Cuando a Antonio Vázquez se le pregunta cómo se embarcó en la Eastern Telegraph Company -la ETC, conocida en Vigo como "Cable Inglés"-, empresa de telegrafía en la que trabajó durante década y media hasta que, en 1969, la firma abandonó Vigo, echa la mano al bolsillo de su chaqueta y saca un raído visado. El documento data de 1955 pero el sello de la dictadura franquista aún resalta indeleble sobre la tapa de la cartilla. "Yo estudiaba para perito comercial; no sabía demasiadas matemáticas, pero me escogieron. Durante tres años me formé aquí, sin embargo cuando llegó el momento de continuar en Inglaterra el Gobierno español no quería facilitarme el pasaporte. Tuve que dar mil vueltas hasta que al final lo conseguí... Y pese a todo mira lo que ponía en el documento".

Con su dedo índice Vázquez señala una advertencia estampada al inicio del visado. Una admonición impresa en grandes letras cursivas sobre las limitaciones de aquel salvoconducto para franquear los muros de la dictadura: "[válido para viajar] Excepto Rusia y países satélite". Al verlo Vázquez sonríe. Cuando lo leyó por primera vez tenía 20 años y encaraba la aventura de abandonar Galicia para estudiar en la academia que la ETC tenía en Porthcurno; hoy, casi 60 años después, está jubilado y es uno de los cinco últimos oficiales técnicos del "Cable Inglés" que vive en Vigo. La anécdota del visado sin embargo le sirve para ilustrar qué supuso para él entrar en la ETC: la oportunidad de sacudirse la atmósfera cerrada que se respiraba en la España de la dictadura y formarse en una de las compañías que protagonizó la expansión del telégrafo en el siglo XX.

"Llegar a Inglaterra desde España en aquella época te impactaba de una manera que ahora no se puede entender. Aquí estábamos constreñidos; cuando llegabas allí, sin embargo, veías a las parejas juntas en Hyde Park y solo eso ya te llamaba la atención", rememora Vázquez. Durante tres años prosiguió en Reino Unido la formación que ya había iniciado en España a través de la Eastern Telegraph. En Porthcurno coincidió con otro de los oficiales que terminarían trabajando en las oficinas de Vigo, James Skinner -nacido en Argentina pero hijo de emigrantes ingleses-, quien coincide al resaltar que, salvo la Post Office, entonces no existía ningún otro centro donde formarse de forma tan profesional.

Los conocimientos asimilados en la institución les permitían controlar la compleja maraña de máquinas y cables que se enlazaban en las oficinas de Praza de Compostela. Allí -en la primera planta de lo que hoy es el edificio de Correos- se recibían las señales de cuatro cables: el de Londres, Hamburgo, Gibraltar y Lisboa. Los técnicos como ellos realizaban turnos de mañana, tarde y noche que se rotaban cada poco. "Afectaba mucho al sueño", anota Vázquez. En el piso del emblemático edificio del Arenal trabajaban cerca de 15 empleados entre oficiales técnicos, contables, ordenanza, telegrafistas... Y el director, que siempre era británico. Una plantilla completa pero muy alejada de la que llegó a ocupar las anteriores oficinas de Velázquez Moreno. Hasta 1927, cuando se pasó del telégrafo manual al mecánico, recuerda Skinner, pudieron reunirse en Vigo decenas de ingenieros. Las oficinas incluso disponían de una pequeña cocina.

El inglés John Staton, que trabajó en Vigo entre 1954 y 1955, con apenas 20 años, y que gracias a la ETC recorrió medio mundo -hasta jubilarse, con 62 años, estuvo destinado en África, Sudamérica o Asia- recuerda además la residencia de la que disponían los empleados de la compañía en Taboada Leal. A pesar de que su estancia en Vigo fue breve Staton conoció aquí a su esposa, Maritrini, con la que se casó un año y medio después, al terminar su servicio en Sierra Leona. "Yo no hablaba una palabra de inglés así que él aprendió español escribiéndome cartas, lo hacía con el diccionario al lado", recuerda Maritrini, quien asegura que "para Staton Vigo es la mejor ciudad del mundo; le gusta incluso más que Londres". En la urbe olívica también conoció a su futura mujer James Skinner.

Al recordar su paso por la ETC Francisco Barcia resalta, sobre todo, el buen trato que les dispensaba la compañía. "Era para quitarse el sombrero", confiesa antes de ilustrarlo con un ejemplo: tras dos años como aprendiz en Vigo -"aprendías todos los oficios, incluso el del ordenanza que elaboraba el té ", añade- y superar un examen de inglés, matemáticas o electrónica, a Barcia la firma inglesa le ofreció la posibilidad de seguir formándose en Porthcurno. "El viaje a Inglaterra me lo pagaron ellos, y en primera clase; la pena es que debido al mareo que tenía me pasé todo el viaje hasta el Támesis en cama", comparte Barcia, que trabajó en la ETC entre 1958 y 1969. El sueldo era otra de las ventajas del "Cable Inglés". "Solo de aprendiz cobraba 500 pesetas al mes, todo un sueldazo para un jovenzuelo". También Vázquez y Skinner recuerdan el buen salario, que se completaba con los "puntos" que aportaba el matrimonio. "Disfrutábamos de un sueldo muy elevado", coinciden ambos.