El 28 de noviembre de 1937, Vigo comenzó a vivir el partido internacional España-Portugal desde las primeras horas del día. La ciudad, con sus calles animadísimas, ofrecía un aspecto verdaderamente impresionante.

El tiempo, queriendo contribuir, por otra parte, al homenaje que la España liberada rendía a sus hermanos los lusitanos, regaló un sol espléndido y una temperatura primaveral.

Además del gran número de portugueses que habían llegado el día anterior, así como de toda Galicia, en la mañana del domingo siguieron llegando centenares de coches de turismo y autocares procedentes de Portugal y de toda la España de Franco.

El vecindario vigués se sumó con gran entusiasmo al homenaje a la nación hermana, engalanando sus casas con colgaduras y banderas de los dos países.

En los edificios públicos se izó la bandera rojo y gualda, viéndose también profusión de banderas de la Falange.

Después de medio día la animación era enorme, viéndose calles y cafés abarrotados de gente.

A la una y media de la tarde comenzó a afluir la afición ha cia Balaídos, en toda clase de vehículos, tanto en autos, como en ómnibus y tranvías, que iban llenos. También a pie se dirigían al estadio millares de personas.

El tráfico admirablemente organizado, viéndose en las bifurcaciones de las calles y plazas una gran flecha que indicaba: Al Stadium.

Al entrar en nuestro gran Estadio, éste ofrecía un aspecto grandioso, estando en su totalidad adornado con profusión de banderas de España y Portugal y de la F. E. T.

En el centro del inmenso graderío de las populares, donde se halla el marcador, se había levantado una monumental, artística y vistosa torre de homenaje al país hermano, y en el graderío, frente a la gran tribuna, figuraban dos grandes retratos del ilustre estadista Oliveira Salazar y del invicto Caudillo Franco.

Al lado de la grada de socios se había destinado un amplio recinto con asientos para los heridos y hospitalizados en Vigo.

A la hora de iniciarse el encuentro, Balaídos ofrecía un lleno imponente. También en las alturas próximas al Estadio se veían centenares de curiosos que no habían podido adquirir localidad. Se calcula en unas 20.000 almas las que presenciaron este España-Portugal.

A las tres y cinco dieron comienzo los vistosos preliminares del encuentro, en medio de entusiastas aplausos.

Antes del saque inicial, público y jugadores, en pie, con el brazo extendido a la romana, escucharon religiosamente los himnos sorteándose seguidamente, los campos correspondiendo iniciar el juego al equipo español.

Pocos, o acaso "ningún encuentro, tan correctísimamente jugado. Parecía que los dos equipos hacían lo posible por no incurrir en el menor reproche por parte de arbitro y público".

Ciertamente que el nuevo equipo de España no era como para dominar a un rival tan poderoso, como ya presumíamos fuese el once lusitano.

En el primer tiempo, casi todo él de iniciativa portuguesa, vimos a un equipo de Portugal avanzar y defenderse magnifícamente y a otro, el español, intervenciones felicísimas de varios de sus componentes y una demostración de insuficiencia en el conjunto.

En el segundo tiempo jugaron también más los españoles, pero nunca lo suficiente para desbordar por superioridad y clase a sus vencedores.

Ganó Portugal 1-2, con todos los tantos en el primer tiempo y lo mejor de la gran jornada fue el ambiente y la animación. Y sobre todo la confraternización hispano-portuguesa.