Julio González puede estar actualmente entre los vigueses más veteranos y fieles a la bicicleta como medio de transporte habitual en Vigo. A sus 62 años de edad, confiesa que lleva 20 yendo a trabajar a Citroën. Lo hace cada día desde el corazón de la urbe, Alfonso XIII, y emplea tan solo 15 minutos en llegar a la factoría. "La bicicleta es de una anarquía preciosa, y por eso me encanta y la utilizo", afirma.

El apego a la bicicleta y la confianza en sus gemelos como fuerza motriz es ya de tal calado que se ha desecho incluso de su coche. "Lo vendí hace un año porque no lo utilizaba; lo tenía parado", justifica.

En camisa, corbata y una mochila a su espalda, Julio González alterna el pedaleo sobre el asfalto de Pi y Margall o Fragoso, con "atajos" peatonales. "Yo, por ejemplo, paso por Príncipe, pero a unas horas que apenas hay viandantes y siempre con cautela. En 20 años no tuve ningún incidente", subraya. En su bolsa lleva siempre algo de ropa, jabón, desodorante y toallas húmedas. "No llego sudado, ya que el esfuerzo no es muy importante, pero siempre llevo cosas de aseo por lo que pueda pasar", razona.

En el trabajo hay ya quien ahora le tiene cierta envidia. "Antes me decían que era un loco, pero ahora me dicen que tengo mucha suerte de no tener que pagar gasolina", comenta en broma.

Él, como muchos de los ciclistas habituales, se saca la licencia de la Federación Gallega de Ciclismo. "Por 60 euros al año te incluye un seguro a terceros y te dan asistencia en viaje", destaca. Y, aunque reconoce que nunca tuvo que acudir a él, lamenta que los ciclistas todavía no están del todo seguros sobre el asfalto. "Hay algunos conductores que hacen el cafre, pero también ciclistas. Todos tenemos que concienciarnos de que ambos modos de transporte deben convivir. Nosotros respetando el reglamento, y los conductores, asumiendo que el ciclista es uno más en la carretera. Falta todavía educación para que se nos deje de ver como un estorbo", considera este experimentado vigués.