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La gallega pionera de las Madres de Mayo muere a los 94 años sin encontrar a su hija

Pepa Noia fallece a los 94 años tras buscar sin éxito a su hija Lourdes durante casi 39 años - Fue la primera progenitora en pisar la Plaza de Mayo para clamar por los desaparecidos - Era hija de dos ourensanos

Su hija Lourdes, psicóloga, desaparecida con 29 años en la dictadura argentina. // Archivo del Gobierno de Buenos Aires

Hasta dos atados de cigarrillos se fumó Pepa Noia entre las dos y las cuatro de la tarde del 30 de abril de 1977, una fecha que forma ya parte de la historia argentina, aunque ella entonces no se lo podía ni imaginar. Josefina García, como la bautizaron en 1921 Agustín, taxista, y Aurora, ama de casa, dos ourensanos cuyo sueño de hacer las Américas los llevó a establecerse y a construir su familia en Buenos Aires, estaba muy nerviosa y llegó temprano a una cita que, en plena dictadura de Videla, ponía en peligro su vida. Allí, sentada a los pies de la estatua ecuestre del general Manuel Belgrano, esperó durante dos horas a que llegaran más mujeres. "Fui a la plaza. No había un alma. Éramos las palomas y yo", solía contar. Al final, acudieron otras trece progenitoras desesperadas por la desaparición de sus hijos a aquel encuentro y se las conoce como "fundadoras" de las Madres de Plaza de Mayo.

Así alude a ellas el tuit que las Abuelas de Plaza de Mayo lanzaban al mundo este 31 de agosto para advertir de la pérdida de Pepa a los 94 años de edad: "Se comunica la triste noticia de que esta madrugada falleció la Madre de Plaza de Mayo Pepa, una de las 14 Madres fundadoras". La del 31 fue una jornada compleja para las Abuelas. A la vez que comunicaban la mala nueva, también tenían que celebrar que su proceso de recuperación de niños que fueron robados durante la dictadura argentina cosechaba otro éxito: la nieta número 117 se reunía con sus abuelos.

Pepa Noia, que lleva el apellido de su marido, Juan Carlos, un boxeador peso mosca hijo también de gallegos que se recicló en barrendero cuando nació el primero de sus cuatro vástagos, nunca tuvo que buscar a su nieto. Quienes se llevaron detenida a la penúltima de sus retoños, María Lourdes, el 13 de octubre de 1976, dejaron a Pablo, su pequeño de 18 meses, a una vecina. Tampoco tuvo que preocuparse mucho tiempo por su yerno, Enrique Mazzadra, que fue liberado al poco tiempo de su detención.

La que nunca volvió a casa fue su hija María Lourdes, una joven "comprometida con su tiempo", como la definen en los Archivos por la Memoria del Gobierno de Buenos Aires, que trabajaba como psicóloga y docente y que tenía una militancia "que demostraba su búsqueda por un mundo más justo y solidario", ideales "que los militares repudiaban y pretendieron extinguir". Pepa recuerda cómo de pequeña su hija le pedía "libros de cuentos en vez de muñecos" y cómo de mayor compatibilizaba su familia con el trabajo y la militancia, aunque también ella la ayudaba a cuidar del "nene". Al día siguiente de su secuestro, el 14 de octubre de 1976, Pepa Noia inició un periplo de 39 años en los que consumió suelas y desesperación.

Aunque nunca dejó que lo notaran: "Nunca, nunca, van a decir: "la vimos llorar, a Pepa". Yo lloraba cuando salía a la calle. Cuando iba en los colectivos, me sentaba a fumar y lloraba. Cuando iba a los ministerios decía: "no hay que mostrarles el dolor que uno tiene". Ni bien salía, lloraba como una desgraciada todo el camino. Delante de ellos, no. Jamás", confesaba.

En esas andanzas por los pasillos de comisarías, cuarteles o edificios gubernamentales para localizar a su hija y que la llevó en una ocasión y pese al "miedo" a intentar, junto a otra madre, a hablar con Videla, fue conociendo a otras mujeres que buscaban la respuesta a las mismas preguntas: ¿estaban detenidos sus hijos? ¿por qué? ¿dónde estaban?

La cita para esa primera vez en la Plaza de Mayo, para el 30 de abril de 1977, la arreglaron en la iglesia Stella Maris: "Una señora se para en medio del pasillo largo que había y pese a que estaban los guardias pidiendo los documentos, dice: "Señoras, señores, nosotros lo que tenemos que hacer es ir a Plaza de Mayo a reclamar por nuestros hijos", explicaba. Y así quedaron para ese encuentro al que llegó con dos horas de antelación.

Cada día, contaba Pepa, se reunían más mujeres en la plaza y empezaban a dar vueltas porque no podían quedarse quietas. "Los policías nos hacían caminar", recordaba, porque estaban prohibidas las concentraciones. Alguna vez fueron detenidas y, en algún caso, asesinadas, como ocurrió con Azucena Villaflor. El pañuelo blanco, en su origen un pañal de bebé de sus nietos, llegó después, cuando en una peregrinación a una basílica buscaron un símbolo para reconocerse entre ellas.

38 años después de aquel 30 de abril de 1977 en el que Pepa llegó demasiado temprano a su cita, las Madres de Plaza de Mayo siguen reuniéndose bajo la mirada de Belgrano, a pocos metros de la Casa Rosada, para reclamar justicia por los desaparecidos a las tres y media de la tarde de los jueves, día que fijaron también las fundadoras cuando una de ellas advirtió que el viernes, por el que habían optado al principio, era el día de las "brujas". Pero mañana "La Gallega Noia", que como ciudadana ilustre de la ciudad de Buenos Aires (reconocimiento que le fue otorgado en 2010) fue velada en el Salón Presidente Perón de la Legislatura porteña, faltará a una convocatoria que no acostumbraba a perderse.

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