Muchos vecinos de Chandebrito vieron la muerte muy de cerca el pasado domi ngo. María del Carmen Vidal fue una de ellos. "Le dije a mi marido: 'esto se acabó'", narra. En ese momento, ambos viajaban en la parte trasera de un coche de la Policía Nacional, con dos agentes como piloto y copiloto. Ocurrió cuando la situación empezó a ser límite en el pueblo y los agentes apremiaron a todo el mundo para abandonarlo.

Antes de eso, la pareja había percibido algo "raro" en el ambiente: un ruido, un olor, un calor fuera de lo normal. Al rato tenían las llamas a las puertas de la parroquia.

Los policías que los llevaron en su vehículo, entre el escaso conocimiento de la zona y la confusión provocada por la espesa humareda, tomaron la decisión de salir por una carretera que ya estaba bloqueada por el fuego. Al percatarse, el conductor dio vuelta como pudo, con los neumáticos ya en llamas, y se volvieron para la casa de la pareja. Allí se quedaron ya el resto de la noche, ofreciendo refugio a más de una veintena de los 100 vecinos que no pudieron salir del núcleo. Echaron mano de mangueras y cubos para evitar que el fuego devorase la vivienda. Alrededor el paisaje era propio de una película de terror.

María del Carmen y su esposo, Manuel Pérez, vivieron, además, esas horas lejos de su hija Eva, que minutos antes había salido en la caravana policial que intentó evacuar Chandebrito en dirección Camos.

El hombre parece revivir los momentos de tensión ocurridos el domingo cuando los rememora. Temían, por ejemplo, que las llamas alcanzasen el garaje de la vivienda, donde tenían aparcados tres coches, de forma que todo explotase por los aires. "Pánico" es una palabra que repite varias veces mientras explica lo sucedido. "Vi la muerte de cerca, pero no un minuto o dos, durante muchas horas".

Vuelta a la normalidad

Fue hacia las tres de la madrugada cuando empezó a llover y la situación mejoró. María del Carmen había estado rezando para que del cielo llegase agua, en lugar de bolas de fuego.

El matrimonio y su hija tratan ahora de volver a la normalidad. Ya se han reincorporado a sus quehaceres diarios y la casa, si se obvian las manchas negras de las fincas aledañas, no parece haber pasado por el infierno vivido. Pero están seguros de que serán unas horas muy difíciles de olvidar.