Una veintena de galeones repletos de cargamento no se hunden en combate sin despertar la codicia de medio mundo. Desde que la batalla de Rande arrojó al fondo de la Ría en 1702 cerca de 25 navíos, más de medio centenar de expediciones se han lanzado al triángulo comprendido entre la Isla de San Simón, San Adrián y La Regasenda (Redondela) en busca de tesoros, patrimonio o simplemente conocimiento. La campaña dirigida por el arqueólogo Javier Luaces hace un mes y que permitió identificar seis pecios enterrados en el lodo es la última, pero la lista se inicia ya en 1702. De ellas 25 expediciones corrieron a cargo de empresas cuyo único fin era apropiarse de las riquezas ocultas en la ensenada.

"Son compañías formadas por accionistas, pero la mayoría terminaba quebrando por el coste de los trabajos en Rande", apunta el arqueólogo Ramón Patiño. La primera campaña financiada con capital privado que pugnó por los restos de la batalla data de 1726 y llevaba por nombre Juan Cosca Rueda, Figueroa y Dupuid Cia. Pero los resultados no llegaron hasta dos años después, en 1728, con Alejandro Goubert y Cia. Tras reflotar uno de los pecios la empresa se hizo con varias cajas de piastras y vajillas de plata, 14 cañones y botijas de agua. Aunque la rentabilidad de estas operaciones es "cuestionable", Patiño explica que los accionistas aportaban dinero atraídos por "la codicia". "Se presentaban informes diciendo que yacía una gran riqueza en la zona", explica el arqueólogo. A algunos, como Isaac Dickson, esas "medias verdades" les llevaron incluso a juicio.

Su mala fortuna en los negocios no impidió que Dickson fuese el primero en "arañar" las riquezas de Rande. Tras varias campañas fallidas entre 1728 y 1825 el inglés extrajo de la ensenada cuatro anclas, 25 cañones, una fuente de plata, 70 botijos y lingotes y piastras. No era lo frecuente. "La mayoría buscaba maderas nobles, polvo de cochinilla para tintar tejidos... Y sobre todo cañones" apunta Patiño. El autor de Galeones de Vigo (obra escrita con Yago Abilleira) explica cómo "hasta 1728 se buscaban cañones de cobre, porque se conservaban en muy buen estado y en ocasiones se podían reutilizar".

Desde que Dickson se hizo con el primer tesoro de Rande se sucedieron decenas de expediciones internacionales. Algunas, como la Enterprise de Sauvetage des Galions de Vigo, de 1872, declaraban su intención ya en el mismo nombre. Otros, como H. Magen o el italiano G. Pino acudieron en varias ocasiones a la ensenada viguesa con diferentes empresas y la misma esperanza de hallar los tesoros de la flota hundida. Hasta que la empresa pública Equipo V Centenario cerró la lista al sumergirse en 1991 en Rande, se acumulan las anécdotas de quienes aspiraron al tesoro.

El Conde de la Pradera y Alberto Andrieux, por ejemplo, tuvieron que ver en 1889 como todo el dinero que pretendían invertir en Rande se quedaba por el camino "costeando los trámites del Estado". Años después, en 1903, Pino probó en la ensenada su novedoso "hydroscope" –un tubo que permitía iluminar las aguas– sin demasiada fortuna; y en 1955 "los rumores" afirman que el Atlantic Salvage Co., de John Potter, testaba en Rande las novedades de la Marina de EE UU. Incluso H. Magen tuvo que esperar en 1870 más de un año por unos aparatos procedentes de París que se toparon con la Guerra Franco-Prusiana.

El atractivo de los pecios no se escapó a los residentes en la costa. Durante años los vecinos arrancaron desde tierra la madera,gracias a la fuerza de carros con bueyes que luego vendían en la feria anual de Cesantes. La calidad del material hizo incluso que en 1705 se celebrasen dos citas en menos de 12 meses. "Eran maderas nobles: roble, cedro y haya sobre todo", apunta Yago Abilleira. La leyenda dice que los vecinos se llegaron a hacer hasta con los loros y guacamayos que escaparon de los galeones durante la batalla. De momento los restos de Rande permanecerán en la Ría durante los "años" que, explican fuentes expertas, llevaría continuar con los trabajos de recuperación. En el caso de que se intentase reflotar los pecios se avisa además del "alto coste" que supondría la operación y el impacto que tendría sobre la pesca de la zona.