Esa mar encrespada del mural fotográfico ante el que posa en El Rebullón bien podría aludir a su trabajo de siempre en los territorios levantiscos e ignotos del cerebro. Podríamos poner a su espalda "La extracción de la piedra de la locura", esa obra inmortal de El Bosco, y también le iría al pelo. Es Arturo Rey, vigués de adopción como todo buen ourensano. Alumno de Villamil en Santiago, especializado como psiquiatra en aquel Canadá de los 60 y 70 en que apareció la palabra antipsiquiatría y empezó a ponerse en cuestión toda la arquitectura sobre la que se había edificado el concepto de locura.

Cuando llegó a Vigo contratado por la Diputación para abrir un centro psiquiátrico sobre las cenizas de un hospital antituberculoso corrían los años 70 y la asistencia mental en la provincia de Pontevedra era un puro y desolado yermo en el que los pacientes eran exiliados a Conxo o Palencia. Lo suyo no parecía una misión especial sino suicida pero, siempre en equipo y como director de El Rebullón, imprimió un cambio revolucionario, un revulsivo en el mundo atrasado de la locura, una ruptura radical con la idea de hospital como contenedor de enfermos. Eso exigió una lucha por la reforma desde que el organismo provincial encargara al diputado vigués Saturno Rodríguez Blanco gestionar la conversión del espacio antituberculoso en psiquiátrico. Y una ímproba tarea de convencimiento a la clase política sobre los nuevos retos.

Teixeiro, primer director, vino de Suiza pero su estancia fue muy breve y a Arturo Rey, el de la foto, le tocó hacer del Rebullón no un almacén de locos sino un espacio modélico y abierto: devolver al paciente mental su condición de enfermo y su esperanza de mejora integrado entre los suyos, no aislado y asilado. Arturo apenas habla de sí mismo, sólo de equipo: "Elegimos –nos cuenta– el modelo francés de Salud Mental: una población, un equipo profesional comprometido con esa población, unos medios técnicos y materiales, un Hospital Abierto... " Toda una psiquiatría dinámica que recogía los avances psicofarmacológicos de esos años y desterraba electroshocks o terroríficas inyecciones.

Y comenzaron los fichajes. De Conxo vino García de la Villa, luego Javier Montoto, Manuel García Gómez, Tiburcio Angosto... y Alejandro Torres, el primer psicólogo. También Orlanda, maestra de enfermeras, o Rafael F. Sanmiguel, el administrador, de tarea también crucial. Cuántas idas y venidas, cuántas luchas, cuántas dudas caídas sobre ellos. Más tarde aparecerían los jóvenes psiquiatras (ahora maduros) que siguieron en la brecha y vivieron la integración de la enfermedad mental en los sistemas de salud general: Piñeiro, Víctor Pedreira, Antón Seoane...

Arturo Rey, hoy jubilado, mira hacia atrás y piensa en voz alta: "Hoxe, O Rebullón xa non admite ingresos, é únicamente centro rehabilitador prás longas estadías, a espera, sempre, do retorno a vida. Que sigue fora. Pero fíxose xusticia".