-¿Pensaban que iba a funcionar tan bien?

-Pensábamos que iba a ir bien, pero no tanto. Va mucho mejor de lo esperado y en tan solo dos cursos que llevamos ha tenido una acogida muy buena, tanto por parte del profesorado como de los padres y de los alumnos, que se han implicado a fondo.

-Lo han asumido como un proyecto común de todo el centro.

-Efectivamente. Los alumnos son partícipes de cómo crece la escuela con este proyecto, lo ven como una aventura grupal donde la clase tiene que responder a un desafío: comunicarse mejor.

-¿Cuáles son sus objetivos?

-El principal es la inclusión social y mejorar la convivencia de los alumnos en el día a día, que puedan escoger con quien jugar independientemente de la lengua que utilicen. Si bien antes la integración era bastante buena al ser un centro de referencia, sí es cierto que en los momentos lúdicos los sordos y oyentes se solían separar. Ahora no.

-Entonces, la convivencia es más estrecha.

-Mucho más e incluso el alumno sordo tiene un valor añadido porque destaca en esta materia y aumenta así su autoestima.

-¿Ha mejorado también la sensibilización hacia la sordera?

-Los niños tienen ahora más conciencia cívica de lo que es esta discapacidad. Y el proyecto no se queda solamente en enseñarles el lenguaje sino que también se les explica, por ejemplo, los diferentes tipos de sordera.

-¿Sirve asimismo para concienciar más a los niños, y también a los adultos, ante otro tipo de discapacidades?

-Yo creo que sí. Aunque en un futuro no recuerden todo lo que han aprendido, sí les va a quedar la sensibilidad de ponerse en el lugar del otro y la capacidad de aprender algo nuevo para mejorar la comunicación y la convivencia.