Un mundo de ensueño en el que las colchonetas se hinchan para que los niños puedan saltar, deslizarse por toboganes interminables y flotar dentro de bolas transparentes dentro de una piscina de agua. Vigolandia abrió ayer sus puertas en su ya séptima edición, convirtiendo el Ifevi en el mejor pasatiempo para las familias viguesas.

Un azucarado olor a golosinas inunda el recinto ferial nada más franquear la entrada y los juegos se reparten todas las edades. Mientras que los hinchables restringen el aforo a los mayores de ocho y 12 años, dependiendo de cada uno de ellos; el billar tiene público universal. Pablo Fernández enseñaba a sus hijos Pedro y Miguel, de 5 y 8 años respectivamente, cómo manejar el taco. La madre no se perdía detalle de la partida sentada a una distancia prudencial del movimiento de los palos. "Descubrimos Vigolandia este año por primera vez; en la edición pasada nos enteramos tarde", explica Iván.

El fútbol reunió también a muchos jóvenes vigueses en las canchas, tanto en la de portería inflable como en las tradicionales. Un ejemplo era Víctor Fernández, de 10 años. Justo enfrente, un simulador de carreras de coches captaba toda la atención de Marcos Jones, con la misma edad que Víctor, que no se pierde una entrega del popular festival de juegos desde hace más de un lustro.

Los hermanos Juan y Ana Page, sin embargo, se decantaban por los triciclos y bicicletas y recorrían la pista bajo la mirada atenta de su mamá, Loles Ibáñez.

Había también un circuito de coches que parecía una recreación exacta de una ciudad en pequeña escala. No faltaban ni los badenes, ni los guardias de tráfico. Tampoco se perdió la cita este año la tómbola solidaria.