Hace cinco años y con el bagaje acumulado junto a algunos de los mejores diseñadores gráficos de España y Holanda, como Peret o Anthon Beeke, Mariola López (Ribadeo, 1967) abría su propio estudio en Amsterdam, Lopezlab. Entre sus clientes se encuentran hoy las principales instituciones culturales y empresariales del país como el Museo Van Gogh, la casa de Ana Frank o Heineken, pero también ha firmado colaboraciones con el grupo ecologista WNF o la Agencia Espacial Europea. Y en nuestro mercado es contratada por entidades que buscan posicionarse en el exterior.

Mariola asegura que la clave de su éxito radica en que no intenta ser holandesa y se siente "muy agradecida" hacia el país que tan bien la ha acogido. "Somos una empresa de cultura extranjera. Hay gente abierta a hacer las cosas de otra manera y creo que valoran esa sensatez que tenemos los gallegos y que nos hace buscar siempre las consecuencias, no solo quedarnos en lo inmediato", opina. En ocasiones, esa condición de foránea es precisamente la que le facilita el acceso a territorios poco accesibles para los nativos. "Acabamos de editar un libro para una Orden de Caballeros que viajaron a las Cruzadas y a la que solo pertenecen nobles. Me salgo de todas sus categorías y eso creo que me ha ayudado", comenta.

Mariola estudió diseño gráfico en Oviedo y, tras ampliar su formación en la Escuela de Bellas Artes de Pontevedra, trabajó con su "primer maestro", el cineasta y publicista ourensano Eloy Lozano, ya fallecido. "Era un visionario y un soñador. Resultaba encantador, pero también tenía un carácter de mil demonios", recuerda entre risas.

A finales de los noventa, probó suerte en el estudio barcelonés de Peret, Premio Nacional de Diseño, y, superado un periodo de prueba sin sueldo, disfrutó de aquel ambiente de creatividad y libertad en el que también se movían Mariscal o Jorge Pensi "y que se combinaba con la cosa catalana de la pela es la pela".

El cambio de década lo vivió en Amsterdam. Había conocido a un chico holandés y los Países Bajos eran la cuna de los grandes tipógrafos. Empezó en Total Design, el estudio de Will Crouwel: "Es el padre del racionalismo holandés. Casi todo lo que se hace hoy en España relacionado con el principio de desnudar la comunicación, aun sin saberlo, es una copia de lo suyo".

Esta "colección" personal de talentos se completó poco después con otro tótem, Anthon Beeke: "Con todos ellos, desde Eloy, aprendí que son las personas las que marcan la diferencia. Tener dinero y medios lo hace más fácil, pero al final hay gente que tiene esa capacidad de inspirar".

Los maestros holandeses también le enseñaron a hacer negocios, una habilidad que dominan allí desde hace siglos, y así acabó naciendo Lopezlab. Entre sus actuales encargos figura un trabajo de consultoría sobre el desarrollo de la carrera de la cantante y actriz Ellen ten Damme, un auténtico "icono cultural", o la campaña anual "Holanda lee", que conlleva la edición de un millón y medio de ejemplares de una obra representativa y una gran proyección en medios de comunicación, teatros o colegios.

También trabaja en una cuidada edición de las fotos tomadas durante los meses que disfrutó de los paisajes de Ribadeo en 2010 tras dar a luz a su hija Cleo. "Son imágenes conceptuales y quiero hacer un libro para el mercado japonés y alemán, donde hay un público que puede entenderlas". El sello Lopezlab es "la calidad accesible" y un "alto nivel estético" fruto de la socialización con el cliente, "algo muy gallego y español".

Aunque una vez año al año se reúne con otras chicas ribadenses, Mariola se mueve en un círculo de "mujeres fuertes" extranjeras y holandesas. "Quizá por influjo de la Galicia matriarcal", se pregunta.

En Holanda, de mayoría protestante, ha sentido "la fuerza de la historia" ante lo fácil que le resultan las relaciones con los descendientes de la comunidad sefardí expulsada de la península en el XV. "Compramos un piso en una antigua casa junto al canal y después ¡me enteré de que había sido construida por los judíos portugueses! Es muy interesarte ver cómo tu yo se proyecta siglos atrás", reflexiona.

De los holandeses admira su capacidad para llegar a pactos y el valor de la palabra: "Los diques los construyeron entre todos en el XVII y los acuerdos se repitieron en los años 50 tras unas riadas brutales. Forma parte de su genética". Esta capacidad se traslada a la política, "muchísimo menos visceral que en España", y al concepto que tienen de ella los ciudadanos: "Todos conocen las tripas del sistema y saben exactamente qué parte de sus impuestos se destina, por ejemplo, a sanidad":