Esa línea femenina de sucesión iniciada en 1890 por su tatarabuela y continuada por su abuela Umbelina, su madre Isolina -que entró en 1932- y después la misma Delia aunque su marido haya figurado como gerente, la rompe el hijo de éstos, Martín, que ya está también en la panadería. Cinco generaciones, cinco, que transcurrieron su vida entre los calores del horno y vivieron innumerables noches de faena a lo largo de 110 años en esa parroquia de Sabarís en que la panadería Isolina está emplazada. Allí, en lo que en tiempos se llamó Camiño do Cementerio, luego Pouquena, después General Franco y ahora, para no meterse en líos, Porta do Sol.

Como dice Delia, sin pan la vida no tiene sentido así que sentido a la vida es lo que estuvo dando este negocio desde 1890, ocho años después de que se fundara el legendario Casino de Sabarís con el nombre de Sociedad de Recreo de la Ramallosa, y dieciocho antes de que llegara la luz eléctrica a la zona. Ya llovió desde entonces y ya habrán salido toneladas de pan para alimento de los lugareños en tan largo tiempo de servicio diario.

Aquellos juegos

Podemos imaginar a Delia, que nació en medio de la guerra civil española, jugando con sus amigas ante la panadería a la comba o a la cruceta en esos años 40 en que se podía correr y saltar en la carretera sin peligro de atropello porque apenas pasaban coches; o en esa huerta donde su padre -que tenía un pequeño barco de pesca, el Santa Cristina, amarrado en A Foz- amontonaba la leña y en la que no faltaban cerdos, conejos o gallinas; o dando una escapada a la inmediata playa de Ladeira, o hasta esa "Ponte Vella" sobre el río Groba, recuerdo prerománico del siglo X; o quizás a ese bosque autóctono de alisos, fresnos, chopos y robles que esperemos que aún sobreviva en Sabarís.

Delia, que creció entre esos calores de la panadería, recuerda que hubo un tiempo de posguerra en que, a falta de otra cosa, el horno se alimentaba con tojo. Esa etapa de la infancia suya está sembrada de imágenes y aromas a pan de maíz, centeno o trigo, e incluso en sus pituitarias hay memoria olorosa a uno amarillo que llamaban algarrobo y es de suponer que debía corresponder a los años más duros del racionamiento de posguerra. Pero también a ricos boleardos, esos dulces propios de la zona. ¡Ah, qué tiempos aquellos, pensará ella, en que los mozos y mozas en flor coqueteaban, si acaso, durante el rezo del santísimo rosario en la Iglesia o jugando al ping-pong en el Casino de Sabarís, y en los que Santa Cristina, Santa Marta, la Anunciada y el Carmen se vivían como fiestas de sociedad! Y la de San Cosme, claro, que marcaba el comienzo del invierno.

En otras sociedades aún luchan por llevar un pan a la boca pero, paradójicamente, en las nuestras se eligen texturas y sabores y, así, en Isolina y en otras de la zona se vende pan normal, artesano, rústico, integral, baguette, de maíz, de maíz con pasas, de centeno, de semilla... Y las empanadas de zamburiñas, bacalao, pulpo, bonito, carne o jamón y queso construyen otro nivel preciado de la oferta.

Agua y pan

Afectado el local en las riadas que inundaron Baiona y Oia en el 2006, dice Delia que el agua se llevó hasta libretas de racionamiento que atesoraba como memoria de aquellos años tras la guerra en que la gente hacía cola para recoger su cupo de pan. "Si hasta se llevó la riada mi traje de novia", dice ella en su hotelito rural, "Entre Robles", que tiene en Sabarís. "Y diga, aprovechando, que todavía no hemos recibido las compensaciones prometidas por la Xunta".