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De soldado del Reich a partisano con parada en Vigo

Un libro relata la experiencia de Kukla, miembro del ejército alemán en la II Guerra Mundial, y su paso por la ciudad con la Legión Cóndor

Imre Kukla, con una de las noticias que firmó su padre como periodista. // Jorge Santomé

El autor de la monumental crónica autobiográfica sobre la crueldad en los campos de concentración nazis Si esto es un hombre, Primo Levi, sentenciaba: "No es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos... ¿Quién hablará?"

Vigo mantiene un fuerte vínculo con una de las voces que da testimonio del desvarío que contagió a la Alemania del Tercer Reich y las atrocidades de la II Guerra Mundial: el soldado germano Hanns Oswald Kukla, nacido en 1914 en Beuthen y que falleció en 1956. Con apenas 21 años, Kukla fue arrancado de su Silesia natal e incorporado al departamento de Noticias y Comunicaciones del Ministerio del Aire del Tercer Reich (RLM), donde empezó un periplo de nueve años de vida militar que lo llevó por toda la geografía alemana, España, Rusia e Italia y que lo convierte en testigo de excepción de la Europa en guerra. Tras una breve reclusión en una cárcel nazi, desertar y sumarse a los partisanos, Kukla se desplazó a España y se casó en Vigo, en 1946, ciudad que ya había visitado años antes con la Legión Cóndor. En España ejerció como periodista para, entre otros diarios, El Pueblo Gallego o Faro de Vigo. Entre 1933 y 1946 anotó reflexiones, experiencias y conversaciones en una serie de diarios que su hijo, Imre Kukla, acaba de autoeditar con el título ¡Tenía que suceder así! El libro se revela un genuino canto antibelicista, de amor a la libertad y la fraternidad.

La obra arranca en los años de juventud de Kukla -en los 30, en Riesengebirge-, cuando trabajaba como agrónomo y forestal. Tras ser movilizado y cumplir un breve período de recluta, fue destinado a la RLM de Postdam-Eiche. Su escepticismo sobre lo que entonces ocurría en Alemania queda patente en sus anotaciones, en las que ya critica con amarga ironía la parafernalia militar. En 1937, tras tener que asistir como soldado a un desfile en Berlín por el cumpleaños de Hitler, describía en su cuaderno el triste espectáculo: "Una caravana de coches relucientes y en su gordo Mercedes, el Führer. En uniforme amarillo chillón, su pétrea cara huesuda, brutal; arrogancia en la mirada y también en la mueca de su boca. Fue como una leve ducha fría para mí. Su cara parecía estar lista para convertirse en la de una fiera iracunda. De vez en cuando elevaba su brazo, quizás tuviese una barra de hierro dentro de la manga".

Poco después, en 1938, sus superiores destinaron a Kukla a España con la Legión Cóndor, a la que acompañó como integrante civil de un comando de noticias y comunicaciones. Con ellos recaló en Vigo, urbe de la que declara enamorarse y a la que regresó en el 39, antes de embarcarse rumbo a Berlín.

Poco después de tomar el buque que lo llevaría de las Rías Baixas a Hamburgo, confesaba en su diario: "Pasé largo rato en la cubierta de aquel barco que me alejaba de Vigo, apoyado en la baranda, mientras las luces del puerto aún fueron visibles. Mi corazón quedó en aquella tierra. ¡Pero yo iba a volver! Me imaginaba como en otro barco, doblando en Cabo Home, empezaría a ver de nuevo el familiar cuadro de la ría: la ciudad con sus pueblos de alrededor, adentrándose por los valles como brazos de un animal marino. Si llegase de noche, reconocería al momento qué luces eran las de Cangas y cuáles las de Samil; dónde estaba Moaña y dónde Alcabre. Como si se tratase de mi tierra."

Estallido de la guerra

Sus planes de un pronto regreso a Vigo se vieron frustrados, sin embargo. En el 39, cuando estaba a punto de licenciarse en el ejército, estalló la Segunda Guerra Mundial y fue destinado al departamento de Noticias del Ministerio del Aire. Allí el joven tuvo acceso a los teletipos de los corresponsales de la DNB -Deustches Nachrichtenbüro-.

"Conocía todas las noticias, incluso aquellas que debieran ser censuradas", recuerda Hanns, quien también relata, horrorizado, cómo se evacua a los polacos de Prusia Occidental. En sus textos, queda patente el miedo que había en la población germana a pronunciar cualquier comentario "desafortunado" y ser delatados por espías a la despiadada Gestapo. Su objetivo a partir de entonces fue acudir al frente, donde quería ejerce como testigo de la barbarie: "Seré un recopilador de hechos, que irá visualizando para sí, callada y sistemáticamente, con la intención de publicarlo algún día", anotó en su diario.

Ese espíritu y mentalidad crítica, sumados a los frecuentes "encontronazos" con sus superiores, terminaron abocando a Kukla a la cárcel. En 1941 escribió y distribuyó un puñado de copias de un panfleto con un tono marcadamente crítico por el que fue llevado ante un tribunal militar. La condena: tres meses de prisión en la cárcel de Tourgau y la degradación -entonces Hanss tenía el grado de suboficial-.

Al salir, regresó a su antigua unidad en Postdam-Eiche, en Berlín. De aquella época es la siguiente anotación: "Los hombres han dado su confianza ciega a un secuestrador de una nación, a un delincuente, a un loco en el mejor de los casos". Poco después Kukla logró que lo destinasen al frente. En enero de 1942 llegó a Rusia. Al cabo de año y medio se trasladó a Italia.

Ya en Wjasma y sobre todo en las diferentes ciudades de Italia en las que estuvo, Kukla dejó constancia en sus diarios del avance de los Aliados y el repliegue del Eje. Una realidad que se palpaba en Alemania y en las propias tropas. "En 1943 comenzaron a prodigarse de una manera alarmante las deserciones. Casi diariamente desaparecían soldados", señala. En esas fechas la unidad de Kukla -instalada en Lombardía- recibió la orden de trasladarse a Rumanía. El joven toma entonces una resolución clave: abandonar el ejército.

Provisto de papeles falsificados, en el verano de 1944 Kukla deserta. Durante el traslado de su unidad en tren, él aprovechó una pequeña parada para ocultarse. "En media hora sería libre como un pájaro; y un delincuente. El patio gris de una cárcel, una salva de seis fusiles... Este era el destino que pendía sobre mi cabeza", reflexionaría después. Durante meses vagó por Italia hasta que, a bordo de un autocar, en el Valle de Aosta, lo interceptaron los partisanos. Tras juzgarlo, le permitieron unirse a ellos. Allí, en Italia y como rebelde, asistió al colapso del Tercer Reich.

Al terminar la guerra Kukla volvió a España, donde formó su familia. Murió en Inssbruk, en 1956, con 44 años, tras sufrir un accidente mientras esquiaba.

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