En realidad, la cuestión electoral en Galicia ha sido siempre no quién ganaría, sino por cuánto. Un matiz decisivo porque, excepto en las dos primeras convocatorias -en las que tuvieron magen para pactar- los conservadores han estado obligados a la mayoría absoluta para hacer frente a la suma siempre probable de los diputados de las otras fuerzas políticas. En 1981 y 1985 las cosas fueron de otro modo porque existían primero la UCD y después Coalición Galega -que pronto se dividió en dos- pero duraron poco y una rebelión en AO causó la salida de varios de sus diputados y luego la moción de censura que llevó por primera vez a un socialista. González Laxe,a presidir la Xunta en 1987. El segundo fue Pérez Touriño, casi veinte años después -en 2005- precisamente porque el PP, que ganó las elecciones, no logró mayoría absoluta y abrió su relevo a la suma de PSOE y BNG. Pero eso es historia.

El caso es que ahora, en 2012, la parte de la Galicia política más temerosa de lo que entiende por cambios aventurados -sin garantía sólida de estabilidad-, que se agrupa en el PP, ha vuelto a donde solía, una confortable ventaja que le permitirá goberrnar sin sobresaltos. Y lo ha hecho de una forma relativamente sencilla: manejando el recuerdo de los episodios en los que una victoria insuficiente abrió paso a coaliciones heterogéneas; que, por cierto, fueron su mejor agente electoral: los dos gobiernos pluripartitos dieron paso a mayorías absolutas conservadoras. Con ese recuerdo y con otro mensaje implícito, sin concretar demasiado pero manejado con pericia por el candidato Núñez Fejóo: que los graves efectos de la crisis, dolorosos con el PPdeG, serían bastante peores con una alternativa en la que habrían de sumarse otra vez proyectos, programas y personas de perfiles e ideologías del todo diferentes.

Y es que a veces los acontecimientos no precisan interpretaciones muy elaboradas y mucho menos las esotéricas que le dan algunos que, como el "Don Alvaro" del duque de Rivas, ceen en la fuerza del sino; o sea, en que una voluntad superior, determinista, vincula a Galicia a la órbita de lo conservador casi in saecula saeculorum. Lo que ocurrió ayer, que había sido anunciado por los profetas de la nueva tecnología demoscópica fue más sencillo: que el PP tuvo más argumentos que sus adversarios, un candidato que -sin alcanzar la brillantez de otras ocasiones- los expuso y defendió mejor y corrigió a tiempo algunos tics de arrogancia que a veves le perjudican.

Y es que, en realidad, esta campaña fue menos de ideas que de personas. O, al menos, aquellas quedaron semiocultas por los perfiles propios, con nombres y apellidos, de quienes optaban nada menos que a gobernar a los habitantes de este Reino. Y en la pugna emtre personas. Feijóo supo dejar claro que no es Rajoy -en el supuesto de que eso resultare inconveniente- a pesar de la insistencia en acusarle de ello por parte de sus rivales, autóctonos o enviados como refuerzo. Y al ganar esa batalla, logró de rebote otro objetivo: no ser identificado del todo con la crisis, a pesar de unos recortes que afectaron a mucha gente pero que sonaron ya más lejanos que los del gobierno de Madrid. Eureka.

Y por si todo eso fuera poco, Feijóo supo responder mejor a los asuntos que estallaron durante la campaña. Respondió desde el autonomismo -que, parece, suena mejor a los gallegos que otras fórmulas- a la cuestión catalana mientras su rival socialista dudaba entre el federalismo igualitario y el asimétrico y el nacionalista. Jorquera circulababa entre el soberanismo de Mas y el de Laporta. Y cuando apareció lo del "Pokemon", el PP actuó en Boqueixón como el PSOE no supo en Ourense -aunque no tienen, claro, la misma dimensión- y el BNG insinuaba dudas sobre las acciones judiciales, Y todo eso cuenta.

Enfrente ocurría lo contrario. El candidato del PSdeG/PSOE , teórico eje de una alternativa al PP, venía de ganar por los pelos un congreso regional que evidenció sus debilidades internas, y el lío ourensano demostró que no controlaba del todo ni siquiera los resortes del poder en su provincia natal o, al menos, en la primera de sus ciudades. Una ocasión que no desperdiciaron los escopeteros conservadores para preguntarse, y preguntar en público, cómo podría gobernar una casa común gubernamental para varios inqulinos quien no era capaz de hacerlo en una, más pequeña y municipal, habitada por su propia gente. Y como eso también cuenta -en negativo, como lo otro- al final el balance aritmético electoral es el que es. O, por mejor decir, el que ha sido.

Y, además, Pachi tampoco fue capaz de compensar con un proyecto solvente -se quedó en las fáciles promesas de más impuestos a los ricos, que en Galicia no son muchos, y a la banca, que aquí ya casi no queda...- la penosa situación estatal de un PSOE que, además, nunca hizo antes lo que su candidato propone aquí. Por eso, y a pesar de que el presidenciable hizo más y mejor de lo que sus peores enemigos -casi todos ellos compañeros de partido- esperaban, pasó lo que pasó ayer.

Entre los demás integrantes potenciales de la alternativa, no hubo realmente batalla. Todos eludieron, en general, las referencias negativas a posibles aliados, quizá para no infringir agravios visibles que dificultasen la explicación a la ciudadanía de los pactos que servirían para formar la Xunta en el caso de que el PP, aún ganando, no tuviese mayoría absoluta.Esa pax previa que se visualizó en el debate de la TVG entre Manuel Vázquez y Francisco Jorquera, sorprendió algo más al extenderse a la pugna entre el BNG y la coalición dirigida -al menos visualmente- por Xosé Manuel Beiras. El candidato del Bloque cumplió un papel extremadamente difícil: competir a la vez contra el mito del poder, que encarnaba Alberto Núñez y el poder del mito que aún es en un sector de la izquierda, como se vio incluso entre los jóvenes, el longevo Beiras Torrado. Y, respetando, como siempre, otras opiniones, la de este ciudadano que les escribe es que no superó a ninguno de los dos, aritméticas aparte.

No obstante, Francisco Jorquera, y parece de justicia dejarlo expuesto, afrontó con dignidad y saldó con eficacia una situación que parecía la peor de todas cuantas tuvo el Bloque Nacionalista Galego casi desde su consolidación como tercera fuerza política de Galicia. Atrapado entre la explosión independentista de CiU en Cataluña y el fortalecimiento del soberanismo vasco, no pudo desarrollar como quizá hubiese deseado un programa parecido, porque sabe que aquí no sería bien recibido ni por la totalidad de sus bases. En el Bloque aún queda algo más que la UPG, y el mensaje de izquierda radical, indignada y rompedora, lo emitió mejor y de forma más sonora -a veces brutalmente sonora- la Alternativa de Irmandiños e IU.

Habrá tiempo para analizar al por menor y al detalle, pero grosso modo, lo que hay es lo que hay y por eso pasó lo que pasó.

¿O no...?