A Ángel Ron le gusta sonreír. Lo hace habitualmente. En su concurrido despacho de la presidencia del Banco Popular, siempre abierto, o en cualquiera de las meditadas apariciones públicas o conferencias en las que suele explicar, con estilo didáctico y sin morderse demasiado la lengua –a excepción de las opiniones políticas directas–, su visión del sector y de la economía. Cercano y cordial. Excepcional entre sus colegas. Claro que este gallego de 49 años tiene muy pocas cosas en común con los altísimos ejecutivos del sector. Para empezar, el trato, que alaban los que coincidieron con él un solo día y los que trabajan a su alrededor. Para seguir, la edad, que lo convierte en el responsable bancario más joven del país. Algo a lo que está acostumbrado el líder de la nueva generación financiera. A los 29 años llevaba ya las riendas de una entidad. Y eso que los números no entraron nunca en sus aspiraciones de futuro.

Aunque fueran la rutina en la familia, con un padre que pertenecía al banco Hijos de Olimpio Pérez, el origen del actual Banco Gallego. Clase media, una ciudad tranquila (Santiago de Compostela, 24 de julio de 1962), con veraneo en Sanxenxo, Ron recuerda habitualmente la importancia que en su casa se daba a la educación. Él apostó por el Derecho. Le quedaba un año todavía por concluir la licenciatura, cuando un amigo de su padre le convenció para cubrir unas prácticas de tres meses de verano en el Popular. "Cada vez que veía una letra de cambio me daba cuenta que lo que me habían enseñado en la facultad y la realidad se parecían bien poco", contaba en una entrevista hace ya varios años. Ahí nació el matrimonio profesional de Ron, que araña casi tres décadas, y el arranque de una carrera meteórica y, de momento, plagada de éxitos.

En la dirección general del banco en Galicia pronto vieron en él una oportunidad. De ahí su rápido salto a Madrid. De los servicios jurídicos centrales primero al departamento de presidencia. El capitán por aquel entonces, y uno de sus principales mentores, le echó el ojo. "Un día Luis Valls entró en mi despacho y se sentó. Inicialmente me quedé sorprendido con su presencia, pero él me pidió, con mucha naturalidad, que mi opinión sobre un asunto que le preocupaba. Le di mi impresión directa porque el tema lo conocía bien. Entonces se levantó, sonrió, y me dijo... "Hombre, pues estamos de acuerdo, hágalo".

La evidente sintonía entre ambos desembocó en el encargo a Ron para deshacer el entuerto de una apurada cooperativa de crédito que había pedido auxilio a la entidad, la dirección general después del Banco de Depósitos –que lo colocó a los 29 años como un ejecutivo de récord en edad– y la dirección después del Popular en el área de Asturias y Cantabria, la antesala, durante cuatro intensos años, a la vuelta por la puerta grande al regazo de Valls como encargado de la red. El cese sin demasiadas explicaciones de Fulgencio García Cuéllar como consejero delegado en 2002 –curiosamente, un cargo que luego desempeñaría en el Banco Pastor– lo convierte en la nueva mano derecha del presidente a los 40 años.

El profundo recorrido por toda la estructura del quinto grupo financiero español le permitió adquirir los suficientes conocimientos como para abanderar la transformación del negocio –sin tocar las señas de identidad y la imagen–, demasiado pendiente de la "liquidez absoluta", como él mismo confesó, a costa de frenar la financiación a largo plazo. "Así que rompimos el círculo vicioso en el que estábamos inmersos y nos decantamos por orientas la acción comercial de una forma mucho más agresiva, mucho más orientada a generar crecimiento", explica. En octubre de 2004, Luis Valls deja en él el cargo de presidente ejecutivo. Una sucesión tutelada que facilitó que a su fallecimiento, año y medio después, Ángel Ron asumiera sin problemas la presidencia también del consejo de administración. Desde entonces, el Popular adquirió el Banco Nacional de Crédito, entró en el mercado estadounidense y ahora protagoniza la segunda gran fusión del sector.

Casado con una asturiana, dos hijos, en su círculo aseguran que Ron no ha perdido en absoluto sus ritmos de vida de siempre. Largas jornadas de trabajo de más de 10 horas, viajar cuando puede y el fútbol. Simpatizante del Madrid, pero con un "especial cariño" –lo reconoció hace unos meses en Vigo– al Celta.