arreglarlo antes. En 2006, en Ourense, un juez sí escogió una medida similar y sentenció a dos jóvenes menores de edad a realizar tareas de limpieza del mobiliario público, trabajos en beneficio de la comunidad, para cumplir su pena. De las 700 medidas impuestas en Galicia en 2014 a menores de edad solo el 9% corresponden a este tipo de servicios. La ley recoge esta opción, pero deben darse algunas condiciones, como que el culpable acepte realizar dichos trabajos. El año pasado en Vigo 30 personas cumplieron este tipo de penas.

Son las administraciones, principalmente los Ayuntamientos, y otras entidades como las ONGs, las que se encargan de ofrecer plazas, que no siempre son suficientes y se corre el riesgo de que la pena impuesta se quede sin cumplir. Las labores nunca pueden sustituir un puesto de trabajo, sino que son complementos. Los expertos aconsejan que estén relacionadas con el delito cometido para que el nivel de concienciación y de restitución del daño causado sea mayor.