Hasta ayer era un pueblo anónimo. Hoy es un pueblo de héroes. La tragedia del Alvia ha llevado a primer plano a la parroquia de Angrois. Una pequeña población a las afueras de Santiago de Compostela que se convirtió este martes en la viva imagen de la solidaridad por su reacción ante el desgraciado accidente ferroviario que les tocó vivir.

Hay mucha gente que piensa que de todo ha de salir algo bueno, incluso de la peor de las desgracias, y los vecinos de Angrois son el mejor ejemplo. Todo empezó el pasado miércoles cuando un tren Alvia que realizaba el trayecto Madrid-Ferrol descarriló a la altura de esta pequeña población a las afueras de Santiago. Un suceso inesperado que cambió para siempre la vida de estos vecinos, que de pronto se dieron de bruces con un escenario dantesco. Su parroquia se convirtió de pronto en el epicentro del horror. No habían llegado aún los servicios de emergencia cuando estos ciudadanos se empezaban a convertir ya en los "héroes anónimos" de la tragedia. Su actuación dotó al cruel escenario de un halo de ayuda solidaria.

"Yo vivo aquí mismo, estaba en este portal porque no me abría ni me cerraba. Entonces escuché un ruido y justo después un temblor. Empecé a correr hacia aquí y tuve que esperar unos segundos porque no se podía ver nada con la cantidad de humo y polvo que había", relata horas después del suceso José Blanco, de 48 años. Él fue el primero en meterse en el vagón que cayó sobre el palco de la fiesta. "Unos pocos segundos después ya se había levantado un poco la nube de polvo y pude ver el vagón delante de mí", continúa antes de rememorar la escena desoladora que se encontró delante justo de su casa: "Entonces salí disparado, entré en el vagón y ya vi muchos cadáveres. Recuerdo una chica, de unos veintitantos años, gritando "Por favor, sácame de aquí". Yo no la lograba sacar porque había que mover todos los asientos y no se podía. Tan pronto como llegó más gente empezamos a mover los asientos y a retirar a los heridos como podíamos. Algunos ya salían muertos. Es muy jodido ver personas así..." La dureza de su relato y las lágrimas que ya recorrían el rostro de José Blanco denotaban la crueldad que le tocó vivir al lado de su hogar.

Fueron esos primeros instantes en los que los vecinos de Angrois aún desconocían, en estado de shock, lo que que realmente había ocurrido. Muchos dudaron. La sombra del 11-M, según reconocían algunos ayer, rondó sus cabezas.

Sin embargo, pudo más el afán de ayudar a los numerosos heridos y su colaboración ya no tuvo fin. A la espera de que llegasen los primeros efectivos sanitarios y policiales, y en medio de una gran confusión y una necesidad imperiosa de socorrer a las víctimas, Angrois se echó a las vías y no dudó ni un momento más. "Yo me centré en este vagón que quedó aquí en la explanada. Fue lo primero que vi y me cegué. Estuve aquí hasta que no quedó nadie por sacar, no podía pensar en otra cosa que en la gente que me gritaba que la sacara de allí", afirma José Blanco. "Todavía estábamos sacando a muchas personas del vagón de la explanada cuando muchos vecinos nos gritaban que nos fuéramos porque estaba ardiendo el vagón de abajo y pensaron que podía explotar", añade.

Una vez pasado este episodio, fue la propia policía, ya en el lugar de los hechos, la que reclamó su ayuda. Mantas, toallas, tablones. Todo era necesario para colaborar en ese campo plagado de dolor. Agua, sábanas. Los vecinos de Angrois se convirtieron en los mejores colaboradores de los accidentados.

"Estábamos Martín y yo juntos hablando de temas de la asociación cuando sucedió todo", relata Anxo Puga, "veías el vagón del tren de lado, la gente intentando abrir las puertas pidiendo auxilio, varios cadáveres por el suelo, un olor insoportable a quemado, un vagón ardiendo al lado? todo mientras la gente corría sin importarle el fuego o las chispas. Estábamos desesperados por sacar a la máxima cantidad posible de personas intentando no hacer más daño a nadie".

Cada "héroe" tiene su propia historia que contar, la de un día que jamás se olvidará en este núcleo cercano a la capital de Galicia. "Hubo un momento en el que empezó a salir humo de uno de los vagones que estaban aquí al lado y había muchas chispas, por lo que pensamos que podría estallar", recuerda Anxo. "No sabíamos si echarle agua o qué hacer, estábamos con la adrenalina del momento y costaba pensar con claridad. De hecho, eso fue lo que salvó muchas vidas porque si te paras a pensarlo fríamente a lo mejor no haces nada. Pero el llanto fue lo que movió a los vecinos, los gritos de auxilio", añade.

Martín Rozas, vicepresidente de la Asociación de Vecinos de Angrois, refrenda la versión de su compañero. "Estábamos los de la asociación de vecinos hablando cuando sentimos un estruendo como si fuera un trueno y de repente un temblor como un terremoto. Veíamos cómo se iban cayendo los postes eléctricos de la vía del tren y empezó a salir una cantidad de humo enorme. Entonces fuimos a ver qué pasaba. Ya nos encontramos con un vagón de tren en la plaza del baile, varios muertos alrededor y muchas personas pidiendo auxilio. Algunos rompimos la puerta para poder entrar en el vagón y el resto bajó a la vía. Estaban rompiendo con piedras y con sus propias manos los cristales de los vagones para sacar a la gente como podían", relata Martín.

"Cuando el vagón entró en el asfalto", añade, "levantó una nube de polvo enorme. Entonces fue cuando comenzó a arder uno de los vagones que estaban en la vía. No sabíamos si echarle agua o qué hacer, así que esperamos a que vinieran los bomberos y mientras tanto ayudábamos a la gente que podíamos ayudar en la parte de arriba. Tampoco podíamos ayudarlos a todos porque no sabíamos como cogerlos, podíamos provocarle más daño todavía".

Nadie escamoteó ayuda. Fue otra de las constantes de la ola de solidaridad que envolvió a la tragedia en la curva de A Grandeira. El propio Martín Rozas lo confirma: "Había dos enfermeras que vinieran a ver los fuegos y se portaron como unas valientes. Bajaron desde el primer momento y se preocuparon de ayudarnos a todos para que, dentro de nuestras posibilidades, fuéramos capeando el temporal. Llegaron todos los vecinos con mantas, sábanas, agua para los enfermos...".

Al peligro que los propios vecinos se enfrentaban con esas labores de rescate ni caso se le hizo. "En esos momentos no piensas que estás poniendo tu seguridad en juego, no te da tiempo a pensar. Lo único que piensas es que está la gente pidiéndote auxilio. Había niños, y lo único que te pide el cuerpo es bajar y no pensar en otra cosa", señala este directivo de la asociación de vecinos. "En estas circunstancias no tienes una concepción clara del tiempo. Dentro de lo malo, la suerte fue que había muchos medios porque era el día que era", asegura al recordar que se celebraba en Santiago la fiesta del Apóstol.

El heroísmo no entiende de edades. Carmen Rico, de 64 años, puso como todos su grano de arena. "Estaba dando de comer a los perros cuando sentí un sonido muy fuerte y luego un golpe enorme. Vinimos corriendo y ya vimos el tren allí. Nada más llegar ya vimos cinco personas muertas en el campo del baile. Dos delante del tren y tres detrás. Al poco ya llegó la policía y fuimos a por toallas y tablas para llevar a los heridos", relata Carmen.

Susana tiene 31 años y a su regreso a casa se encontró con la tragedia: "Me llamaron y me dijeron que había descarrilado el tren. Pero no me podía imaginar algo así. Cuando llegué aquí y vi uno de los vagones encima de la carretera y el palco de las fiestas destrozado me quedé blanca. Estaban todos los vecinos quitando a la gente, se veían muchos muertos, aunque de ese vagón se sacó a mucha gente viva. Veías a hombres, mujeres, mayores? estaba todo el pueblo. Ningún vecino resultó herido o muerto de milagro, porque normalmente en esa zona en la que ahora está ese vagón hay gente todo el día. Gente sentada, paseando, niños? fue un milagro".

Los vecinos se convirtieron en el mejor aliado de las fuerzas del orden y de los servicios de emergencia. "La Policía nos pedía mantas, toallas y tablones para transportar los cuerpos porque no llegaban las camillas de las ambulancias. Traíamos agua para lavarle las heridas", indica Susana.

Pasaban los minutos, pero todas las manos eran pocas. Segundo a segundo las vías se poblaban de nuevos "héroes anónimos". "Yo llegué quince minutos después. Primero intentamos entrar en el vagón que estaba aquí arriba y después de sacar a todos los que podíamos", relata Abel Rivas, de 29 años. "Después", añade, "hubo un momento en el que había muchos fallecidos y teníamos que pasar por encima de ellos porque no dábamos abasto. Era una catástrofe total".

Todos deben guardar en su memoria el impagable esfuerzo solidario que prestaron esa noche, pero también volverán a sus cabezas imágenes duras. Abel afirma que "a mí la imagen que más me impactó fue cuando saqué a una niña de 7 u 8 años, que no sabía nada de sus padres. La fui tranquilizando como podía y a última hora de la noche la volví a ver. Cuando me dijo que sus padres estaban bien me quedé mucho más tranquilo. Recuerdo también a una niña de unos 14 o 15 años, que cuando la sacamos le preguntamos si estaba con alguien más y nos dijo que viajaba sola. En el momento no estaba muy mal, pero la volví a ver por la noche y estaba en un estado de shock terrible".

La profesionalización de las labores de rescate hizo menos indispensable la espléndida colaboración que hasta entonces habían ofrecido los vecinos de Angrois. Envueltos en tareas de socorro y de ayuda no fueron capaces de cuantificar siquiera el tamaño del horror que tenían ante sus ojos. "Hubo un momento en el que nos sacaron de la vía y nos dijeron que no podíamos estar allí. Aseguraron que había doce muertos. Dimos la vuelta a la vía y cuando llegamos arriba ya eran 30 o 40 los fallecidos", dijo Abel.

"Te quedas con una sensación de rabia, de que se podía haber hecho más, aunque no se pudiera". Es el inconformismo de la solidaridad llevada al extremo en la víspera de las fiestas del Apóstol por estos "héroes anónimos" de Angrois el fatídico día en el que la tragedia convirtió a esta parroquia en el centro mundial del dolor. La generosidad de estos vecinos les hizo merecedores de los mayores reconocimientos públicos, que a buen seguro se mantendrán en el tiempo.