Creo que se podría hacer una novela en la que el argumento básico fuera la vida de este bienhumorado, amable y vital Ramón Cabezas que, a sus 78 años, está tras el mostrador de los Ultramarinos El Porvenir en la calle Couto Piñeiro, esquina Colombia,con igual ilusión y amor a la vida que cuando los fundó hace 63 años en Tenerife.

Y es que la primera vez qe Ramón rotuló ese nombre que desde entonces ha acompañado su vida, Ultramarinos El Porvenir, lo hizo siendo un adolescente y sobre un carro de ruedas. pero esta novela que uno escribiría sobre su vida tendría que empezar antes.

Empezaría por la vida de un niño nacido en Cuba de padre español, venido a España con un año y medio en tiempos de la República, que conoció bien lo que era acostarse con el estómago vacío y que no supo lo que eran unos zapatos hasta los 9 años. La vida de un luchador, de un trabajador honrado que conoció la emigración y que con la llegada de Castro al poder perdió todo para volver a empezar en Vigo. Me imagino el comienzo de la película.

Un primer plano de Ramón narrando su propia historia. “Mi padre se fue desde La Gomera a Cuba en 1921, se casó en 1928 allí y me bautizaron a mí dos años después. En 1931 volvió a La Gomera con mi madre y conmigo con la intención de regresar a Cuba, pero ya no fue posible. Fueron naciendo más hijos y no faltó amor pero sí de todo lo demás: comida, vestido y hasta vivienda digna. Yo supe lo que era levantarnos de madrugada para ir a recoger leña al monte y cambiarla por plátanos o lo que nos dieran; o que nuestro padre nos despertara a mí y mis hermanas muy de noche porque acababa de conseguir unos repollos y había que celebrarlo comiéndolos hervidos; o que mis pies llagados se llenaran de moscas”.

Pero comencemos su historia comercial. Tras muchas vicisitudes infantiles y trasladada la familia a Tenerife, nos situamos en el 24 de marzo de 1945, a las 6 de la mañana, en la esquina de la calle Horacio Nelson con Salamanca de la capital tinerfeña. Ese día y a esa temprana hora inauguró aquel carrito con ruedas que le costó 321 pesetas, con escaparate acristalado para la venta de caramelos, chocolates, bocadillos, refrescos, tabaco, frutas, jabones...

Capital inicial, 500 pesetas que fue ahorrando a escondidas, perra a perra de entonces, haciendo recados y otras prestaciones. Un rótulo, “El Porvenir”, indicaba ya esa ilusión de futuro que siempre le acompañaría. “Los amigos y familiares que me veían prosperar en un negocio tan pequeño -sigue narrando Ramón- me decían que me haría rico si marchaba para América.

Por fin, en 1950 dejé el carrito a mis padres y cuatro hermanas y embarqué rumbo a Cuba, donde había nacido. Fue en el “Lugano” y vía Venezuela, donde trabajé unos meses, ganando un dinerito que envié a mi familia”. En 1952 ya estaba en la Habana trabajando como dependiente de una tienda de ultramarinos, los primeros meses sin sueldo, sólo por la comida. “Allí -cuenta- empecé a crecer desde que monté mi propio negocio, que llamé también ‘El Porvenir”.

Al poco reuní conmigo a mis padres y cuatro hermanas. Pronto a la primera tienda siguió otra, y luego una tercera detrás del cabaret Tropicana. En ese tiempo ejercía como presidente de la Unión de Detallistas de Cuba”. Pero el 14 de marzo de 1968 llegó Fidel y la expropiación forzosa. Ramón y su mujer, que era gallega, hubieron de volver a España con lo puesto, a empezar de cero. En 1969, emigraron a Chicago en busca de unos ahorros con los que, en 1972, de vuelta y en Vigo, abrió otra vez “El Porvenir”. Era el el quinto y dura hasta hoy. Que dure.