"Es una arquitectura que impone, y se percibe dentro aún el encanto y la fuerza de aquel momento". Salvador Fraga pasea la vista por el interior de la primera planta del edificio central de La Panificadora, parado junto a lo que queda de los cuatro grandes hornos en los que se fabricaron toneladas de pan a diario –hasta 50– durante casi seis décadas. El estado del corazón de la factoría es pésimo. El vapor de agua, la lluvia y el abandono dañaron esta parte del inmueble original diseñado por Manuel Gómez Román e inaugurado en 1924. Un incendio, además, arruinó parte del tejado, y ha caído un pedazo de la chimenea. Sin embargo, la austera mole industrial, fabricada en granito, hormigón armado y hierro, aún demuestra su potencia.

Fraga recorrió durante dos horas las entrañas de La Panificadora con FARO, una ruta desde el portalón, en la calle Falperra, hasta el mirador, una estructura circular a 22 metros del suelo, y a 82 sobre la ría de Vigo. Una mirada inédita, sin obstáculo visual alguno. Desde el mar, a la cumbre de O Castro. El arquitecto subió la angosta subida final hasta la cúspide por los tramos de escaleras, el último de ellos a la intemperie, porque la panorámica desde la torreta desde allí es privilegiada. O "una gozada", resumía.

Las hileras de fichas para marcar el horario de entrada de los trabajadores aún se mantienen en su lugar, oxidadas y viejas, tras cruzar el portal. La maleza invade el entorno del edificio principal, y el complejo fabril ofrece una imagen de absoluto abandono (foto 1). Fraga avanza por la calle oeste e ingresa en el inmueble, un volumen con una composición de falsa simetría –una de las alas tiene una altura más que la otra–, presidido por la chimenea, y ampliado en 1930 ante el aumento de la producción de la factoría que encargó construir Antonio Valcarce tras prosperar en el negocio del pan. La mano de Gómez Román convirtió el edificio en icono industrial. Y la de los ingenieros alemanes Otto Werner, Jorge Buchl y Carlos Kohl, en la máquina de elaboración del alimento básico más moderna de la época en España.

"Lo más bonito es la estructura, con los pilares de hormigón", comenta Fraga sobre la planta baja mientras repara en los detalles y elogia la calidad constructiva. Palés, bidones, carretes de madera, puertas desvencijadas, cestas metálicas y otros restos dificultan el paso. El azulejo está cubierto de pintadas. Hasta 60 ocupas se llegaron a contabilizar en el inmueble hace unos años.

El decano del Colegio de Arquitectos en Vigo vuelve la vista atrás en el tiempo. "La organización del espacio es muy lógica. Todo está hecho de manera funcional", observa. En la planta baja quedan los restos de los hogares de los hornos. Fraga también aprecia las formas de las barandillas al subir (foto 2). "Son racionalistas: Lo que parece más sencillo responde siempre a una finalidad".

En el primer piso trabajaban los cuatro hornos (3) y se ubicaba la zona de amasado. La compañía presumía en los anuncios en prensa de la época de una fabricación "sin intervención directa de la mano del hombre". Fuera, en medio del edificio, se levanta la chimenea (4), y el arquitecto admira su estructura. "Octogonal en la base, y después circular. Los detalles están muy cuidados", destaca. De nuevo en el interior, un raíl recorre el interior por el techo, y de él aún pende una máquina con un asiento para un operario y una polea. El ingenio se destinaba a elevar y mover mercancía por la planta. "Es de gran modernidad, hay un esfuerzo tecnológico enorme para aquellos años en todo el edificio", señala el arquitecto. Por varios niveles aún se conservan estructuras de tubos similares a los de un órgano de iglesia.

Fraga, que entró en La Panificadora en 1981, cuando era concejal de Planeamiento, pasa a la nave anexa (5), construida en 1930 para almacén de sacos. "La cubierta es inundable, y protege la estructura", observa. El hecho de que sobre el techo pudiese almacenarse agua no es casual, ya que tenía un fin termorregulador de la mercancía. El edificio está conectado al principal por dos pasillos, y también adosado al ala norte, donde ganó dos alturas. Alcanzó así las cinco. La tercera, cuarta y quinta se destinaban a mezcla y molido del grano, según la documentación que aporta Jaime Blanco, arquitecto autor de un proyecto de fin de carrera sobre La Panificadora. Fraga fija la atención en las escaleras y forjados de madera (6). Del suelo quedan solo las vigas, ya que la tarima se trasladó en los años 90 al museo de Castrelos. Parte del pavimento del museo es, así, el de La Panificadora. "La estructura es perfecta", admira Fraga. En un pequeño habitáculo, otro signo de ocupación: un futbolín (7) y la jaula de un hámster. Huecos, husos, algunas máquinas y tolvas muestran el movimiento de la producción y ratifican el eslogan de la compañía. Sin intervención directa de la mano del hombre.

Para subir es necesario caminar con cuidado sobre las vigas de madera, casi haciendo equilibrios, y en la quinta planta se llega a la pasarela hacia los silos. Para cruzarla, mejor de uno en uno, porque está formada por dos piezas paralelas y en algunos puntos hay uno o dos centímetros de separación. Se ve el hueco. Así que resulta aconsejable pisar con una pierna a cada lado, para repartir el peso. "El hormigón está bien armado en los silos para soportar la presión del viento", advierte Fraga. Al mirador se accede a través de peldaños que aparentan frágiles, pero no falta ni uno. Ya en la terraza (9), Fraga resalta que el lugar "forma parte del espíritu y la fuerza del edificio". Dentro otra vez, el flash de la cámara permite descubrir el interior vacío de uno de los silos (10).

A los cuatro circulares originales, unidos con la terraza por un ascensor, se unieron seis cilíndricos en 1930. Los diez están protegidos, y se proyectó allí un archivo municipal. Las dos hileras están conectadas por un túnel (11), y una cinta transportaba el grano al edificio central. Tras un vistazo exterior a la nave paralela a la Falperra, construida en 1960 para piensos y locales, la visita se acaba (12). Antes, queda en la retina la imagen de la yedra que asciende por los silos de la mole y la colorea (13). Un signo que contrasta con el abandono que corroe La Panificadora. "Este edificio condensa la memoria industrial de Vigo", concluye Fraga.