Fue la primera mujer que ocupó una plaza como agente del 092; la primera policía embarazada, en los años ochenta, y que ya había estado entre las tres primeras féminas que entraron en el cuerpo en Vigo. Margarita Rodríguez Chamorro se jubila por problemas de salud, a sus 56 años, y en la larga lista de partes y salidas, deja también impresa la historia de la lucha contra los prejuicios machistas: "Suplía mis carencias físicas con la inteligencia; así se puede evitar llegar a la agresión física", asegura, "es la táctica que utilicé siempre". Para romper otro tópico, recuerda que en una de sus primeras salidas a un robo, su compañero de patrulla la dejó sola.

Era una tipa menudita y treintañera, que desde pequeña había roto con las muñecas, cuando decidió aventurarse en las pruebas de la unidad de Seguridad Ciudadana. Antes había estado en la emisora. Y lo hizo por contrariar; porque un sargento le aconsejó que no lo hiciera: "Me dijo medio en broma que no me presentase, o me castigaría dos meses regulando el tráfico en Policarpo Sanz... y entonces dije: ahora me presento", recuerda. Entró en 1985, pero llevaba en la policía desde 1982. "No lo esperaba; fue una sorpresa entrar, porque quien realmente quería era una compañera mía. Pero no me arrepiento".

Aún recuerda su primera intervención en el Paseo de Alfonso: "Pensé que la gente se concentraba porque allí hubiera una pelea, pero me di cuenta de que todo el mundo me estaba mirando, me veían como algo raro, y dije tierra trágame". También, con sorpresa, la primera vez que tuvo que enfrentarse a regular el tráfico en un gran evento en la Plaza de Compostela: "Me lancé al ruedo, levanté la mano... y se pararon, ¡yo no me lo podía creer!", sonríe.

Sólo hace falta escucharla hablar diez minutos para entender por qué sus compañeros la llaman "mamá". Y es que Margarita Rodríguez, se jacta más de su labor social en las calles durante veintitrés años, que de las detenciones.

A algunos de los delincuentes a los que detuvo en horas laborales, los vio como "hijos" fuera del trabajo. De hecho, recuerda a uno, llamado "Javi" e hijo de una prostituta, que le recordaba a su hijo: "Procedían de familias totalmente desestructuradas, la verdad es que daban pena", relata, "y era una época difícil". "No eran los delitos que más me gustaban, me gustaban más otro tipo de intervenciones en las que realmente ayudas a la gente", reflexiona. Por ejemplo, cuando tuvo que acudir a un suicidio de una chica en Coia, en la que ayudó a consolar a su pareja, que aceptó de buen grado un abrazo en esos momentos. "Cuando terminamos, miré a mi compañero y tenía los ojos llorosos, pero por haber visto que hay cosas que salen de dentro sin que te las propongas. Eso es lo que te llena", confiesa. Pero también hubo momentos peliagudos. Por ejemplo, cuando tuvo que enfrentarse a un homicida que la agredió y al que había ido a buscar a Valladares. Entonces, su compañero y amigo Ricardo Andrés Méndez, tuvo que reducirlo.