Los cementerios pierden hoy como cada día de Todos los Santos el tenebrismo que los envuelve el resto del año. Son un lugar común: el del homenaje a los que ya no están. El uno de noviembre se convierte para los camposantos en la explosión de colorido de miles de ramos de flores en panteones y tumbas, que evocan que el recuerdo sigue vivo en la familia. Pero muchos de estos lugares sagrados se han ganado su fama por la belleza o curiosidad de las lápidas, por las personas de renombre que yacen allí o por la grandiosidad arquitectónica de sus mausoleos. Eso ocurre en Vigo, de forma notoria en el cementerio de Pereiró. Con más de un siglo de vida, envuelve la memoria del siglo XX en la ciudad.

El arte funerario constituye un apartado imprescindible para el estudio del arte contemporáneo, que "aún no está suficientemente estudiado", exponía un historiador vasco. Pero sin irnos tan lejos, en Pereiró, se puede hacer un recorrido por bellas esculturas, incluso firmadas por autores reconocidos.

En sus 62.500 metros cuadrados de superficie, la avenida central traza los principales mausoleos: monumentos arquitectónicos de estilo variado –de inspiración gótica, bizantina o de líneas racionalistas– que rinden culto a la piedra gallega y al granito por excelencia. La avenida principal está presidida por la memoria de la insigne escritora y penalista Concepción Arenal, que falleció en Vigo porque su hijo fue ingeniero de obras del Puerto. Ayer con adornos florales, destaca por monumental.

Sin duda, una de las imágenes escultóricas más impactantes del cementerio es la de una joven a la que la muerte con rostro de calavera asalta por la espalda. Es el monumento en recuerdo de las hijas del fotógrafo Saraiba y una de las historias más dramáticas. Las hermanas "Maruja, Rosita y Pepita" fallecieron jóvenes y en años consecutivos.

En esa misma avenida, armadores, fundadores de astilleros y fábricas de salazón ayudan a completar el recorrido. Las cenizas del general Cachamuiña a un lado y los destacados apellidos Alfageme, Corbal, Curbera, Tapias o Barreras. Pero también Jenaro de la Fuente o Ricardo Mella cuentan con monumentos propios. Aunque sin duda el más espectacular es el dedicado a García Barbón –con mausoleo y monolito–.

Y es que las obras del arte funerario supusieron en esa "edad de oro" un apartado de considerable peso. La idea de la muerte que imperaba era mucho más cercana y se prestaba a manifestaciones diferenciadoras de clase y posición. Reflejo de esa mentalidad, y del brillante momento, fue la atención –y recursos– que prestaron las familias más notables. Era común la implicación de los escultores y arquitectos notables del momento. En Pereiró se inauguró en 1906 un monumento funerario a los repatriados de la guerra obra del escultor Julio González Pola. Entre los más curiosos y recientes está en el del empresario cinematográfico Cesáreo González, promotor de "Suevia Films" , cuyo monumento recuerda a una sala de cine.

En el otro extremo –el otrora "cementerio civil"– destaca la tumba del líder obrero asesinado en 1936, Heraclio Botana, ayer con claveles rojos. Represaliados de la dictadura fueron allí soterrados y hoy se alza un monumento en honor a los muertos en la Guerra Civil. Se pueden leer apellidos de varias nacionalidades y evangélicos. Y entre las lápidas, Pérez Bellas y Mercedes Ruibal, sobre quienes solo solo pesa un poema, "Luz de luna".