A punto estuvo de costarle la vida. Poseedor de una envergadura muy superior y de puntiagudas hileras de dientes, se creyó que la pieza, un pulpo de unos dos kilos de peso, era pan comido. Pero el congrio erró en esos apresurados cálculos. Salió de la guarida, sumergida en la ensenada de A Freitosa (Isla de Ons), directamente a por el pequeño cefalópodo. Y tras acertar en la embestida, a partir de ese momento nadó a merced de la que debía ser su presa. David contra Goliat.

Daba bandazos sin ton ni son, intentando liberarse de esos finos tentáculos que, además de aprisionarle, cegaban sus ojos. Así, desorientado y tuerto por completo, su escurridizo cuerpo danzó agónico entre aguas durante al menos quince minutos. El ejemplar de Conger Conger, de más de un metro de longitud, ya no infundía ningún miedo a quienes presenciaban la escena. Buceadores que hasta esa misma mañana del pasado domingo habían visto muchos congrios, pero jamás se les ocurriría acercarse más de la cuenta a uno de ellos, fuera de 10 o 30 kilos, y ni mucho menos, atreverse a acariciarlos. "Estaba apampanado, casi muerto. Cuando le estaba tocando ni siquiera reaccionaba", cuenta, aún fascinado, José Benito Ríos, del Club de Buceo Ons.

No es que este bicho, temido por marineros y apneístas -más de uno perdió un dedo por hacerle frente- aceptase de repente las carantoñas de unos humanos intrusos. A su manera, parecía como si pidiera ayuda a la desesperada. Porque por mucho que siguiera clavando su potente dentadura, el cuerpo del pulpo funcionaba como el chicle. Para colmo, su capacidad respiratoria tenía los minutos contados, y en consecuencia, poca fuerza le quedaba ya para seguir la caza. Se comportaba como un pez vulnerable, nada que ver con los estudios que destacan su enorme capacidad de resistencia, su milagrosa recuperación ante las heridas más graves.

"Le cortó la circulación del agua desde la boca hasta las branquias, por las que ya salían los brazos. Le estaba asfixiando. En esa posición, un congrio no tiene nada que hacer con un pulpo sea del tamaño que sea", apunta Ángel Guerra, profesor de Investigación del Instituto de Investigaciones Marinas (IIM) del CSIC en Vigo.

Frente al moribundo Conger, el pegajoso cefalópodo. Movía su caperuzón, la mejor señal de vida. Si su enemigo le mordiese en esa zona, acabaría ganando la batalla. Pero falló en el ataque y ahora, el animal pequeño se comía al grande.

"Es factible que un pulpo acabe matando a un congrio. Sí, puede ocurrir; lo excepcional de esto es la grabación de la secuencia", añade Guerra. Otros biólogos consultados por este periódico coinciden con el del CSIC. Y se preguntan: ¿Qué sería del congrio sin la intervención de los buceadores que le salvaron la vida?