Vigo cumple mañana sus primeros doscientos años como ciudad. En su Descripción Topográfico-Histórica de la Ciudad de Vigo, Nicolás Taboada Leal lo relata señalando que “en consideración a los importantes servicios que ha prestado este pueblo en 1809, siendo el primero de Galicia que sacudió el yugo francés, la Suprema Regencia de España e Indias, con sede en Cádiz, por Real Decreto del 1 de marzo de 1810, elevó a Leal y Valerosa Ciudad la que antes era Fiel Villa de Vigo, con la circunstancia de relevarla de todo servicio y derechos por esta gracia”.

El Real Decreto se publicó el 27 de octubre de ese mismo año y el nuevo título originó una dura reacción de la ciudad de Tui, al considerar que era la única acreedora a ese privilegio en la provincia, por lo que reclamó a La Corona la revocación del acuerdo. El pleito finalizó con la publicación de una Real Cédula de confirmación del privilegio, firmada por Fernando VII el 22 de noviembre de 1819.

El título de Villa ya lo ostentaba, según los historiadores, desde mediados del siglo XV, sin que esté muy claro si tal nombramiento fue originado por privilegio real o por otro motivo. Hasta entonces, para unos autores era una aldea y para otros, una feligresía.

A la nueva consideración de Ciudad Fiel, Leal y Valerosa se unió en 1898 y por la actitud de los vigueses con los repatriados de la guerra de Cuba, el tratamiento de Siempre Benéfica que mantiene en la actualidad.

Cambios en el escudo

Vigo entraba así en otra fase de su historia y para corroborarlo, el 19 de enero de 1813, el Ayuntamiento elevó una representación al rey solicitando el cambio de su escudo heráldico para que “en lugar de la concha con que de algún modo se miran eclipsadas sus Armas, por ser signo de vasallaje o reconocimiento servil, la sustituya un magnífico olivo con que de tiempo inmemorial se hallan enriquecidos sus naturales, conocidos más bien en el mundo por este frondoso árbol”.

Ese olivo al que se hace referencia estaba en el atrio de la colegiata de Santa María, plantado posiblemente por los Templarios cuando regían la feligresía. Fue arrancado para la construcción del nuevo templo pero conservó una de sus ramas un descendiente de Cayetano Parada y Pérez de Limia, que la plantó delante de su casa en la Porta do Sol, hasta que el desarrollo de la ciudad forzó su eliminación, por lo que sus herederos lo trasplantaron al Paseo de Alfonso, donde se conserva en la actualidad.

El Cristo de la Victoria

Otra de las consecuencias de los acontecimientos de marzo de 1809, con la expulsión de los franceses, fue el reconocimiento del culto al Cristo de la Victoria.

El 11 junio de 1809, según relata Luis Domínguez Castro en la Historia de Vigo publicada por FARO DE VIGO, se celebró en la colegiata un solemne te deum en acción de gracias por las victorias logradas, con asistencia de la corporación municipal, autoridades militares y paisanos. Al año siguiente y tras celebrarse otra función religiosa con motivo del primer aniversario de la gesta, el Ayuntamiento acordó establecer como día festivo el 28 de marzo de cada año “como el de nuestra libertad y que se ha de dedicar enteramente al culto divino y de la venerada efigie del Cristo de la Victoria, con la función más clásica que se recuerde”. Para ello, se hizo una convocatoria el 31 de marzo de 1810 dirigida a todo el clero, así como al pueblo a través de sus representantes gremiales para confirmar el acuerdo.