Una ciudad sin apenas alcantarillado incluso en el barrio de Casablanca, con solo un hospital para ingresos, el Elduayen, y que trasladaba a los enfermos en rudimentarias angarillas, tuvo que combatir la segunda oleada de un virus de la gripe que dejó cuatro veces más muertos que la I Guerra Mundial –40 millones de personas–. Vigo sufrió con 657 muertos en sólo dos meses la sangría de la pandemia de "gripe española" que tiñó de luto el otoño de 1918. Uno de los posibles centros de aislamiento, el lazareto de San Simón, no fue utilizado por cuestiones burocráticas. Sin ni siquiera antibióticos, los cincuenta mil residentes en Vigo y Lavadores (en aquella época era ayuntamiento independiente) combatieron la epidemia a base de "buena alimentación" y "no pasar frío"; las principales premisas sanitarias de la época.

Subió hasta el precio de los limones en la ciudad; una de las fórmulas "milagrosas" que se vendieron para combatir con gárgaras un virus que mataba a todos los ratones del laboratorio en una semana escasa. Pero hubo otros remedios tan originales como camisetas, pastillas o "vinos quinados o creosotados" que se envasaron como antídoto a una enfermedad que parecía imparable, explica el autor del libro recién publicado "A gripe de 1918 nas terras de Vigo" e historiador, Xosé Carlos Abad Gallego. Se trata del primer volumen de una colección "Vigo na Memoria" que acogerá investigaciones de toda índole y edita el Instituto de Estudios Vigueses.

Fue la peor de las tres epidemias mundiales de gripe del siglo XX y la peor registrada en la historia de Vigo, donde las tasas de mortalidad fueron inusualmente altas entre adultos sanos –de entre 20 y 30 años– y mujeres. Eso sí, dotó a los supervivientes de una inmunidad de por vida frente al virus de la gripe aviar, que llegó hasta la última alerta de pandemia de 2010.

"Vigo, que contaba con una población de unos 30.000 habitantes, sumando a Bouzas y sin contar a Lavadores, registró más de cuatrocientos casos; pero fue más virulenta en este último lugar, donde hubo trescientas muertes en solo dos meses", razona. Pero más interesado que por la pandemia en sí –que hubo días en los que se cobraba doce muertos–, el autor Abad Gallego indaga en cómo era la sociedad del momento. En concreto, Lavadores gozaba de unas "lamentables" condiciones higiénico-sanitarias, que contribuyeron a la extensión del virus.

Los camilleros de la Cruz Roja requerían a diario más "animosos" voluntarios, incluso a través de FARO, que incluyó una sección de Salud Pública titulada "El curso de la epidemia". La enfermedad también fue la levadura de un importante movimiento de caridad.

Y los ejemplares de mediados de octubre del periódico recogen en portada acontecimientos tan destacables como la restricción del acceso a los cementerios a consecuencia de la "epidemia gripal". En concreto, el jueves 24 de octubre, el alcalde de Vigo hacía saber que por orden del Gobernador Civil de la provincia, quedaban restringidas las visitas a cementerios: "He acordado prohibir toda reunión pública en los cementerios y las que tradicionalmente venían verificándose en conmemoración de los difuntos [...] no permitiéndose esos días el acceso de más personas de las que fueren precisas para los enterramientos y el clero".

Mientras, los cementerios se llenaban, asegura el autor, tratando de evitar el dramatismo. Eso ocurrió con el de Santa María de Lavadores, pero los de Castrelos y Bouzas tuvieron que pedir ampliación. De ahí, ha salido el germen de alguno de los actuales como el de Puxeiros.