Es absurdo intentar manejar el tiempo, cuando está claro que no nos pertenece. Actuamos como si pudiésemos saber que el futuro será largo. Necesitamos ver a lo lejos para disfrutar sin pensar demasiado. Muchas veces olvidamos que lo hermoso es el camino, no la meta. Y el camino, cuando tienes un hijo, es todavía más bonito, aunque también se llena de miedos. Por mucho que desees que saboreen la vida no consigues evitar cogerles de la mano para que no tropiecen. Nos asusta que se hagan daño, que cuando se suelten se tambaleen por no haberles enseñado a pisar firme. Y de repente recibes un golpe y pierdes su mano, la buscas desesperadamente pero no la encuentras. No la encontrarás jamás. Se ha ido, no sabes dónde ni cómo. Quisieras llegar a ella, abrazarla y decirle que nada ni nadie podrá separaros. Pero no puedes.

Es entonces cuando el paisaje, las personas, los acontecimientos te resultan ajenos, como si pertenecieran a un universo paralelo que una vez había sido tu universo. Eres una extraña en este mundo. Solo el calor de tantos seres sabios, compasivos y valientes te mantienen unida a él en esos momentos en los que querrías escapar del frío que emana de aquellos que parecen no conectar con el más mínimo sentimiento.

Nada parece tener sentido. Ya no eres lo que fuiste una vez y nunca lo serás.

Sabes que has de tomar la decisión más importante de tu vida: dejar que el dolor se instale o cerrar los ojos y buscar dentro de ti ese amor que te unía a ella con la esperanza de que siga uniéndote hasta el fin de tus días. Quieres confiar en que cuando exhales tu último suspiro estará ahí para recibirte con su eterna sonrisa.

Dicen que la muerte no es el final, sino el principio de algo distinto y maravilloso. Ojalá algún día el dolor de su ausencia me de un respiro y pueda creer que merece la pena echarla de menos porque está en un lugar mejor. ¿No es esa la esencia del amor?

*Susana Garrido Villaverde

Madre de la viguesa Carolina Besada Garrido