Rodeados de canastas de juguete y mobiliario probablemente salido de un rastrillo de segunda mano, en la mejor aceleradora de Silicon Valley según Forbes, pasaba desapercibida la extravagancia de Salvador Dalí en la primera diapositiva de Steven Hoffman.

Habíamos llegado a San Francisco la noche anterior, tras once horas de vuelo en un futurista avión de dos plantas. Participamos en este viaje por ser ganadores en el programa Yuzz para jóvenes emprendedores. Premiados con esta aventura en Silicon Valley pero acostumbrados a aerolíneas de bajo coste, ya fantaseábamos con la modernidad de nuestro destino.

La mañana en California se inició con un trayecto en bus con dos emprendedores menos. San Francisco es una ciudad que no se detiene. Hay que subirse al carro antes de que pase, literalmente. Primera lección de puntualidad en los negocios en EEUU.

La segunda llegó nada más entrar en Founder Space, una de las incubadoras de empresas más reconocidas del mundo. Cruzamos la puerta esperando, como mínimo, un robot recepcionista. Pero EEUU prima el talento sobre las apariencias. La esencia garaje no se ha perdido, y eso era básicamente el lugar donde nos esperaba Steven Hoffman, gurú del emprendimiento tecnológico. Compartía jet lag con nosotros, pues venía desde China únicamente para pronunciar su discurso, pero apareció con una gran sonrisa. Hablaba con una frescura de la que carecíamos los demás presentes cuando mostró la imagen de Dalí, que nos invitaba a ser diferentes.

Premiados del programa Yuzz con el Golden Gate de fondo.

Sin embargo, su lección más importante fue la de buscar al mejor equipo. En EEUU la envidia a las capacidades de tus compañeros se cataloga de mediocridad. E insistió en que buscar ese equipo genial ("busca lo genial, porque lo bueno fracasa") y conseguir dinero eran las dos únicas misiones de un CEO. Asegurando, muy convencido, que la más difícil era la primera.

Al final, ronda de fotos y, entre balbuceos de quien habla inglés con pocas horas de sueño, mi tarjeta acabó en su mano. Quería practicar lo recién aprendido de "seguramente vuestras startups fracasen, pero hay que intentarlo todo y si no sale, pues a otra cosa".

De camino al barrio de Palo Alto en el que vivió Steve Jobs y actual residencia de Mark Zuckerberg, nos confiesan que vamos a allanar propiedad ajena. Nuestra siguiente parada es un centro de culto tecnológico, el garaje donde empezaron a trabajar los creadores de HP. Oficialmente el lugar donde comenzó Silicon Valley. El problema es que actualmente la residencia tiene otros dueños, aunque aceptan que los admiradores pisoteen su jardín para conseguir la mejor instantánea. La placa conmemorativa casi pasa desapercibida en esta urbanización de estilo americano invadida de coches Tesla.

Ponemos rumbo a Intel, un enorme edificio azul del que únicamente pudimos ver el museo, la historia del avance de los microprocesadores narrada por un guía extremadamente entusiasta. En resumen, una zona rodeada de edificios de empresas tecnológicas y muchos Starbucks.

Los jóvenes emprendedores en la sede de Intel

Sentados en el césped artificial de la Universidad de Standford, comimos esperando nuestra visita al campus, más grande que algunas ciudades. Al final del tour nos esperaban junto al campo de futbol cinco españoles que trabajan actualmente en la universidad, uno de ellos gallego. Investigadores post doctorado en la School of Medicine o expertos en análisis de Big Data, todos coincidían en algo: en España no podrían trabajar en sus proyectos, sería imposible alcanzar ese nivel de financiación y les resulta impensable poder regresar.

Toca salir de Standford, no sin antes preguntarles cómo consiguieron ellos entrar. "Les envié un correo" es la respuesta más repetida. Igual trabajar con una de estas universidades no es tan complicado, y el secreto está una vez más en intentarlo y no arrugarse si no funciona. La condición es que tú ofrezcas a Standford algo que creas que pueden necesitar. La trampa en esta zona de California, nos advierten, es que tan pragmáticos son para darte una oportunidad como para cerrar el grifo y desmontar la empresa en dos días si no da resultados.

El día termina con muchas ganas de seguir descubriendo el entorno y modo de vida en Silicon Valley, ya con una imagen menos inalcanzable. Cenando y con una cerveza en la mano nos mantenemos alerta ante cualquier oportunidad que pueda entrar por la puerta del local en el barrio chino.