Cuando daba clases de economía en la facultad de Ciencias da Información de Santiago de Compostela a finales de los años 90, Xosé Manuel Beiras llegó a reconocer a sus alumnos que le molestaba madrugar y que a primera hora no rendía. Más de tres lustros después, el ahora líder de Alternativa Galega de Esquerda (AGE) opta por un método similar en su trabajo. El protagonista, junto con Alberto Núñez Feijóo, de la campaña electoral de 2012 y los primeros compases de la legislatura ya no acude a las sesiones de control que cada quince días permiten a la oposición fiscalizar al titular de la Xunta.

El 19 de diciembre pasado constituye la última aparición de Beiras, portavoz de Anova y gran baza electoral de su coalición con EU bajo las siglas de AGE, en uno de estos cara a cara. Nunca protagonizó ninguna. Ese papel queda reservado para Yolanda Díaz, que cada vez se afianza más en su rol de rostro de AGE. Pero desde diciembre, el escaño de su derecha, justo al lado del socialista Pachi Vázquez, se encuentra vacío en la segunda jornada del pleno, cuando los miércoles a las 10.00 horas arrancan las preguntas que cada uno de los tres grupos de la oposición realiza a Feijóo. Cuando pasan esos 40 minutos, Beiras, que percibe alrededor de 5.000 euros mensuales brutos, se deja ver por el pleno e incluso interviene en algún debate.

Desde diciembre, el veterano dirigente, que el pasado día 7 cumplió 78 años, ha faltado a seis duelos. El reglamento de la Cámara solo exige a los diputados comunicar ausencias a las sesiones en total, pero no a una parte de las mismas. En declaraciones a FARO, Beiras justifica su decisión de no acudir a la pregunta de por qué lo hace. "Porque el presidente Núñez ofende la dignidad de la Cámara de representantes y eso me indigna. No estoy dispuesto a soportarlo. Una vez mi indignación me llevó a increparlo al pie de su escaño, pero no lo voy a hacer en cada sesión", alega.

Curiosamente, hoy se cumple un año desde que Beiras se levantó durante uno de estos cara a cara y aporreó el escaño de Feijóo en un gesto sin precedentes en la historia de la Cámara. Desde entonces, el brillo de sus aspavientos acaparando focos y la tensión con su némesis se ha ido apagando.