Un trabajo duro, pero gratificante. Irene Esperón, psicóloga clínica de la Unidad de Paliativos del Chuvi, atiende a los pacientes que ya no tienen cura médica. Ofrece apoyo psicológico al enfermo y a sus familias para afrontar los últimos días con la mayor tranquilidad posible. En contra de lo esperado, el suyo es un relato lleno de vida. Y de honestidad. “Es un tópico el que a los enfermos se le perdona todo. La muerte no dulcifica las emociones”, advierte la facultativa, acompañada en la charla por Encarna Font Ronquete, supervisora de la unidad, compuesta por un equipo de 16 personas.

-¿Cómo y por qué surgen las unidades de paliativos?

-La del Chuvi nació en octubre de 2005 por la necesidad de concebir al enfermo como ser humano en su conjunto: cuerpo y alma. Sabiendo que lo físico influye en lo psíquico y a la inversa. Como psicóloga, yo me centro en su bienestar psicológico, pero es un trabajo de todo el equipo, desde enfermeras y médicos hasta el personal de limpieza.

-¿Qué papel juega el psicólogo en esta etapa de la enfermedad?

-Se encarga del equipo médico, de la familia y del paciente. Lo primero que hacemos es evaluar el nivel de padecimiento psicológico del enfermo, porque morirse siempre conlleva sufrimiento. Es falso pensar que la gente se muere feliz. Lo que buscamos es que lo haga como quiera y donde quiera porque el dolor físico lo podemos corregir, pero el sufrimiento psíquico es inevitable y es el que más preocupa a las familias. El objetivo de esta unidad es que uno sea digno hasta el final.

-¿Para qué tipo de pacientes está pensado el servicio?

-Cuidamos a enfermos que ya no tienen cura. Pacientes con dolor, cuadros confusionales, personas con necesidades emocionales o miedos. Somos una unidad de estabilización de síntomas y no de curación. Los enfermos no vienen a morir, en contra de la creencia general, ofrecemos una atención temporal y lo normal es que luego regresen a sus domicilios con un seguimiento o se deriven a centros sociosanitarios.

-¿Qué papel juega la familia?

-Es un factor fundamental. Enferma con el paciente y tiene que aceptar que éste se va a morir. Si tenemos un paciente estabilizado y un familiar quemado, generamos un problema. Le ofrecemos apoyo emocional e intentamos que participen en sus cuidados. Además, el enfermo tiene un rol en el hogar, y en función de quién enferme el sistema se deteriora en mayor o menor medida.

-¿Puede una familia solicitar el ingreso voluntariamente?

-Hoy el cansancio familiar es un criterio oficial de hospitalización de pacientes. Es algo novedoso, pero la Sanidad se ha dado cuenta de que las familias necesitan un respiro y, aunque en medicina no es algo habitual, en Psiquiatría el “respiro familiar” sí está reconocido.

-¿Cómo influye el estado de ánimo en el tratamiento?

-Es importante, pero quizá actualmente se sobredimensiona. Si todo lo psicologizamos, la familia puede llegar a pensar que el paciente empeora porque está deprimido. Ahora bien, está claro que la ansiedad y el estrés tienen repercusiones biológicas. Una persona ansiosa, por ejemplo, tiene menos umbral del dolor.

-¿Hay muchas diferencias en cómo se enfrentan los pacientes a sus últimos días?

-Tantas como personas. Dos pacientes nunca mueren igual. Los enfermos pasan por diferentes etapas y ninguno está en la de aceptación todo el proceso. Dejar de existir es terrible y no todo el mundo llega a aceptar que se muere. Muchas personas fallecen negando lo que les pasa y otros llegan aquí después de años de tratamiento sin saber exactamente qué les sucede.

-¿La desinformación de los pacientes es responsabilidad de la familia o del equipo médico?

-El sistema sanitario, con sus prisas, comete fallos. Aunque es cierto que hay gente que no asume la información que se le facilita. La negación es un mecanismo psicológico de defensa y no es insano siempre que produzca bienestar y no suponga rechazar un tratamiento. Es lo que se conoce como verdad soportable. Hay que contar lo que el paciente pueda soportar en cada momento y no soltar todo de golpe.

-Pero explicar un tratamiento requiere tiempo. ¿Es posible en el actual sistema sanitario?

-No se necesita mucho tiempo, 45 minutos son suficientes y hacer las cosas mal lleva el doble de tiempo. Si un médico no se sienta un cuarto de hora con una familia tendrá que hacerlo durante tres horas cuando la situación empeore. Especialidades como Oncología están saturadas, pero con el poco tiempo que tienen los médicos podrían hacerlo mejor. El problema de la profesión es que no se sabe comunicar, no hay costumbre y tampoco formación y, sobre todo, los médicos tienen en general muchas dificultades para tratar con los aspectos emocionales de los pacientes, por ello la comunicación debería ser una asignatura troncal en la carrera.

-¿El cómo se transmite la noticia influye en el tratamiento y la actitud del enfermo?

-Si le explican bien su situación y le informan de los recursos de los que dispone, el paciente se tranquiliza. La confianza en el médico también cura. De todas formas, cada persona afronta la enfermedad como cualquier otra dificultad vital. Si es una fóbica y escapa de los problemas, no se puede esperar que acepte que se muere; si es un cascarrabias, se morirá enfadado. Al contrario, si el enfermo es tranquilo y está acostumbrado a afrontar los problemas de cara hará lo mismo con la enfermedad.

-¿ Como aspiran a morir los pacientes de la unidad?

-Más que el momento final, lo que les preocupa es el proceso anterior y nosotros intentamos que el camino se haga como ellos quieren, desde pequeños detalles como el peinado, hasta intentar arreglar la relación con un hijo con el que no se habla. Ahora bien, cada uno se muere como vive y no se puede pretender dejarlo todo arreglado en el último momento. Ésta es la hora de la verdad. Aquí se ve a la persona, sin caretas ni disimulos. La muerte no dulcifica las emociones. Es un tópico pensar que todos somos buenos al morir y que todo se perdona. Eso es mentira.

-La unidad incluye atención psicológica y asesoramiento espiritual. ¿Influyen las creencias en la forma de morir?

-Las creencias y la filosofía de vida determinan cómo se afronta la enfermedad. La gente que cree en el más allá y es más religiosa está espiritualmente más sosegada que un ateo, que sabe que esto se acaba aquí. Lo que influye, no obstante, no es tanto la religión como la espiritualidad de cada uno. El equipo dispone de una capellana que se encarga de la parte espiritual del paciente, y lo mío es más afrontar el aspecto psicológico, pero trabajamos coordinadas.

-Capellana y psicóloga atendeis a todos los pacientes...

-No actuamos a demanda, sino que apoyamos a todos los pacientes y a su familia desde el ingreso. La atención psicológica forma parte del tratamiento y del alta en el duelo, pues en procesos complicados o duelos patológicos se hace seguimiento a la familia una vez en casa.

-¿Qué le inquieta a los pacientes en el último momento?

-Te sorprenden. Hay personas a las que no les asusta morirse, sino cómo quedan sus hijos, la hipoteca o el que sus nietos se lleven mal. Y hay personas jóvenes pendientes de un padre o una madre que quedan solos. La pregunta más importante que hacemos en esta unidad es ¿qué te preocupa? Y en función de eso actuamos.

-¿Después de tantos meses de tratamiento, los pacientes hacen muchas preguntas?

-El que se interesa lo hace desde el principio, aunque no suelen hablar demasiado de la enfermedad. Enfermo y familia maquillan la situación como mecanismo de defensa.

-¿Está la sociedad actual preparada para enfrentarse a la enfermedad y la muerte?

-Mucho menos que en generaciones anteriores. Antes había más acompañamiento familiar y la gente se moría en casa, pero ahora tenemos menos espacio y tiempo y nos angustia cuidar a nuestros enfermos. Las mujeres trabajan fuera de casa, no hay espacio en las casas y estas situaciones generan problemas familiares. Cuando se fusionaron los hospitales y se adhirió el área del Meixoeiro, más rural, se notó mucho el contraste. Las zonas rurales aceptan mejor la muerte y la ven como parte de la vida. Ven nacer y morir a los animales y tienen el cementerio al lado de casa, mientras nosotros tapamos lo posible estos temas.