Hace un tiempo, para entrar en Suiza los gallegos tenían que llevar un contrato debajo del brazo. Aunque las autoridades suizas tienen tres años para ver cómo traduce el sí que dieron sus ciudadanos a limitar la emigración procedente de la UE, esta situación podría repetirse. Francisco Nogueiras, empresario gallego de Zurich, cree que los gallegos no tendrán que preocuparse porque, señala, "el 90% de los trabajos que hacen los emigrantes no lo hacen los suizos y los gallegos no son percibidos como un problema". No obstante, admite que quizás los controles se hagan más "estrictos" y pasen quienes tengan un contrato de trabajo o medios suficientes para sufragar su estancia. Por eso da un consejo: "Que no vengan a la aventura, eso se acabó". Lo mismo opina Xosé Abelenda, gallego que desarrolla su labor en el sindicato Unia, en Biel: "Se acabó lo de venir aquí por libre y buscar trabajo; es volver a lo de antes, con un contrato en la mano".

El resultado del referéndum, contra la tónica general, no ha sorprendido a Nogueiras, aunque defiende que los partidarios de frenar la emigración "ganaron de carambola", gracias a los indecisos que se inclinaron por el sí porque la extrema derecha les "metió miedo" apuntando a las ayudas sociales que, dicen, consumen los emigrantes, ayudas de las que, según Abelenda, los gallegos no abusan.

Para Abelenda, ha sido el temor a la crisis fuera de sus fronteras lo que hace replegarse al país, junto a políticas laborales como las de Alemania, cuyos habitantes buscan en Suiza alternativas a los minijobs. Suiza, señala, tiene la "impresión de hacerse cargo de los parados de Europa". Lo mismo defiende otro sindicalista gallego, Suso Gómez, que trabaja en SIT, en Ginebra, quien ya advertía hace un año que, si la crisis se mantenía en Europa, era previsible que los suizos votasen más iniciativas contra la inmigración como un "reflejo de protección". Para Gómez el "detonante" fue ver un incremento de la gente que busca trabajo por las calles, que podría caer, creen los suizos, en la delincuencia.

Ni Abelenda ni Gómez consideran que los gallegos ya asentados en la Confederación Helvética se vayan a ver perjudicados. El objetivo, opinan, serán los temporeros, los que acuden por un parche a sus economías, que tendrán que competir dentro de una cuota limitada para la UE y a los que será difícil conseguir una extensión de los permisos. La iniciativa aprobada busca precisamente que los que vayan a Suiza cubran una necesidad puntual de la empresa y después se vayan, evitando que generen gasto social o los reagrupamientos familiares.

Ambos sindicalistas temen que la nueva legislación provoque "un incremento del trabajo en negro" con "peores condiciones", y auguran que lo ocurrido podría tener un "efecto llamada", antes de que lleguen las restricciones. No obstante, confían en que hasta que el Gobierno suizo decida cómo aplicar el mandato del referéndum, Europa "se recupere". En ese caso, señalan, tal vez la ley sea más "suave".

Y si los peros que se ponen al final son muchos, Gómez lo tiene claro: "Al gallego no le gusta mucho el conflicto. No quiere ir a donde no lo quieren. Si tiene facilidades para otro país, Alemania o Gran Bretaña, es posible que Suiza deje de ser un centro de interés".