Una esquela de un niño de 12 años, fallecido en Mondariz tras fracasar un trasplante de médula, agradecía los servicios prestados a HADO. Detrás de esas siglas se esconde la labor callada de todo un servicio: el de hospitalización a domicilio. Aún se muestran satisfechos por haber seguido entonces los últimos días del pequeño , vencido por la leucemia. Hacía meses que en el hospital sabían que no había nada que hacer. Como último regalo, volvió a casa, rodeado de su familia y sin paredes, ni batas blancas.

La dedicatoria póstuma, plasmada en las letras de un obituario, fue uno de los detalles que más hondo caló entre los profesionales del servicio; uno de los homenajes más contundentes a aquella labor que aún recuerdan con nostalgia. Aunque es un sector de población minoritario –el pediátrico– hay excepciones que HADO sí cubre. En algunos momentos, incluso atendió a bebés prematuros en la casa materna.

Un equipo que integran cinco médicos y siete enfermeros viaja cada día casa por casa –sólo a veces con chófer–, visitando a unos cuarenta pacientes en la comarca, más de la mitad de ellos en Vigo. Electrocardiogramas, punciones lumbares, analíticas o cirugías menores pueden hacerse al lado de cama.

La mitad de los enfermos que atienden sufren enfermedades terminales, sobre todo cáncer, y la otra, patologías agudas. No todos los pacientes podrían ser atendidos a través de este programa, pero es una de las fórmulas que la Gerencia del Chuvi (Complejo Hospitalario Universitario de Vigo) pretende reforzar para aligerar la sobrecargada demanda de camas en hospitales. Requiere que el paciente esté estable, lo solicite de forma voluntaria, que tenga a un cuidador en casa y que el domicilio reúna unas mínimas condiciones de higiene y teléfono. Unas condiciones que pueden darse en muchos casos; sólo hay que verlos. El HADO de Vigo es el único servicio de Galicia que cuenta, además, con un gabinete psicológico.

Cada día salen del hospital Meixoeiro dos grupos que cubrirán rutas rurales –interior y costa– hasta a 70 kilómetros con 24 pacientes; y otro del hospital Nicolás Peña, que atiende el núcleo urbano y todo el término municipal de Vigo y que atiende a unos quince enfermos. Los más "viajados" aseguran que han llegado a cubrir rutas de hasta cien kilómetros.

El coordinador del servicio –también de Urgencias del Meixoeiro– Luis Amador Barciela, insiste: "Toda la población tiene el mismo derecho a ser atendido por HADO. El hospital rompe la armonía familiar, por muy bueno que sea; no puedes ver al número de personas que quieres porque están restringidas, o comer a la hora que estás acostumbrado... También hay enfermos que una vez que llega el final de su vida, desean pasarlo a su modo, sin cortapisas".

¿Qué consigue el servicio? Que los pacientes voluntarios estén como en una planta de hospitalización, pero en casa. De hecho, la medicación se suministra directamente por los médicos; los familiares no tienen por qué mover un dedo, ni visitar centros de salud o pedir recetas. Es como si la habitación fuese una prolongación de la unidad. Incluso le dan la cama al paciente, si la solicita, claro. Ya se dio algún caso, reconocen. A veces, el tratamiento puede extenderse durante ocho o nueve meses. Tiempo suficiente para implicarse.

"Un enfermo nos hace café cada vez que vamos", aseguran la médica Noa Pazos y la enfermera Delia Araújo, a punto de salir a una ruta de cien kilómetros. "Vamos con un teléfono". Y es que las primeras veces, es casi imposible no perderse. "Preguntamos a los vecinos", reconocen.

A partir de ahora será preciso fomentar la costumbre de transferir a pacientes al servicio dentro del hospital , asegura el responsable, Amador Barciela. "Somos un eslabón de la cadena, necesitamos del resto para atender a los pacientes bien. Ahora mismo la mitad de los que entran lo hacen desde Urgencias, pero tenemos que estar coordinados con la atención primaria para que, por ejemplo, los fines de semana las enfermeras sigan administrando la medicación".

El propósito es que los enfermos se deriven de hospitalización, de Urgencias o incluso de atención primaria".

Ocho de la mañana en el Nicolás Peña. Hora de inicio de la ruta a domicilios. "Hoy tenemos un día light", sonríe el curtido enfermero Pancho Malvar. Diez años en esto del HADO, treinta y tres de profesión y muy buen humor a tal hora de la mañana: "En muchas ocasiones es excesivamente duro, o marcas muy bien los espacios, o te implicas demasiado en el proceso familiar; te enseñan a cuidar para sanar, no para morir", confiesa durante un apurado pitillo antes de salir. Un maletín en el que cabe apretado todo lo justo y necesario para empezar el enésimo viaje en el Seat Panda –nuevo modelo– del Sergas.

Espera el chófer de la zona centro, Camilo González. Juntos dan paso a la siguiente confesión; una anécdota: "Un tío joven, de unos 40, que estuvo ingresado nueve meses, quedó parapléjico y necesitaba unos cuidados bestiales. Su mujer se portó como una campeona", prosigue, "dejó el trabajo para estar a su lado e hizo de enfermera". Cuando volvieron a verlo, ya podía mover una mano.

Sale el médico de familia, Nacho Benito, al que los últimos seis años le han dado para conocer muchas rutas, e incluso casas sin agua corriente. "Están cómodos y es un trato mucho más cercano, porque entras en su familia", reconoce. El bluetooth del coche enlaza sin parar llamadas; algunas las rechaza porque no son aptas para el servicio: "Tienes que hacer una valoración, de la vivienda, de la higiene... En cuanto intercambias dos frases con los cuidadores ya sabes si es candidato, o no", explica. Hay domicilios en los que los que emplea una hora, otros en los que minutos.

"Todo depende de la dispersión de las casas. Normalmente salimos a las 8.00 y llegamos a las 15.00. La media son doce pacientes". Intrigados por estado de los pacientes que nos aguardan, el enfermero Malvar explica: "Hay un paciente para el que ir desde la habitación al baño es como subir al Everest". Se refiere a una insuficiencia respiratoria.

Primera parada. Es una vivienda de lujo en el corazón de Vigo. No es lo habitual, insisten. La enferma tiene un tumor cerebral operado hace dos años y el facultativo realiza ejercicios que le permitan evaluar el avance del mismo. Ojos arriba, abajo... A la salida del domicilio, el hijo rehúsa salir públicamente.

La siguiente visita está cerca. En la puerta de entrada, la cuidadora nos explica una situación frecuente, pero delicada: "No sabe que tiene cáncer, ni metástasis en los huesos; se lo ocultan porque es depresivo". Por la misma razón, nos ruega anonimato. Algo inapropiado, pero bastante habitual, reconoce el médico.