-¿Cómo se inició en el mundo de la música?

-Desde pequeñito tocaba las cacerolas por casa y con el piano empecé a los tres años. Mi padre era muy melómano y me lo inculcó. A los 6 entré en Mayeusis para recibir formación reglada y estuve hasta los 16, cuando decidí irme a Salzsburgo.

-¿Por qué optó por Austria para continuar los estudios?

-Buscando un nivel más elevado que el que había aquí de aquella. Era una escuela de la que tenía muy buenas referencias. Era ir a la aventura, porque no tenía ningún contacto, pero me salió muy bien y estuve dos años allí. El nivel era muy alto y me sirvió para aprender. Al mismo tiempo, vi la otra parte de la música, la de la competitividad, que a veces es desagradable.

-¿Aquí no la hay?

-La hay de otra manera. Allí es muy exagerado porque destacar en una de las mejores escuelas de Europa te facilita mucho las cosas para tu futuro profesional. La gente estaba con el cuchillo entre los dientes.

-¿Cómo cree que está la educación musical en España en relación al resto del mundo?

-Ha progresado mucho. Aún así, sigue estando un poco por debajo de otros países y no es por falta de preparación del profesorado ni de talento del alumnado. Hay muchísimo porque somos un pueblo con mucha creatividad e imaginación, dos cosas básicas en un músico. Puede que nos falte algo del sacrificio de otras culturas, pero lo subsanamos espontaneidad y creatividad. El problema es que la gente no llega a una determinada edad con el nivel que debería por fallos estructurales. Los programas educativos no se centran en cosas importantes como desarrollar la capacidad de improvisación y lectura. Es una visión de la música academicista en exceso. No sé si por intentar copiar modelos extranjeros de mala manera. Es una educación muy rígida que mata la creatividad.

-¿Cómo ve su futuro?

-Como el de todos los músicos, complicado. No me centro solo en la clásica; es cerrar demasiadas puertas. Intento estar abierto a todas las influencias. Me gustaría seguir en activo, tocando el piano, pero es muy complicado. La docencia llega tarde o temprano. Seguramente me tenga que marchar otra vez fuera. Aquí los conciertos clásicos los movían las cajas de ahorros y, ahora, ha desaparecido casi todo y el caché de lo que queda ha bajado tanto que no puedes plantearte vivir de la música clásica. La gente de mi alrededor que puede se va. Muchos a Sudamérica, que está empezando a apostar bastante por la cultura. Yo ya no sé qué es mejor: si ser egoísta y marcharte o pensar en el bien común e intentar tirar entre todos de esto. Estoy en un dilema.

-No solo toca el piano, también compone. ¿Qué estilo?

-Es una parte muy importante de lo que hago porque me relaja y me permite decir cosas que con la interpretación clásica no puedo. Suelo componer algo de improvisatorio y de mezcla de estilos. Fusiono clásica con jazz o con música popular.

-¿De qué premio se siente especialmente orgulloso?

-De uno que gané con doce años, en un concurso en París. No gané, quedé tercero, pero para mí fue muy importante. Un impulso para seguir. Eres un niño, trabajas por inercia, y ese fue el momento en el que me di cuenta de que me quería dedicar a la música. A partir de ahí, todos son especiales porque es sentir el reconocimiento de la gente, que es de lo que vivimos los músicos. Cuando te reconocen los catedráticos, los jurados o los profesionales, está muy bien, pero es importante que lo haga la gente de a pie. No sé si la música clásica se ha vuelto demasiado elitista y nos centramos demasiado en nosotros mismos, en lo que piensa el profesor, el director de orquesta o tus colegas. Eso cierra el círculo y lo único que hace es alejar la música clásica del público.