Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados tienen desde ayer "a una intercesora más en el cielo": Sor Dolores, vicesuperiora de la Residencia de Ancianos de Alcabre y seña de identidad de la congregación tras 75 años de trabajo incansable. La religiosa falleció el domingo a los 94 años víctima de un accidente cerebrovascular y cumpliendo así uno de sus deseos: "ser llamada por el Señor a una edad longeva". Sin embargo, se lleva clavada una espina de la que dejó constancia públicamente: su tristeza por el progresivo deterioro del asilo de Pi y Margall, en el que trabajó 65 años hasta su traslado a Alcabre en 2001.

Recordada por sus compañeras como una mujer "jovial, alegre, pacífica y siempre positiva", Sor Dolores, natural de Xinzo de Limia, llegó a Vigo en plena Guerra Civil tras coger los hábitos en Palencia. Así, desde 1936, la religiosa permaneció vinculada al asilo, donde ejerció desde portera a recepcionista o enfermera "experta" en inyecciones.

Lo cierto es que la religiosa dejó huella entre los marineros del Berbés, a los que cada madrugada, incansablemente a lo largo de 65 años, acudía a pedir pescado para los ancianos. "Llegó a Vigo siendo muy joven, y en aquel tiempo recibió muchos piropos de marineros que no entendían que, siendo tan guapa, se hubiese metido monja", relata Sor Nieves, la madre Superiora. Su trabajo incansable pidiendo alimento para los pobres la llevó también a recorrer infatigablemente las calles de Vigo y de parroquias como Bembrive.

A pesar de sus pequeños achaques de salud, Sor Dolores se mantuvo en buen estado hasta que sufrió el accidente cerebovascular hace tres semanas. Desde entonces estuvo acompañada en Povisa por sus compañeras de congregación y su familia. "La queríamos muchísimo,", resume una de sus sobrinas.

Precisamente, hace menos de un año celebró sus "bodas de diamante" como monja. Sin embargo, la madre Superiora se mostraba un tanto decepcionada de que no hubiese recibido ningún reconocimiento oficial, "aunque todo le será reconocido en el cielo", se consuela. Su buen carácter dejará huella entre sus 15 compañeras de congregación y sus 44 sobrinos –10 directos y dos también monjas– y su hermano, el único con vida de los 6 que formaban la familia Gómez Blanco.