Enrique advirtió a los aduaneros de que por las recientes operaciones "no podía verme sometido a un interrogatorio de esas características". Intentó mostrarles los informes médicos del hospital de Nueva York, redactados en castellano e inglés, para justificar lo que estaba diciendo: "Ese non é o nosso problema", contestaron.

Fue entonces cuando Sanjurjo les preguntó cuánto tardarían en acabar su trabajo. Los 30 minutos anunciados se convirtieron en más de dos horas, "durante las que además de sentirme físicamente muy debilitado, tuve la sensación por el trato que me dieron los policías de ser un contrabandista o un cocainómano tratando de engañar a la Aduana", asegura.

Pero él no fue la única víctima del acoso aduanero a los españoles. Sanjurjo vio cómo le sucedía algo parecido a un chico español que viajaba con su portátil: "Le obligaron a pagar derechos arancelarios por un ordenador de tres años de uso". Como a él, los agentes informaron al joven que para evitar "estos problemas" tendría que declarar la computadora cuando salió de Oporto.