Ni la llegada del buen tiempo o la tentación de las terrazas pudieron con la devoción por el Cristo de la Victoria. Miles de personas abarrotaron ayer el recorrido de la procesión desde la mañana, cuando se ofició la tradicional misa solemne, pero sobre todo desde primeras horas de la tarde formando una interminable hilera de velas a ambos lados de la calle. La multitud fue tal que algunos coincidieron el final del trayecto con la salida del Cristo. Muchos otros optaron por contemplar la lenta marcha desde las aceras de las calles o desde los balcones de sus casas.

"Venimos por devoción desde que éramos niños. Es una tradición muy arraigada en la ciudad y para nosotros es una cita obligada cada año", explican José López y Mila Álvarez, que acudieron con su hija, la pequeña Candela.

Alguno de los fieles acudieron descalzos para demostrar su fe o como ofrenda al Cristo en agradecimiento a alguna petición cumplida. Es el caso de la viguesa Luisa Bernárdez, que siempre asiste con sus pies desnudos desde que tenía 13 años después de superar un grave accidente de tráfico. "Estuve en coma y el Cristo me dio fuerzas para salir adelante. Desde entonces nunca falto a la procesión descalza en agradecimiento", afirma.

La devoción por el Cristo hace que muchos vigueses tengan reservado el primer domingo de agosto en sus agendas, vivan donde vivan. Un ejemplo de ello es Flori Rodríguez, que reside en Madrid desde hace seis años por trabajo, aunque siempre procura acudir a su ciudad natal para asistir a la procesión junto a sus amigos de la infancia. "Tengo mucho que agradecerle, porque todo lo que le pedí en cuestiones de salud me lo concedió. Siempre que vengo a Vigo en algún momento voy a ver al Cristo", indica. Otros de sus amigos, Emilio Pousa y María Soliño, acuden junto a sus tres hijos, Andrea, Emilio y Antón. "Vienen desde bebés y esperamos que luego continúen ellos la tradición, igual que hicieron nuestros padres".

La mayoría acudieron en familia, como la viguesa María del Carmen Hermida, con su hija Maica Freiría y sus nietas Andrea y Candela. "Es una tradición familiar, siempre somos fieles al Cristo", justifica.

Las hermanas Patricia y Sonia Cando acudieron vestidas con el traje tradicional de gallega. "Venimos para participar en la tradicional ofrenda floral al Cristo, es uno de los momentos más emotivos", concluyen.