El rodillo del tiempo ha pasado sin piedad sobre la figura de Manuel Portela Valladares (Pontevedra, 1867- Bandol, Francia, 1952) y en aquellas raras ocasiones en que se le recuerda es para acusarlo de cobarde y traidor. Fiel a su independencia hasta que murió en el exilio, el político gallego fue criticado por republicanos y falangistas, lo que también ha contribuido a su olvido al no ser reivindicado por ningún bando, pero una investigadora viguesa se ha propuesto recuperar su trayectoria de luces y sombras y ajustar cuentas con la Historia que se escribe en mayúsculas.

"Ni entonces ni ahora la independencia era algo muy común. Estudiar a Portela Valladares es un paseo por todo el siglo XX hasta después de la Guerra Civil. Fue testigo y parte de todos los acontecimientos políticos del país y no defiendo que fuese el personaje más importante de la historia gallega pero, sin duda, hay que tenerlo en cuenta y también en la de España", reivindica la viguesa Pilar Mera.

Licenciada en Periodismo y Políticas, la joven lleva varios años inmersa en una tesis sobre la figura de Portela y en cuyo título hace referencia a su condición de "monárquico, republicano y liberal". Está dirigida por los historiadores Emilio Grandío, de Santiago, y Fernando del Rey, de la Complutense, y para documentarse ha tenido que bucear en archivos de Madrid o Barcelona. "También he utilizado los originales de sus memorias, que no fueron publicadas hasta el 88 y, como carece de un fondo personal, he tenido que recurrir al de personajes que mantuvieron correspondencia con él como Castelao o Peña Novo", explica.

A pesar de su defensa del galleguismo y su contribución al Estatuto, como reconoce el propio Castelao en Sempre en Galiza, si por algo es recordado Portela es por su "traición" durante las elecciones de febrero del 36. Ante la victoria del Frente Popular y las revueltas sociales y anuncios de golpe de Estado que ésta origina, decide dimitir como presidente del Consejo de Ministros esa misma noche y entregarle el poder a los ganadores.

"Él confía en que el Frente controle a sus propios votantes y así el traspaso sea tranquilo. No quería enviar al Ejército cuando éste le estaba proponiendo un golpe. Su decisión no convenció a la derecha ni a la izquierda y hay historiadores que lo acusan de cobarde y de salir corriendo, pero las decisiones no se pueden analizar sabiendo qué va a suceder después", razona.

La Guerra Civil le encuentra en Barcelona, donde reina el desorden. Aunque diputado republicano, también es un burgués y llegan a atentar contra él en su propia casa por lo que decide huir a la costa francesa con su esposa, la condesa de Brías. "Allí recibe noticias de los fusilamientos de la Cárcel Modelo y las persecuciones en zona republicana. Él no está de acuerdo con el golpe militar, pero tampoco con este régimen de terror", explica.

Aun así, intenta regresar a España para mediar entre los bandos y escribe una controvertida carta a Franco en la que también le felicita y que después la prensa del régimen utilizará para desacreditarlo, incluido el periódico que había fundado, El Pueblo Gallego. Es un vano intento por parte de Portela y en el que también juega su papel Queipo de Llano, que en sus soflamas radiofónicas se refiere a él como "el masón" o "el traidor que deja entrar a los rojos". La hija del general estaba casada con un vástago de Alcalá-Zamora. Los tres se habían exiliado a Francia y para que pudiesen regresar era necesario centrar las culpas sobre Portela. "En la gran política las razones personales pesan muchísimas veces", apunta Mera.

A finales del 37, ya separado de su esposa, el liberal gallego se muda a París y es reclamado desde España para participar en las Cortes de Valencia, donde los republicanos querían dar una sensación de normalidad y conseguir el apoyo de otros países europeos. A pesar de que la prensa lo puso en peligro al revelar anotaciones personales contrarias a los republicanos, Portela pisa de nuevo España.

De vuelta a Francia se frustra su elección como ministro en un gobierno republicano en el exilio por recelos de los galleguistas que se quedaron aquí: "Lo había propuesto Castelao y para él supone una decepción. Comienza a ser consciente de que no habrá una restauración ni regresará a España". Todavía le quedaría por sufrir un arresto por parte de la Gestapo por presunto colaboracionismo y, tras poner en orden sus memorias, moriría anciano en 1952: "Antes ya habían fallecido Castelao o Casares Quiroga. Fue el último de una generación".