El grupo es tan heterogéneo que tanto se puede observar a un profesor de matemáticas recoger colillas escurridizas entre las rocas, como a una jugadora profesional de básquet vigilar comportamientos cetáceos, a un buzo de la Armada italiana recitar normas de conducta o a un comercial de vinos exterminar acacias invasoras. También hay estudiantes, maestros o gruístas nacidos en distintas ciudades gallegas –Vigo, Santiago de Compostela, Betanzos, Cangas, A Coruña–, españolas –Santander, Cádiz, Alicante, Madrid, Barcelona, Canarias–, y algunos aterrizaron desde lejanas tierras alemanas, transalpinas e incluso coreanas.

Aunque proceden de puntos geográficos distantes y no coinciden ni en ocupación ni en motivos, todos tienen dos cosas en común: suman entre 25 y 30 años y esta tarde se despedirán del campo internacional de trabajo de las Islas Cíes donde conviven desde hace doce días.

El último de los cuatro turnos de voluntarios que hicieron tareas este verano en las islas ejerció una importante labor medioambiental y de revitalización del Parque Natural. Tras casi dos semanas de trabajos de limpieza, mantenimiento, cómputo de viajeros, vigilancia de incendios, información y sensibilización del visitante e intervenciones puntuales de mejora del parque, los 28 jóvenes conocen el entorno "paradisíaco" a la perfección y aseguran haber cumplido numerosos objetivos. Entre ellos, el de la puesta en marcha de un "colillómetro", un enorme contenedor donde fueron depositando los 20.000 restos de cigarrillos que encontraron esparcidos por la isla.

Para los voluntarios, el día amanece a las 08.00, desayunan en una de las casetas de madera habilitadas para las comidas y realizan un acto comunitario "para despejarse y espabilar", explica su coordinador, Jesús Díaz "Chus". Después se dividen en grupos organizados por ellos mismos para realizar las tareas pertinentes, procurando que todos participen en cada actividad al menos una vez en los doce días de estancia. Además de los trabajos listados en el programa del campo, se realizan algunas labores de mejora de la isla puntuales, como la limpieza de los arenales en la isla sur de San Martiño, donde todo el espacio es zona de reserva.

Además, con la finalidad de garantizar que las navieras cumplan con los cupos de viajeros establecidos, cada día dos de los trabajadores patrullan el muelle de atraque con un contador, y trasladan a la dirección del Parque Nacional Illas Atlánticas las cifras de visitantes que desembarcan.

Mientras las brigadas de voluntarios se dispersan por el archipiélago para cumplir con las misiones adjudicadas, tres permanecen en el campo de trabajo afanados en limpiar las 18 tiendas de campaña en las que pernoctan tanto ellos como el equipo técnico y el personal de enfermería, preparar el comedor, arreglar posibles desperfectos en la zona y rellenar el "colillómetro" con los restos hallados por sus compañeros.

Pero, pese a su denominación, en el campo no todo es trabajo. Con las tardes llegan el tiempo libre y las actividades de ocio. El programa está abierto a las propuestas de los participantes, por lo que se intercambian conocimientos de deportes, reciclado de materiales e incluso yoga. Aunque la variedad de actividades es muy amplia, y se escoge en asamblea por las noches, los jóvenes coinciden en señalar la práctica de snorkel –una modalidad de buceo– como su preferida.

"Éste es uno de los campos de trabajo más demandados de Europa, junto con otro en Irlanda. Las listas de espera son bastante potentes", aseguró su director, Juan Salvador López. Los motivos para escoger las plazas en las islas Cíes entre todas las ofertas posibles son muy diversos. Como apuntó la alemana Kathrin Hagen, "el entorno es maravilloso". Y es que el campamento se ubica en el extremo norte de la isla de Monte Agudo, muy cerca del mirador de Alto del Príncipe, junto al mar y con acceso restringido a los voluntarios y el equipo técnico. "No hay aglomeraciones, la tranquilidad es total", contó el director del campo.

Además, el intenso trabajo medioambiental, la observación de cetáceos y constelaciones, el contacto directo con especies autóctonas y alóctonas o la construcción de nidos y otros lechos forman un mosaico de sumo atractivo para los amantes de la naturaleza.