Elvira y Juan se sumergieron de lleno en el mundo de la drogadicción de adolescentes. Ahora, con 48 y 47 años, respectivamente, llevan más de tres de abstinencia. Han accedido a relatar sus historias para FARO con la esperanza de que sirvan de ejemplo y motivación para todas aquellos toxicómanos que todavía no han sido capaces de domina su adicción. En el último año, la Unidad Asistencial de Drogodepencias del Concello (Cedro) ha atendido a más de un millar de pacientes. No existen estadísticas que recojan el nivel de éxito en la rehabilitación, pero el director de este centro, Francisco Otero, estima que los resultados siguen "la regla de los tercios": "Un tercio se recupera de forma magnífica; otro es más inestable, con recaídas de vez en cuando; y en el otro tercio parece una meta muy difícil".

Elvira empezó a coquetear con la cocaína a los 16 años y, más tarde, cayó también en las garras de la heroína. Estos policonsumos (con variadas combinaciones: cocaína y heroína; alcohol y cocaína, alcohol y cannabis...) son hoy los tipos de adicción más habituales, dejando atrás el dominio casi absoluto de los opiáceos (el 90% hace solo una década). A los 20 años, Elvira recurrió por primera vez a Cedro para recibir ayuda. Junto a Alborada, son los dos centros que ofrecen servicios asistenciales a drogodependientes en la ciudad. Lo hizo por decisión propia, como el 35% de los pacientes, pero no consiguió rehabilitarse completamente hasta un cuarto de siglo después, al ingresar en la cárcel.

Además de consumir, Elvira trapicheaba con estas sustancias, lo que en 2005 le supuso una condena de tres años que, en principio, el juez le permitió cumplir en la calle a condición de que mantuviera su abstinencia. Por aquel entonces trabajaba en una empresa de logística vinculada a la industria del automóvil y su hijo tenía catorce años. No fue capaz de resistir la tentación y se permitió "fiestas", faltando a alguno de los dos controles semanales a los que tenía que debía someterse. El juez decretó su ingreso en prisión en 2008.

Recaídas

Para los que nunca han sufrido una adicción puede resultar inconcebible que siendo consciente de lo que se jugaba, Elvira recayera. Para los facultativos que abordan esta problemática, tiene una explicación científica. "La adicción no es un vicio, es una enfermedad del cerebro. Es un síndrome que provoca conducta compulsiva a pesar de comprender sus connotaciones negativas", describe Francisco Otero. El consumo de drogas, al igual que el sexo, lograr éxito en una actividad o comer chocolate, hace que el hipotálamo produzca dopaminas que provocan sentimiento de placer y recompensa. "Un chute puede dar un subidón similar al que siente Fernando Alonso cuando gana una carrera", ejemplifica.

La diferencia es que los estupefacientes estropean las neuronas y anulan la capacidad de lograr esa dopamina por vías naturales, así que no existe nada que logre motivar al toxicómano. "Cuando corta el consumo, solo le queda un gran vacío y es cuando llegan las recaídas". Además, las drogas favorecen la inhibición de conductas inadecuadas y la impulsividad. Elvira lo confirma: "Me cansa llevar una vida normal, me gustan los riesgos. Quizá por la adrenalina. Somos gente de mucho pronto, es como un chip que tenemos ahí. Sabemos que no debemos, pero...".

Privilegios penitenciarios

A pesar de todo ello, Elvira consiguió abandonar el consumo. Adoptó la decisión firme cuando ingresó en prisión. Lo hizo por su hijo. "Tiene 22 años. Va a venir un día con su novia y yo aún voy a estar con la plata. ¿Cómo me van a dejar ver a un nieto?", argumenta. "Los dos primeros años no lo pasé bien, tuve recaídas", recuerda. Recibía metadona para la adicción a la heroína, pero no había nada que le rebajara la ansiedad de la abstinencia de cocaína. "Ahora me siento fuerte, pero siempre voy con el miedo a la recaída encima", reconoce y añade: "si vuelvo a caer, me querré morir".

Con su abstinencia, Elvira consiguió el "privilegio" del tercer grado en el último año de su condena, a condición de que entrara en un piso de Érguete. De los más de medio millar de dogrodependientes y extoxicómanos que, al año, recurren a los servicios jurídicos de esta asociación para solicitar información sobre cómo conseguir un indulto, una suspensión de la condena, una sustitución por multa o trabajos o un tercer grado, alrededor de la mitad lo logran. Aunque Érguete les informe, ellos corren con el gasto de los letrados.

Del control de drogodependientes rehabilitados en tercer grado se encarga el Centro de Inclusión Social Carmen Avendaño. Además, Elvira recibió una pequeña ayuda económica de Cedro, con la que pudo costearse las fotocopias del curriculum con las que ella se movió hasta conseguir trabajo. Tiene vivienda propia, a la que pudo regresar tras su estancia en el piso tutelado y por la que se siente afortunada. Lo que perdió fue a casi toda su familia. Es un "muro" que ansía derribar, pero les comprende: "Ojos que no ven, corazón que no siente".

Juan tampoco tiene apoyo familiar. Dos son los motivos principales de la caída en la drogodependencia: la predisposición biológica y el entorno. Juan pertenece a este último grupo. Procede una familia desestructurada en la que su padre alcohólico pegaba a su madre. A los 13 años intentó protegerla agrediendo a su progenitor. La reacción de su madre fue defender a su esposo. Juan cogió la puerta y se marchó de casa. Peregrinó por España y otros países. Cuenta que "no tenía adicción, pero con los años, en la calle, acabas cayendo". Y para pagarlas, hace falta dinero. "Empiezas haciendo un puente y acabas atracando cuatro bancos", relata. Por ello y por tenencia ilícita de armas a los 19 años lo condenaron a 23 en prisión. Cumplió 15. Siguió enganchado los nueve primeros. "Cuando entré, aquello era una selva. No había distinciones entre presos. Hoy hay más posibilidades de rehabilitarse", explica.

El "hastío" por su situación y el conocer a una pareja dentro, le ayudó a dejarlo. "Tienes ganas de que te reconozcan tu esfuerzo y recuperas autoestima", señala. Habla con orgullo de la labor que desempeñó administrando el economato del que se surtían 2.000 personas.

Lo más duro fue cuando salió, asegura, ya que no disponía ni le facilitaron ningún recurso para vivir. El primer pago del paro carcelario tarda dos meses con la condena cumplida; más, si no es así. Con su preparación en diversos oficios pudo conseguir un trabajo de carpintero al mes de estar fuera. "Luego llegó mi hija y me dio fuerzas". Llevaba nueve años sin consumir, pero volvió a caer cuando conflictos de pareja lo separaron de su descendiente. También perdió el trabajo. No volvió a recuperar el rumbo hasta dos años después. Entonces, por tener "una base" solicitó un piso tutelado en Érguete, que le concedieron un año después. Allí, preparó oposiciones. "Por la ilusión y la esperanza, ejercité la memoria y la recuperé". A pesar de ello, no tuvo suerte. Más tarde, logró un trabajo de un mes y se tuvo que ir del piso. Ahora está en paro. Cobra un subsidio y lamenta que no haya más recursos para los que como él se encuentran en esa situación. "Lo más fácil es volver a delinquir para tener dinero y poder pagarte una casa", lamenta. No lo ha hecho.

Al igual que Elvira, sigue acudiendo a Cedro, donde tienen acceso al gimnasio y a otros servicios como las terapias de su Unidad de Día. "Nunca me obligaron, pero a veces voy cuando quiero compañía o estar con gente que me agrada", explica. Deben pasar dos controles a la semana. Además, se reúnen en el grupo de autoapoyo Imán, perteneciente a Cedro, en el que luchan por mejorar los recursos para la reinserción del colectivo de toxicómanos, entre otras cosas.

"Sin drogas tu vida personal mejora, puedes pensar, tienes tus valores y te vuelves a querer a ti mismo", describe Juan. Ambos son un ejemplo claro de que "la rehabilitación no es inalcanzable". "Cada día somos más", afirman.