De Buño al cielo. O no. Hacer con tus propias manos medio millar de copones que servirán para que comulguen los seis mil invitados a la misa del Papa en Santiago podría parecer un pase especial para entrar en el paraíso, pero el oleiro Antonio Pereira, O Rulo, no lo tiene claro. "No sé si me gané el cielo, pero es un encargo especial; como católico trasmite una vibración distinta, es algo especial", explica emocionado. A pocas horas de que sus piezas pululen por las plazas de O Obradoiro, A Quintana y en el interior de la catedral, el artesano explica que el encargo se hizo en el mes de abril y ya en octubre los copones estaban entregados. Todo un récord.

La visita del encargado del viaje de Benedicto XVI a Galicia, Salvador Domato, no fue casual. Según cuenta Pereira, la familia del canónigo de la catedral es de la zona, por lo que conocía ya de las obras de arte de los oleiros de Buño. Apareció en la tienda de O Rulo y escogió sin dudarlo –como la mayoría de visitantes– el color rojo del barro vitrificado. Una tonalidad que introdujo el artesano en su obra y que, además de contar con el beneplácito de los compradores habituales, también gustó a la curia. Primero se hizo un boceto, y después una primera pieza. No hubo cambios sustanciales.

El oleiro acertó a la primera e hizo la pregunta inevitable. ¿Cuántos copones tenía que hacer? "Fue una sorpresa que fueran 500 y además una alegría, porque esto pasa muy pocas veces en la vida", recuerda. En cuanto acabó la Mostra da Olería de Buño, el 15 de agosto, se puso manos a la obra: "Fueron muchas horas, sábados y domingos...". Y es que cada pieza tiene tres partes, que tienen que hacerse una a una. La cocción es artesanal y no entiende de plazos de entrega. Un día entero tarda en pasar por el horno el barro moldeado, 24 horas en enfriarse y otras tantas en la segunda cocedura.

Una vez está lista la obra, falta la inscripción que, al ser a mano, precisa de un pulso de cirujano y mucho cuidado. Su mujer, Luz, es la encargada de la tarea. Y para completar el "equipo" del oleiro, su hija Ángela vende en la tienda de la calle de O Empalme unas bomboneras muy similares a los copones –por veinte euros– e incluso acepta los encargos, que ya son media docena, de réplicas de los recipientes, con un coste de 25 euros.

"Un cura me preguntó si se vendían y yo no tenía prohibido hacerlos iguales", comenta Pereira, que puntualiza que llamó al Arzobispado para confirmar que podría hacer más y comercializarlos como recuerdo. Eso sí, pide paciencia. Por el momento no quiere más plazos límite. Aunque no lamenta haberse pasado el verano en el taller –"las vacaciones siempre las tenemos en invierno"–, ahora tiene otra tarea: rellenar los huecos de su establecimiento comercial. Y es que su hija alerta de que pocas piezas quedan en el almacén por el empeño que pusieron sus padres para acabar los copones y apostilla, orgullosa, que "todos los días vendo algo".

Futuro

Como comercial no tiene precio, aunque con el barro es otra cosa. Ángela niega con la cabeza y reconoce que no es "mañosa", que lo único que moldea son "comedias", cosas pequeñas. La hija pequeña del también presidente de los oleiros de Buño lamenta que no haya futuro en la tradición artesana del pueblo. Su padre también ve con pesadumbre que ya no hay jóvenes interesados en ensuciarse las manos, pero admite que a sus hijas les dio plena libertad para elegir sus carreras.

"Yo quiero lo que ellas quieran, ellas escogieron", rememora. Y la mayor estudió Derecho y la menor, Comercio. No se arrepiente de haberles dado "alas", pero reconoce que tampoco estaría mal que hubiese una próxima generación de "rulos". "Me gustaría que se siguiese mi profesión, claro que me gustaría, pero creo que la firma O Rulo acaba en mí", subraya. Aún así, aún tiene un rayo de esperanza.

Su ahijado, con sólo cinco años, baraja entre sus opciones de futuro ser oleiro. Aunque todavía es pronto para saber qué profesión tendrá el pequeño, Pereira está dispuesto a "prestarle" el sobrenombre y advierte de que él mismo se dedicó primero a otros menesteres para acabar dedicándose a lo que su padre, su abuelo y su tatarabuelo habían hecho toda su vida.

El creador de los copones que repartirán las hostias consagradas por el Papa fue chapista. Y tuvo su propio taller. Pero es que, además de la tradición familiar, el horno de Os Mouróns estuvo siempre "vigilando" su trayectoria, como si supiera que en algún momento su vida volvería a tener que ver con el calor que desprende. Frente a la casa donde nació y en la que actualmente vive se encuentra la estructura y aunque ahora se mantiene como recuerdo de lo que un día fue, O Rulo sí que vivió su período de utilidad. "Cuando era pequeño estaba en apogeo total, venían una docena de oleiros a cocer aquí", relata.

Sucedía en verano y cuando acababan la tarea, explica, "siempre había tertulia", a la que se unía siempre que podía. Emocionado se levantaba al amanecer, añade, para ver cómo el barro se solidificaba poco a poco. Pero su destino se torció: "No había dinero y la oleiría no funcionaba". Así que se dedicó a reparar automóviles de manera profesional, aunque después de acabar la mili, "tomé la decisión". Volvió al trabajo de sus antepasados. Y de ese momento ya han pasado tres décadas.