La casa-palacio construida en 1888 por el empresario y filántropo también de origen gallego Ramón Plá Monje es hoy una mezcla de museo de arte moderno y las famosas oficinas de Silicon Valley. "Las reformas -confiesa Botas- también ayudan a generar ilusión en los empleados". No hay jerarquías físicas en la nueva sede madrileña de Abanca. Porque no hay despachos. Ni apenas papel. Un par de impresoras que, ironizan en la entidad, "les tenemos controladas". Ni tampoco cables. Tecnología último modelo con Microsoft o HP, entre otras compañías. El reparto de las estancias imita el de una fábrica para así "hacer el producto y empaquetarlo a continuación". Todo por la obsesión de la eficiencia. "Hemos -subraya Escotet- trabajado mucho en el contenido". Por eso también, y pensando en los trabajadores, el edificio cuenta con algunas de las obras originales de la colección de arte que Abanca heredó de las cajas de ahorros y reproducciones de otras en vinilos que se combinan en las paredes junto con mensajes de apertura a los clientes.

A ellos también se dirige la oficina de la planta baja. La sucursal, dice Abanca, del futuro. Los cajeros ya no cuentan con sistema de actualización de libreta, pero sí con sistema de videoconferencia. Hay ventanilla, pero no efectivo. ¿Cómo se implantará un servicio así en poblaciones como la gallega? "Por supuesto que la oferta no es igual en zonas urbanas que rural y el objetivo siempre es que el cliente se encuentre satisfecho", señala el vicepresidente de la entidad.