Son las cinco de la tarde y ante las puertas del Colegio Santa Cristina de Lavadores aguardan dos decenas de madres -padres, solo tres- con intención declarada de entrar a las aulas, ocupar un asiento y prestar atención a la lección extraescolar del día. Alberto Luaces, delegado de Participación Cidadá de la Policía Nacional de Vigo, tiene poder de convocatoria y una misión concreta: sembrar inquietudes -de reflexión, no de temor- ante el acoso escolar, el envalentonado enemigo de una infancia sana contra el que, con cada vez más frecuencia, docentes y familias se ven obligadas a lidiar.

Tanto que, Galicia, según datos del informe PISA, es junto a Canarias la comunidad en la que una mayor cantidad de adolescentes -el 17.8% de los que tienen 15 años- asegura sentirse víctima de este tipo de violencia.

La repetición de cifras como estas ha dejado a Luaces varias veces afónico durante el actual curso. El Plan Director para la Convivencia y la Mejora de la Seguridad en los Centros Educativos y en sus Entornos, en el que participan las fuerzas de seguridad, le impone una agenda demandante. Aunque su interlocutor más habitual es el alumnado vigués de once a 18 años, el agente adapta de cuando en vez su discurso a progenitores con el fin de traducir su experiencia de uniformado en consejos de aplicación doméstica. Junto al uso de la Red y el consumo de drogas, la concienciación sobre los puntiagudos peligros del "bullying" ocupan la mayor parte de sus intervenciones, tan solicitadas que resultan insuficientes. "A muchos colegios, por falta de tiempo, les tengo que decir que no", explica.

Un sondeo improvisado entre la asistencia ayuda a entender el origen de tanto reclamo: la mayoría de los presentes admiten sentirse tan interpelados por la creciente visibilización mediática de episodios de violencia escolar como inseguros sobre su capacidad de reacción ante ellos. La desconfianza que generan Internet y las redes sociales, son las motivaciones que se citan más.

Las diapositivas de Power Point con las que Luaces guía la exposición contienen, precisamente, continúas referencias a los riesgos poco controlables que acarrea el acceso a las nuevas herramientas de comunicación entre quienes tienen edades de corto historial. El agente no escatima en énfasis al presentar a los dispositivos tecnológicos como soportes de una nueva vía -el ciberacoso- a través de la que se ejerce y se sufre este tipo de agresiones. Al ser plataformas que favorecen la viralización, fomentan la reproducción contagiosa del acto inicial de intimidación y, por tanto, aclara, también extienden la tortura psicológica más allá de un espacio-tiempo concreto: la víctima se queda sin posibilidad de desconectar. "Así que si le quieren complicar la vida a sus hijos, regálenle un teléfono", asevera.

Las intervenciones parentales son, sobre todo, asentimientos de respaldo, unánimes cuando el agente señala su apuesta principal: convertir la charla familiar en una rutina de alcance anticipativo. Luaces dice confiar en la posibilidad de incidir cuando el mal aun no está hecho. Durante sus años en la Policía Científica aprendió la amargura de intervenir cuando "ya no había nada que hacer". Desde entonces, se esfuerza en concienciar sobre la fuerza de la prevención, a la que identifica, casi desde la sinonimia, con la educación. Con todo, sabe que la tarea no es sencilla. Para el agente, la "excesiva condescendencia y permisividad", propias del modelo parental de nuevo cuño, junto con "la generación de los niños cable USB, que llegan a casa, se ponen frente al ordenador y se desconectan", dificultan el establecimiento como costumbre de una comunicación fluida familiar, precisa para "identificar con facilidad" si los pequeños de la casa están involucrados, de algún modo, en una situación de acoso.

Luaces, que anualmente acude a "cursos de capacitación impartidos por médicos, psicólogos, y policías de unidades de investigación", tiene especial interés en ampliar las responsabilidades que sostienen estos sucesos. Por ello, junto con la descripción, más deducible a priori, de la relación prototípica entre acosador y víctima -basada en el abuso de poder de un primero carente de empatía sobre un segundo que suele culpabilizarse por su condición-, lanza una advertencia: quienes ven y oyen el acoso pero ni lo evitan ni lo denuncian también se van a lastimar. La participación pasiva de los "espectadores", además de legitimar con el silencio la dinámica violenta, los condena igual, ya sea porque se insensibilizan ante el dolor ajeno o porque se empapan de él al punto de sentir la ansiedad propia de quien teme convertirse en el siguiente damnificado.

Al arribar a dicho punto, sin pretender manejar "fórmulas mágicas", satisface el deseo de respuestas orientativas del público adulto que suele acudir a estas charlas. En cuanto a la detección, subraya la necesidad de aprender a observar qué se esconde tras posibles indicadores como la falta de autoestima, la inseguridad, la ansiedad, la resistencia o rechazo a salir de casa, el descenso en el rendimiento académico del menor,etc. Si lo que se manifiesta es ya la fobia al colegio o problemas físicos derivados de la somatización o de las propias agresiones, las evidencias hablan ya por sí solas. En ese punto, insiste en que lo fundamental es comenzar por avisar a los centros y confiar en su capacidad resolutiva: "Solucionan el 99,9%" de los casos". La denuncia en comisaría, indica, no tiene ni debe ser necesariamente la primera opción.

Por si tras hora y cuarto de uso palabra, entre quienes lo escuchan, los hay poco empáticos, escépticos o con alguna tentación de banalizar, Luaces apela al relato en primera persona de Diego González, un niño de once años que se suicidó en 2015 al no soportar el hostigamiento diario que sufría en las clases: "Si no les he conseguido convencer, les pongo deberes para casa: léanse su carta de despedida y sabrán que el acoso escolar sí es para tanto".

Al finalizar la charla, nadie se anima a preguntar. "Es que ya lo dijo todo", se exculpan elogiando a Luaces un par de madres. "Ha sido muy formativa. Estoy satisfecha", replica otra. Belén De Manuel y Alejandro Vaghetti, organizadores del evento y responsables del Departamento de Orientación del colegio vigués, aprovechan entonces para explicar la importancia que otorgan a "la mediación entre iguales" y "la formación emocional" en la resolución de conflictos. Luaces, por su parte, agradece la disposición: "Quienes vienen, lo hacen porque se implican. El problema suelen ser los precisamente los que no están".