Con la resaca todavía del estallido de la burbuja inmobiliaria y el sector del ladrillo a paso de tortuga en la construcción residencial, uno de los principales tributos vinculados a la actividad, el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI), no para de crecer y marcar récords. Hay una explicación. Y evidentemente no es el incremento disparado del número de contribuyentes. De altas de pisos u otros edificios y terrenos. La razón viene de la mayor presión fiscal en el gravamen, la principal fuente de ingresos de los ayuntamientos que por eso fueron el único pilar del aparato público español que dejó atrás el problema del déficit. En 2012, por orden del Gobierno central, subieron los tipos del IBI, con la opción además de aplicar una revisión exprés de los valores catastrales en aquellas localidades con tasaciones desfasadas. A lo que luego se sumó el plan de rastreo de propiedades ocultas o reformas sin declarar en vigor desde 2013. Las sucesivas medidas para animar la recaudación provocaron un incremento superior al 10% del recibo medio del IBI urbano en los concellos de Galicia y de un 144% en rústico.

Los ingresos de la popularmente conocida como "contribución" en 2015 rozaron los 497 millones de euros, según los datos que acaba de actualizar la Dirección General del Catastro. Una cantidad sin precedentes, ni siquiera en los tiempos de mayor crecimiento económico en la comunidad. En 2006 y 2007, cuando el avance del Producto Interior Bruto (PIB) autonómico rondó el 5% y la variación neta del parque de viviendas -la diferencia entre las nuevas y las demolidas- estaba por encima de las 40.000, los ingresos del IBI se situaron en 281 y 305 millones, respectivamente.

Del total -en el que falta por sumar la aportación de los Bienes Inmuebles de Características Especiales (BICE), como centrales energéticas y carreteras de peaje, que en 2014 pagaron cerca de 32 millones en la región-, casi 485 millones de euros vinieron de inmuebles urbanos. El alza en comparación con 2014 fue del 1,7% y un 16,4% más que en 2011, antes de que el Ejecutivo activara el incremento de tipos del gravamen y los conocidos "catastrazos". El recibo medio en Galicia pasó de rondar los 168 euros de entonces a 186,4 el pasado ejercicio, una subida del 10,4%.

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Que la fuerza del alza del IBI está en la fiscalidad y no en el incremento del censo de inmuebles está más que clara a la vista de la evolución del número de recibos, que aumentaron un 1,3% entre 2014 y 2014 y un 5,4% con respecto a 2011. En cualquiera de los dos casos, muy por debajo de lo que lo hizo la recaudación.

El comportamiento del IBI rústico es incluso más llamativo. En 2006 había 1,2 millones de recibos que sumaron algo más de 3,7 millones de euros. Como ya publicó FARO, muchos medianos y pequeños concellos optaron en estos últimos años por dar la espalda a las propiedades más pequeñas y dispersas con las que cuesta más tramitar el cobro que lo que se ingresa por ellas. En los dos últimos ejercicios, la reducción de recibos es del 41%, hasta los 679.000 del pasado 2015, cuando, sin embargo, se marcó también un techo en los ingresos. Más de 12,2 millones de euros, lo que supone un aumento anual del 16% y del 47% sobre 2011. En este periodo el encarecimiento del recibo es del 144%. De algo más de 7 euros a 18. La variación no se entiende sin el impacto del rastreo de bienes y obras realizadas en suelo rústico que tanta polémica está suscitando en Galicia.

Pese al incremento generalizado, hay 53 concellos en los que la recaudación del IBI urbano cayó durante el pasado año, como recoge la Dirección General del Catastro. Entre los más poblados destacan Santiago de Compostela, donde la reducción fue del 10,9%; Cambre, un 9,9%; Sanxenxo, un 7,4% menos; un 5,7% en Gondomar; un 5,3% en Bergondo; un 3,3% de caída en Redondela; un 0,3% en A Coruña; un 0,2% en Lugo; un 0,03% en Silleda; y un 0,008% en Lalín. En Vigo, los ingresos del IBI prácticamente estuvieron congelados: el ascenso fue de solo un 0,08%. En Ferrol se incrementaron un 0,7%; un 2,3% en Pontevedra; y un 4,7% en Ourense.