Benedicto XVI llegó ayer a las 11.24 de la mañana a Santiago, rodeado de una inmensa niebla, y con un mensaje claro al país que visita por segunda vez: España necesita una nueva evangelización. El Vaticano había presentado el viaje como una visita pastoral y remarcado que el Santo Padre llegaría a Compostela como un peregrino más en pleno Año Santo, pero al final se impuso el contenido político. Ya en el avión que le trasladaba desde Roma, y en una pregunta pactada previamente con los periodistas, como es habitual, lanzó su primer mensaje a España, y especialmente al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Manifestó su preocupación por "un movimiento laicista, anticlericalista y agresivamente secularista", y llegó a establecer un paralelismo entre la España republicana y la gobernada por José Luis Rodríguez Zapatero, o lo que es lo mismo entre la actual laicidad y el clima anticlerical previo a la Guerra Civil española. "Esta disputa entre fe y modernidad se realiza hoy de nuevo de modo muy vivaz en España", declaró el Santo Pontífice, quien abogó por "una nueva evangelización de los grandes países de Occidente, pero sobre todo para España".

El sucesor de Juan Pablo II lamentó la laicidad creciente de la sociedad española. Las encuestas no le desmienten. El 73% de los españoles se declaran católicos, frente al 27% que se presentan como laicos. Hace 15 años, el 80% se confesaba católico y sólo el 20% laico. En Galicia, aún así, son más los católicos. Diez puntos por encima de la media estatal.

Además el país está gobernado por un presidente que abiertamente pregona su laicidad y ha impulsado políticas que han disgustado enormemente al Vaticano, como la legalización de los matrimonios homosexuales o la ampliación de los supuestos del aborto. Es más, Zapatero no acudió ayer a Galicia a recibir al Papa, con quien se entrevistará hoy en Barcelona. Viajó por sorpresa a Afganistán, a visitar las tropas, y mañana aunque se desplace a la Ciudad Condal ya adelantó que no asistirá a la misa en la Sagrada Familia. En todo caso, hubo un gesto del Ejecutivo del PSOE, muy criticado desde la izquierda y por los más firmes partidarios de una sociedad aconfesional, ante la visita del santo padre: El anuncio esta semana de que se aparca la aprobación de la Ley de Libertad Reliosa, que eliminará los crucifijos de los colegios y los funerales de Estado.

El Papa llegó con un mensaje claro a Galicia, y en la capital gallego fue recibido por miles de fieles, que le despidieron al grito de "Nos vemos en Madrid", en alusión al próximo viaje del santo padre a España, el verano próximo. La visita de Benedicto XVI a Santiago transcurrió con absoluta normalidad. Ni un solo incidente y un dispositivo de seguridad y organización que funcionó a la perfección. Sólo falló el público, pero por la mañana. La praza de O Obradoiro tardó más de tres horas en llenarse para ocupar las seis mil plazas reservadas para los creyentes que deseban asistir a la misa oficiada por el santo padre.

Además se pudo pasear con normalidad sin atascos ni agobios por las calles compostelanas. El Pontífice en su recorrido desde el aeropuerto hasta el catedral pudo observar aceras desiertas que se compensaban con el calor y el entusiamo que le brindaban sus seguridores.

La panorámica mudó por la tarde. Entonces las plazas de la capital gallega estaban aborrotadas para seguir la misa desde las pantallas gigantes dispuestas por Televisión de Galicia.

Quizás el tiempo, el frío y sobre todo la amenaza de lluvia, y los mensajes de las últimas semanas para evitar el colapso de Santiago, una ciudad que prevía multiplicar por cuatro su censo, expliquen el bajón mañanero en la afluencia de público.

La visita del Pontífice que duró ocho horas arrancó con su llegada al aeropuerto de Lavacolla, donde en nombre de Zapatero aguardaba el vicepresidente primero Alfredo Pérez Rubalcaba y los ministros gallegos José Blanco y Francisco Caamaño, además de los Príncipes de Asturias y otras autoridades civiles y eclesiásticas, como el titular de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo.

En su primer discurso, Benedicto XVI ya se arrancó con el idioma gallego, que volvió a utilizar en la Catedral y en la Misa. Se presentó como un "peregrino" en Año Santo que desea unirse "a toda esa hilera de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han llegado a Compostela desde todos los rincones de la Península de Europa, e incluso del mundo entero, para ponerse a los pies de Santiago y dejarse transformar por el testimonio de su fe".

Ya en la Catedral, donde actuó como un auténtico peregrino, abrazando al Apóstol, rezando ante su sepulcro, dejándose sorprender por el movimiento del botafumeiro, o maravillándose ante la belleza del Pórtico da Gloria, el Papa lanzó un nuevo mensaje. Animó a los fieles a perpetuar "la generosidad con que sostienen tantas instituciones de caridad y de promoción humana, obras que benefician a toda la sociedad, y cuya eficacia se ha puesto de manifiesto de modo especial en la actual crisis económica".

Por la tarde, en la misa, y después de comer y descansar en el Arzobispado, Benedicto XVI abogó porque "Europa se abra a Dios, salga a su encuentro sin miedo" . En el broche final a su estancia en Galicia, la homilía, el Santo Padre consideró "una tragedia" que en "Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad". El Pontífice denunció que se quiera recluir a Dios en la esfera privada. Acto seguido, puso rumbo a Barcelona, donde hoy preside la consagración de la Sagrada Familia.